sábado, 18 de junio de 2022

APRENDER

 En esta vida no hay más remedio que empezar aprendiendo. No somo origen de nada, ni inventamos el idioma, ni las ideas, y recibimos un pasado. Todo está por aprender. Quien crea que lo sabe todo y que no tiene que enseñarle nadie, se equivoca. Y hay quien piensa así, muchos. 

Por principio, hay que aprender de nuestros antecesores, de quienes saben más que nosotros, seguro. Y eso lo detectamos enseguida. Cuando alguien se refiere a algo que ignoramos, nos damos cuenta enseguida. Y para aprender, hay que imitar, o al menos seguir unas indicaciones básicas. Y habrá que mirarle, y atenderle, y comprenderle. Y preguntarle. No puede haber una decepción porque nos quedaremos en el punto de partida.

-Si ese ocurre en las artes y las ciencias, lo mismo ocurre en la vida interior, cuando entrevemos que deberíamos saber algo más de la vida y de su conexión con Dios. También en este punto hay que imitar al maestro, a la persona que ha despertado nuestro interés. Irá a su rito, y nosotros al nuestro. Deteniéndonos o avanzando según nos marque el Espíritu, a cuya presencia a esas alturas habremos apelado. Porque si no nos ha hablado del Espíritu, a mal maestro nos hemos arrimado. 

De ese modo, poco a poco, nos soltamos de nuestro guía humano (persona, libro, audio), cuando vemos que se va haciendo cargo de nosotros el Maestro divino. Ahora, será él  quien marcará el ritmo. 

Pero antes del futuro, ha existido el pasado, nuestros anteriores, de los que hemos quedado que hemos de aprender.  Y así, acudimos al antiguo testamento, con su gran cantidad de historias de todo tipo. Los autores y los géneros literarios que nos reunido el maestro son abundantes. Y leyendo historias, toparemos enseguida con el nuevo testamento, al que constantemente se refiere el antiguo. Y comprenderemos que Jesucristo es el centro de la historia pasada y de la futura. Nos enseñará a buscar la voluntad de Dios, que es la única verdad que nos interesa a todos, sin excepción. Y, posiblemente,  nos animará a enseñar a otros que conviven con nosotros, y cuyo enviado como maestro vamos a ser nosotros. A partir de ahora aprenderemos enseñando a entrar en la aventura de la vida interior,  y les iniciaremos en la oración.


Detectaremos cada vez más, y ellos deberán ir dándose cuenta, que Dios es el Creador y el único y mejor Interlocutor que tenemos. A su Hijo lo envió como maestro a la tierra. Maestro que “hizo y enseñó” (Act 1,1). Así nosotros aprendemos, enseñamos y así aprendemos más. . Él estuvo siempre unido al Espíritu Santo y luego nos lo envió luego, para que tampoco nosotros actúemos sin él.                                                                                                        

Pero, además, Jesús se quedó en el sagrario. De ese modo nos sentimos movidos a aumentar la fe continuamente, para poder hablarle y oírle, nada más entrar en su presencia. Y reconocer que en Él se concentra la voluntad del Padre, para que nosotros la hagamos futuro inmediato, a impulso del Espíritu Santo.

El autor del libro de iniciación a la oración, Josemaría Escrivá, nos dice en Forja, n. 542, que cuenta el Evangelista que Jesús, después de haber obrado el milagro, cuando quieren coronarle rey, se esconde.  Y el autor del libro, como buen maestro, clama para que nosotros también clamemos: 

–“Señor, que nos haces participar del milagro de la Eucaristía: te pedimos que no te escondas, que vivas con nosotros, que te veamos, que te toquemos, que te sintamos, que queramos estar siempre junto a Ti, que seas el Rey de nuestras vidas y de nuestros trabajos.”

Esta es la gran lección: Cristo vive. Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe... No temáis, dice el ángel a las mujeres que fueron al sepulcro; no temáis. Vosotras venís a buscar a Jesús Nazareno, que fue crucificado: pero ya resucitó, no está aquí

Cristo vive:  no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravillosos. Cristo vive.

Y añade este autor:  No comprendo cómo se puede vivir cristianamente sin sentir la necesidad de una amistad constante con Jesús en la Palabra y en el Pan, en la oración y en la Eucaristía.                              Y entiendo muy bien que, a lo largo de los siglos, las sucesivas generaciones de fieles hayan ido concretando esa piedad eucarística. Unas veces, con prácticas multitudinarias; otras, con gestos silenciosos y callados, en la paz del templo o en la intimidad del corazón. Queriendo adorarle.

Prácticas de adoración. Adorar es postrarse, extenderse en el suelo hacia adelante, como señal de sumisión. Hay quienes adoran a Dios de esa manera, aunque lo habitual y en público, nos arrodillemos. Es lo que vemos hacer a tantas figuras del antiguo testamento, y lo que el apóstol san Juan nos indica en el Apocalipsis que se hará en la gloria del cielo. 

Algunas personas han aprendido esa oración que se reza con la intención centrada en la Eucaristía: Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos. 


No hay comentarios: