jueves, 3 de marzo de 2022

Una fe razonada

La mente humana busca claridad -verdad- y racionabilidad, es decir, que lo entendido tenga fundamento y consecuencias benévolas. Estas últimas las buscaremos en la medida en que nos hagan falta o las veamos convenientes. De este modo entran en juego la inteligencia teórica y la práctica, si precisamos un poco.

Decisiones firmes

Para realizar cualquier acción, pues, necesitamos conocer la meta lo mejor posible y decidir conseguirla. Simplificando un poco diremos que decidir consiste en un acto firme de la voluntad que elige una verdad como punto de partida de la conducta. De este modo procedemos habitualmente a lo largo de cada día, de una manera sencilla y directa, para ir a algún sitio a conseguir algo, un producto, o encontrarnos con alguien. Si nos preguntamos por qué hemos decidido hacer aquello, tendríamos que acudir a los supuestos que hemos aceptado y que nos sirven como principios de nuestras acciones. Tomo el autobús de las ocho y media porque he de tomar el tren de las nueve, cuyo billete conseguí ayer por internet, para ir a tal ciudad donde me interesa encontrarme con alguien para ultimar un negocio en el que ando metido porque quiero promocionar una empresa, etc.etc. Hay muchos aspectos concatenados que constituyen el entramado de la vida social en la que cada uno estamos metidos.

¿Y hay algún principio supremo que sustente mi visión de la vida y mi comportamiento? Ha de haberlo, más o menos supremo desde un punto de vista consciente, o supremo porque lo he aceptado de algún modo, aunque no haya sido pensado muy a fondo. En nuestro tiempo me atrevería a decir que esos principios supremos se reducen a dos: creo en Dios; o creo en la materia o en algo indefinido como origen de la vida, que desde luego no es Dios, al menos al modo cristiano, musulmán, hindú o de cualquier otra creencia religiosa. 

Pero siempre creo, creo en algo. No hay más remedio. Lo hacía observar Chesterton y no sólo él: quien no cree en Dios cree en cualquier otra cosa, pero para actuar es necesario creer en algo o en alguien, aceptado con mayor o menor fundamento. Es imprescindible creer con firmeza en un primer principio de nuestros actos porque, si no, no actuaríamos. 

Si para realizar una acción hay que aceptar algún punto de partida, más nos vale que ese punto de partida valga la pena, porque si es vulgar o falso estaremos decidiendo mal o irresponsablemente, o andaremos de modo sinuoso, como una persona con la razón dormida o falta de razón. 

'Atrévete a pensar'

Esta era la propuesta de Inmanuel Kant, filósofo ilustrado. Una propuesta interesante que siempre sonará bien al oído de muchos. Piensa por tu cuenta, no te abandones en lo que piensen otros, al menos sin haberlo ponderado tú mismo. Y llevaba razón, salvo en un sentido: si no piensas con profundidad, es posible que tu pensar sea superficial, o frívolo, y por tanto puede que tenga poco valor en un orden a la verdad y en orden a los beneficios que puedas sacar.

Atrévete a pensar. Pero, tendré que tener claro que he de pensar sobre lo que ya existe, la realidad que me rodea, por tanto que mi pensar no habrá de ser genérico ni fantástico. La realidad existe desde hace mucho tiempo, deja tras de sí muchos acontecimientos y mucha historia. ¿Qué conclusiones saco de todo ello? En concreto, ¿qué orígenes ha tenido, y por tanto tenemos todos, y qué sentido encierra su existencia?

La materia, piensan muchos en nuestros días. Para qué complicarnos, existe la materia, ella debe estar en el origen de todo. Posiblemente sí pero, ¿sólo ella, ella es el comienzo en absoluto? Sí, se dice, evoluciona y es la causante de todo cuanto existe, incluida la inteligencia y lo que llamamos espíritu. 

Opinar de esa manera es verdaderamente arriesgado. ¿Cómo ha llegado a ser un pensamiento tan común? Yendo a la historia, porque según Lutero hay que separar la fe, del contenido que se dé a la fe. Sobre el contenido hay muchas discusiones, por tanto, separemos la fe de la razón. ¿Y quién es ese Dios del que, entonces, no puedo decir nada? El Dios que salva a quien él quiere, con independencia de lo que haga porque, es todo tan complicado que lo único importante es creer en él. Bueno, en ese caso, se ha opinado, dejemos a Dios que haga lo que quiera y yo a lo mío, a negociar con la materia y si es posible a hacerme rico, aunque sea a costa de los demás, porque eso no importa mucho. Y de paso, ¿por qué no pensar que la materia lo es todo y que cada uno haga lo que quiera? Vamos a dejarnos de salvaciones y de condenas, que solo dan preocupaciones y complican la vida.

Yendo a la historia, porque hubo quién pensó -Scoto, Occam-, que Dios era todo poder, todopoderoso, y que el poder lo era todo. Un poder arbitrario. Por tanto el origen de todo es una fuerza poderosa, indefinida. Bueno, entonces quitemos a Dios y dejemos la materia. La materia es una fuerza ciega, imparable. El pensamiento viene después y sirve como orientación práctica para resolver lo inmediato. Pero que lo que haga da igual porque su fuerza es arbitraria, irracional. 

Pero en la vida práctica, en la historia de las sociedades, lo irracional llega a ser caótico y solo la fuerza, la fuerza del más fuerte, puede desatascar los problemas. Pero por la vía de la fuerza, no de la razón. Y oponerse a él habrá de ser por la fuerza, porque los argumentos no le moverán. Y dijo Hobbes, ‘el hombre es para el hombre un lobo’. Y solo el miedo nos puede hacer sociables. ¿Sociables, por un razonamiento temeroso? Pero, ¿no es todo fuerza irracional?

Claro está que de este modo la vida es caótica, injusta, no hay normas de ningún tipo, y sobre todo éticas que enmarquen un comportamiento. Pero, ¿de dónde sale la idea de que tiene que haber un orden, un criterio de comportamiento que nos de alguna referencia, una justicia? ¿No son ideas provenientes de la mente? ¿Y a qué viene perturbar con la mente el comportamiento caótico que sería lo único razonable?

Creo en un Dios personal, inteligente y amoroso

Esta otra opción, utilizada como principio, sería lo contrario a creer ‘sólo’ en la materia. Claro que existe la materia, pero creada por un Dios no es sólo poder, sino sobre todo inteligente y amoroso, y ambos atributos orientan su poder. Todo lo hace por algún sentido, con algún fin que sería el bien de todos. Y según ello nosotros deberíamos buscar la verdad y el bien, y orientar nuestra conducta hacia un fin que fuese un bien para todos, para nosotros y para los demás, de modo que podamos convivir en orden y en paz.

El salto cualitativo que va de la materia poderosa y caótica a la mente, se salva si es la mente poderosa es la que salta a ordenar la realidad material y no material, como es la convivencia humana. 

Creo, acepto con firmeza una verdad que es un auténtico hallazgo feliz. Y la pongo como principio primero, orientador, de toda mi conducta humana, inteligente y libre. Y creo que es la única solución al caos y a la arbitrariedad, fundando un orden y una justicia que, si no es absoluta, tendrá el alcance al que llegue la mente humana y la colaboración entre los hombres, que aspiran a ser semejantes a Dios. 


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