sábado, 1 de mayo de 2021

Mes de María

 Al comienzo del mes de mayo recordamos con cierta emoción el conocido texto de Isaías, 7,14. Recordemos su contexto.  

Siria, Israel y Judá tienen un gran peligro a la vista, el enorme imperio asirio en expansión. Resín y Pecaj, reyes de los dos primeros reinos, quieren aliarse contra Asiria, pero Ajaz de Judá, no quiere, prefiere hacer la paz con Asiria. Por tanto tiene un doble motivo de miedo: sus vecinos que quieren obligarle e incluso destituirle como rey, y por el peligro del lejano imperio. 

Isaías es enviado por Dios para tranquilizarle. El profeta le dice a Ajaz que pida una señal del cielo para estar más seguro, y el rey de Judea no quiere hacerlo. Pero Isaías le contesta: “El propio Dios os dará un signo. Mirad, la virgen está encinta y dará a luz un hijo a quien pondrán por nombre Emmanuel.” 

Comenta el papa Benedicto XVI en su libro “Jesús de Nazaret” que esa frase queda ahí, en el texto sagrado, pendiente de saberse a quién se ha de aplicar. Los exégetas buscan una solución pero no dan con ella. El evangelista Mateo la encontró: hay que referirla a María de Nazaret y a su hijo Jesús. El peligro de destrucción subsiste y Jesús viene a resolverlo.


Centramos nuestra atención en los posibles pensamientos y sentimientos de la Virgen María en los primeros años de Jesús. Está contentísima con su hijo, que es Hijo de Dios. Ha podido conocerle desde el principio como nadie, puesto que es su madre. Es un niño buenísimo, despierto, aprende rápido. Ha venido a salvar a los hombres, y la Virgen está encantada con una misión tan generosa, tan esperada porque es necesaria. Le parece estupendo que su hijo tenga esa grandiosa misión. Espera ver cómo la realiza y, si puede, quiere ayudarle. De hecho, desde el anuncio del ángel está pidiendo a Dios por ello.

Pero han ido al Templo y el anciano Simeón les ha dicho a José y a ella algo desconcertante, que su hijo será signo de contradicción para los hombres, y que será causa de salvación y de perdición.  

La Virgen lo oye y queda un poco desconcertada. Es cierto que el profeta Isaías también escribe en sus escritos, más adelante, que habrá un ‘siervo de Yavé’. Otra frase que queda en el aire, sin saber a quién hay que aplicarla en sentido pleno. La Virgen quizás no lo sabe, lo sabrá más tarde. Pero quizás María reacciona con toda su alma ante este mensaje de Simeón.

-“¿Cómo vas a ser signo de contradicción? ¿Cómo vas a dividir a los hombres, tú que has venido a unirlos y a salvarlos? No puede ser. Procuraré estar contigo siempre, te protegeré y protegeré a los hombres a los ue tú trates quieran seguirte. 

Entraré en su conciencia, en sus almas, los atenderé, ayudaré a todos los que me lo pidan.  Ahuyentaré de su lado al demonio y los libraré de sus redes. Les hablaré de ti y los iré llevando a ti,  para que te conozcan, te sigan y estén muy unidos a ti. Y quieran ser tus testigos, tus mensajeros para darte a conocer, y que te lleven a sus familias, a sus amigos. Y velen por los que se reúnan junto a ti, a tu Iglesia, y les animaré a recibir con devoción los sacramentos que les has dejado. Y por los necesitados, por los pobres, por los enfermos, por los que no tienen trabajo. Para que no sean egoístas nunca, y piensan en el bien de los demás, como debe ser y como tú quieres. 

¿Cómo vas a ser signo de contradicción? No lo eres, y no quiero que nadie lo pueda pensar.”

Y así tenemos a la Virgen María interviniendo en tantos lugares, en distintos momentos de la historia, haciéndose presente de una u otra manera, haciendo favores para llamar la atención, atraer a la gente, diciendo lo que dijo al indio Juan Diego: 

 ( Diálogos con Juan Diego durante las apariciones de la Santísima Virgen de Guadalupe en el cerro del Tepeyac)

-Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?

-Señora y Niña mía, tengo que llegar a tu casa de México Tlatilolco, a seguir las cosas divinas, que nos dan y enseñan nuestros sacerdotes, delegados de Nuestro Señor.

-Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive; del Creador cabe quien está todo; Señor del cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa Madre, a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen; oír allí sus lamentos, y remediar todas su miserias, penas y dolores.

Y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del obispo de México y le dirás esto que te he dicho.

Sólo queda que la escuchemos, que veamos su interés por propagar la salvación que ofrece su hijo y nos unamos a ella. Estará encantada y nos ayudará. 



No hay comentarios: