jueves, 10 de septiembre de 2020

ESTÁ CON NOSOTROS

Pedro Casciaro cuenta que, al comienzo de sus conversaciones con san Josemaría, encontró a este especialmente contento. El motivo era que habían aprobado en el arzobispado de Madrid que pudieran tener a Jesucristo reservado en el sagrario en el oratorio de la residencia universitaria Dya.  Llevaban poco tiempo viviendo, días, pero el Padre estaba deseando que Jesús pudiera vivir bajo el mismo techo con ellos. 

Pedro no era muy versado sobre costumbres religiosas, y le preguntó muchas cosas acerca de la lamparilla que anuncia que el Señor está, si por las noches se dejaba en el sagrario o se retiraba, si las formas consagradas se renovaban, y añadió que algunas veces había entrado a alguna iglesia vacía, sin fieles visitantes. 

San Josemaría le respondió que el Señor en la residencia nunca estaría solo. Estaban los residentes  y muchos otros chicos que iban a lo largo del día y que le acompañarían. Pedro se sintió tan impresionado que se hizo el propósito de llegarse un momento cuando iba de su casa a la universidad para visitar al Señor. 

 Y es que Jesús quiere estar con nosotros, y nosotros deberíamos querer estar con Él. Pero, ¿cómo es que Jesucristo está presente en la Eucaristía?


San Hilario, allá por el siglo IV, se hacía la misma pregunta y se contestaba. Estamos en el área de los misterios. Todo lo referente a Dios es un misterio, pero para el hombre hay muchos otros misterios.  Qué es una célula, un átomo, la vida, un organismo compuesto en su unidad de múltiples elementos, etc.  Misterio es toda realidad que supera el conocimiento humano, como por ejemplo una mosca. 

En este caso, estamos refiriendo a una realidad algo más extraordinaria. Si ya es admirable que aparezca en un momento determinado un embrión humano en el seno de una mujer, aunque conozcamos sus causas, en el caso de la concepción de Jesús en el seno de María estamos hablando de que el Hijo de Dios toma cuerpo sin el proceso habitual que produce el embarazo. 

Diría que el Hijo de Dios es libre de ir a donde quiera, al menos como yo soy libre de estar aquí o ir a por el periódico al kiosco. Y quiso, llevado de un motivo mucho mayor que la compra de un periódico, venir a santa María. 

Pues algo similar ocurre con la presencia del Hijo de Dios en el pan una vez consagrado. Si quiere estar allí, viene y se queda, con toda libertad y gracias a su poder como Dios. Si quiso venir a la tierra para estar con nosotros, ahora prolonga con la Eucaristía esa presencia. Y si quería que nosotros nos uniésemos a Él espiritualmente, comienza la operación Él para que mediante la comunión nos encontremos.

Adoro te devote latens deitas, decimos al recitar esta oración tan difundida de santo Tomás. Latens, presente pero de modo ‘oculto’, no patente a los sentidos. Y, entonces, ¿Cómo sabemos que está? Porque nos ha dicho las circunstancias que se han de conjugar para su venida: un sacerdote legítima y válidamente ordenado, que dice las palabras que Jesús dijo en su última cena: esto es mi cuerpo.  No es un capricho, su presencia y nuestra unión con Él son de una enorme importancia para nuestro alimento espiritual cotidiano.

En la Eucaristía, Jesús hace presentes todos los misterios referidos a Dios, de modo que la fe en la Eucaristía es un compendio y un modo enriquecido de creer, esperar y amar a Dios.


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