domingo, 26 de enero de 2020

Saber narrar

El III domingo del Tiempo Ordinario se ha convertido, por deseo del Papa, en el domingo de la Palabra de Dios. ¿No lo son todos los domingos, todos los días? Sí, pero un domingo al año nos detendremos en pensar un poco en la Palabra de Dios.

Al comienzo del evangelio de Juan, en el versículo dieciocho, se nos dice que el Verbo de Dios se hizo hombre, se encarnó y vino a la tierra como uno de nosotros. El Verbo de Dios. Se ve que Dios quería hablar con nosotros. Él tiene la capacidad de comunicarse con el Padre, y quiere conversar con nosotros para transmitirnos el pensar del Padre, la voluntad del Padre.

Esta voluntad de conversar de Dios queda ya reflejada en el primer capítulo del Génesis. Dios conversa consigo mismo y a una palabra emitida hacia el exterior se van creando todas las cosas. Incluido -en último lugar, cuando tiene preparado el lugar donde va a vivir-, al hombre.

Y le comunica que tiene una libertad completa para actuar. Pero hay una salvedad, que no toque el árbol de la ciencia del bien y del mal. ¿A qué viene esta pequeñez? Será la prueba de que Adán y Eva han escuchado la palabra de Dios, la han entendido y la aceptan.

Enseguida se ve la eficacia de la prueba del árbol, porque va a intervenir otra voz, otro personaje. También él tiene algo que decirles. Les hace ver que él es más generoso y más amplio que Dios creador. Que pueden comer lo que quieran, que no pasa nada. Para ellos no habrá prohibición alguna. Y añade a su discurso una diversión que Dios no le había otorgado, una aventurilla pícara que consiste en actuar en el campo de lo prohibido, a escondidas de la autoridad moral. A ver cómo reacciona Dios. Es una aventura atrevida, pero divertida en cuanto que no se sabe qué final tendrá.

Este es el perfume que recibe toda trastada, todo pecado. Un perfume que huele a que se ha escuchado a otro personaje que no es Dios, y que no puede prometer mucho más que la dicha de caminar donde no debemos, porque no va a ninguna parte. ¿Qué más puede ofrecer la serpiente? ¿Qué felicidad duradera nos puede prometer? La dicha de hacer lo que me da la gana, el gozo de no obedecer, la íntima satisfacción de ir contra los sensatos, contra la gente de bien.

¡Qué importante es comunicar el camino auténtico! ¡Qué importante escuchar a quien comunica la verdad y el bien!

Saber narrar. El Papa nos anima a narrar bien. Hoy oímos muchas narraciones: noticias, historias reales, inventadas, novelas, cine, chistes, de todo. La Sagrada Escritura narra muchas historias, de todo tipo buenas y malas, que respetan la dignidad y el destino del hombre y que no lo respetan, pero que la misma narración muestra, en toda su extensión, el distinto fin de una y otra. A Moisés, dios le dice (Ex. 10,3) que vaya a liberar a su pueblo de Egipto. No va a ser fácil, por eso que cuente a sus hijos y a los hijos de sus hijos la historia de cómo actuó Yavé. Que cuente la verdad completa, para que puedan aprender quién es Dios.

Dios no se contradice, por eso hay continuidad entre Antiguo y Nuevo Testamento. La historia de
Jesús está en continuidad con lo avisado por los profetas. Leemos este domingo que Isaías dice (8,23-9, 3) que una gran luz aparecerá por tierras de Zabulón y Neftalí, en el camino del mar. Y Mateo recoge la profecía y nos muestra cómo se cumple cuando Jesús empieza a predicar: Convertíos. Es decir, volved a Dios (Mt. 4, 12-23).

He aquí la importancia de la buena narración y de saber escucharla. ¿Cómo distinguir la buena de la mala? A través de la luz de la fe, de la luz que aparece en las tierras de Zabulón y Neftalí, en el camino del mar.

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