viernes, 3 de enero de 2020

La alegría

La Navidad está llena de luz y alegría, porque en estos días celebramos el cumplimiento de las promesas.

¿Qué promesas? La primera, aquella que Yavé establece después del primer pecado. Ésto no va a quedar así, no puede quedar así. Una mujer y su descendencia lo arreglarán todo: será como una nueva creación pero ésta vez espiritual. Lo que se ha roto es el vínculo con Dios, continúa existiendo lo creado pero malherido. Hay que subsanarlo.

La naturaleza herida se recuperará pero no sin esfuerzo. Para ello, incluso el Hijo de aquella mujer tendrá que sufrir por nuestra causa, pero de ese modo nos ayudará. Por nuestra parte, se requerirá una voluntad firme de conseguir la salud. Unos ejercicios de recuperación, que pueden durar toda la vida, nos sacarán adelante.


Pero saldremos adelante incluso con ventaja sobre el punto de partida. El Hijo nos aceptará como hermanos. Y así, la unión con Dios será más fuerte y nuestra esperanza -motor de toda actividad voluntaria- más alta. Porque el Hijo de aquella mujer nos llamará hermanos y nos introducirá en la intimidad del Padre. Y su Madre será también Madre nuestra, y nos auxiliará siempre.

La luz es sinónimo de verdad. Y la alegría acompaña siempre el descubrimiento de la verdad gozosa que nos hace tanto bien. En concreto, no andar por las ramas, ir rectos, aprovechar el tiempo, llegar a la meta e incluso sobrepasarla.

Cuando uno se sabe querido, se excede en lo que hace, loco de alegría. "Ahora estáis tristes, dijo Jesús un día a sus amigos, pero volveré a veros y se os alegrará el corazón, y nadie os quitará esa alegría".

Es lo que ocurre cada año en Navidad. Es lo que sucede en cada Misa. Es lo que ocurrirá al final de la vida. 

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