martes, 15 de enero de 2019

Aprender de quien enseña con autoridad

 “Y entran en Cafarnaúm (Jesús y sus discípulos)  y, al sábado siguiente, entra en la sinagoga para enseñar; esteban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas” (Mc 1, 29-30)

La sinagoga era un lugar de culto y estudio, una casa amplia que empezó a utilizarse, quizás, después de la destrucción del templo o durante la cautividad en Babilonia, varios siglos antes de la venida de Jesús. Los doctores, los sacerdotes y, en muchos casos, los versados en las Escrituras que tuvieran algo que decir a los demás, podían actuar. Y Jesucristo comienza  a hacerlo en Cafarnaúm.

Los oyentes se dan cuenta que habla ‘con autoridad’, ‘con potestad’, de manera diferente a lo que estaban acostumbrados a escuchar. No es de extrañar si tenemos en cuenta que Jesús es el Verbo de Dios hecho hombre. La Palabra creadora de Dios, que tan bien conoce la creación, al hombre incluido, y el destino del hombre. Es lógico que la humanidad de Jesucristo se muestre sabia y, como todo aquel que sabe, segura y poderosa.

Nosotros debemos mirar la humanidad de Jesús y entrever al Logos. Es lo que debe hacer quien mira una obra de arte y la valora según el poder de sugerir la concepción espiritual del artista. De una manera más rotunda ocurre con la naturaleza física que sugiere grandiosidad, serenidad, fuerza, poder y siempre belleza, que no son otra cosa que plasmación de los atributos divinos en la materia, a veces calmada, a veces viva.

La Palabra de Dios hecho hombre presenta siempre a Dios a través de sus palabras humanas. Y eso le da una fuerza que los comentarios de otros no saben ni pueden presentar.

Pero hay más, porque no solo hay sabiduría y fuerza, sino que en el hablar y el actuar de Jesús se palpa un amor por todo y por todos. La humanidad de Cristo muestra la sabiduría y el amor de Dios.

La humanidad, pero también la eucaristía es fuerza y amor de Dios. La presencia de Cristo en la tierra se prolonga en los sacramentos, especialmente en la eucaristía. Quién sabe leer en las obras naturales y en las artísticas, sabe leer también en las sacramentales.

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