Fue Dios quien se empeñó en hacer todas las cosas bien, y
quien las examinó y pudo recalcar que todo está muy bien pensado, muy bien
ejecutado, que todo era bueno.
¿Bueno para quién? Para las criaturas mismas, en concreto
para el hombre que debía vivir entre ellas y debía comprenderlas para
utilizarlas adecuadamente.
Consecuencia de ello es que el hombre debe procurar entender
muy bien las cosas porque, de esa manera, entiende mejor a Dios, sus
intenciones y la orientación que le quiere dar a las cosas, a la convivencia
entre los hombres y de ellos con las demás obras. De modo que estudiar la
verdad y el bien nos introduce en lo divino, en los planes de Dios. ¿No es esa
la santidad que a través del trabajo, de la familia, del trato social, nos
puede llevar a la santidad.
Porque, ¿qué es lo que lo imposibilita? Los planes
restrictivos, subjetivos, de intereses sesgados. Mirar por mí, por los míos,
por el incremento de lo mío. Usos selectivos para fines privados, o empleo de
bienes no bien construidos para conseguir beneficio propio, tramposo, que roba
a los demás sus propios derechos sobre lo verdadero y lo bien hecho por Dios y
por los hombres.
Estudiar las cosas, las diversas materias, las asignaturas
en las que parcializamos el saber para poder avanzar, es avanzar en el
conocimiento de la bondad de Dios, de Dios mismo. Aprender a trabajar bien, a
domeñar la materia para construir cosas útiles y bellas, es imitar –según
nuestra capacidad- el poder de Dios. Orientar las cosas según justicia, es
decir, atendiendo al bien particular y común, es continuar la providencia
divina. Atender a niños, jóvenes, mayores, enfermos, también es para nosotros
un vivir inspirado en la misericordia divina, que atiende las necesidades de
todos perdonando las brusquedades y la impaciencia, y procurando la agilidad
generosa.
Crear y mantener un hogar en el amor, en la alegría, en el perdón,
en la acción de gracias, en la generosidad en el otorgamiento de dones, de
servicios, ¿no es todo esto santidad? Santidad porque de todo ello está cerca
el Santo, complacido, que sigue aprobando su obras –y la nuestra-, como algo
bien hecho, que continúa promoviendo el bien.
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