miércoles, 14 de agosto de 2013

La victoria sobre la muerte

"¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?", se pregunta san Pablo en su primera carta a los corintios (15,54)

El aguijón de la muerte es el pecado. Jesucristo y la Virgen subieron directamente a los cielos en cuerpo y alma. Vencieron sobre el pecado y sobre todos los males del mundo, y nos han enseñado a nosotros a vencer de la misma manera. 

La manera es hacer rendidamente la voluntad de Dios porque, ¿qué otra voluntad vamos a realizar: la nuestra?  ¿Y cuál es el alcance de nuestra voluntad, hasta donde llegamos con ella? ¿Qué capacidad intelectual o intuitiva tenemos para inventar un destino, unos medios infalibles? ¿Qué cosas nos salen bien en esta vida, tal y como las diseñamos? ¿Quién nos obedece? ¿Qué elementos de la naturaleza se rinden ante nuestros dictámenes?
 
Más bien tendríamos que decir que podemos muy pocas cosas y durante muy poco tiempo. Sólo lo que Dios dispone puede tener un alcance infinito, en todos los sentidos. 

Jesucristo vino a la tierra a reunirnos. De la eficacia de esa convocatoria dependen muchos efectos buenos. La Virgen María quedó en la tierra un tiempo más con la misión de reunir a los apóstoles y a todos los cristianos. Así lo hizo y, en el tiempo oportuno, subió a los cielos rodeada de ángeles. Su título de Madre de Dios la sitúa con todo merecimiento como Reina de los Ángeles y del Cielo. Porque no fue una designación a dedo sin mérito por su parte. A la Virgen se le preguntó -lo hizo Gabriel-, y la Virgen María respondió afirmativamente. Y, lo que es más meritorio para nosotros, fue constante en su afirmación con obras, no solo de 'boquilla'. 

Gracias, Madre, por tu fidelidad. Tu ejemplo hace que acudamos a ti con más esperanza y con más empeño. Queremos ir al Cielo detrás de ti, cuando nos llegue el momento. 

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