Visité una tienda de fotografías para entrevistarme con los padres de una niña que iba a hacer la Primera Confesión. Me encontré que en todos los portafotos, grandes, pequeños, en todos los marcos, había una foto de su hija, que debería tener entonces ocho años. La niña era, ciertamente, muy fotogénica, pero se notaba sobre todo el cariño de su padre. Ciertamente el trabajo de enmarcar a la pequeña había sido mayúsculo, pero era un modo de mostrar la capacidad técnica de la tienda, y también un modo de expresar el cariño hacia la pequelña.
También los cristianos ponemos fotos, imágenes de la Virgen, en nuestra casa, nuestro trabajo, o en nuestra cartera, en la agenda o el teléfono. Así la vemos continuamente, en distintas situaciones, en diversos momentos del día.Unos novios se llamaban por teléfono durante segundos, para no gastar, pero lo suficiente como para decirse: pienso en tí, te quiero.
Sobre todo, tendremos ocasión de recordar la pureza de María. Leía que Ella nos recuerda al primer Adán antes del pecado, ese momento maravilloso del primer Paraíso que perdimos. Ella no lo perdió, estaba en él mientras vivía. Lo mismo que el momento de la Resurrección, muy pronto fue suyo y continúa en él. Al acercarnos un poquito a la Virgen, algo de eso presentimos, nos lo hace probar.
Nos cuesta liberarnos del pecado. No podemos consentir, aunque sintamos; ni mirar, aunque veamos. Y, sobre todo, hemos de evitar enseñar a otros a pecar. ¿Recordamos Mateo, 18? Más le valdría al que causa escándalo no haber nacido. Más le valdría que le hubiesen atado una muela de molino al cuello y tirarlo al mar, antes de que escandalizase, sobre todo a personas inocentes. Qué mal rato pasó Jesús pensando en quienes lo hacen. Y se hace de contínuo.
Madre, que te veamos en todas partes, que te recordemos en todas las situaciones. Te hemos puesto en diversos lugares de nuestra vida, de forma visible, para que nos sea más fácil encontrarnos con tu mirada y obtener tu ayuda.
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