-Oiga, ¿querría saber cómo se siente la vocación y cómo puede estar uno seguro de que la tiene?
-Pués verás. Tengo que decirte que la vocación no tiene por qué sentirse y que tampoco llega uno a estar seguro de que la tiene.
La contestación deja desconcertado al demandante. Pero es muy buena. Ya está bien de plantearse la vocación de manera subjetiva e incluso psicológica. La vocación no es un bulto que le sale a uno y que pica mucho. Tampoco es una carta que recibí y que no sé donde la he puesto.
La vocación es cosa de adultos, aunque sean muy jóvenes aún. Pero se da en jóvenes maduros. Jóvenes que han madurado al conocer a Jesucristo, porque se han dado cuenta de que su vida es real y su comportamiento magnífico. Le han oído hablar de Dios, de la Providencia, del comportamiento que llena de alegría a los hombres y del que causa un pesar inmenso. Han visto su comportamiento con sencillos y soberbios, con pobres y con ricos, con enfermos. Y como supo pedir a la gente buena que se hicieran cargo de los demás, de los ignorantes y de los que no han recibido ningún buen ejemplo en la vida porque su ambiente había sido un desastre. Y como cambia ¡de pescadores a apóstoles! a un grupo de jóvenes buenos, pero sin grandes aspiraciones. Y les dice: ¡cambiad el mundo entero!.
Y junto a eso, han madurado porque ven la diferencia entre la enseñanza de Jesús y el comportamiento de las personas de su tiempo. Y junto a él, y por arriba y por abajo, la ignorancia, la desmoralización, la falta de un criterio orientador.
Y ve que quiere seguir a Jesucristo allí donde la vida le lleve a él, en sus estudios primero, en su profesión después. Cuando forme una familia, y sus hijos sean pequeños, y cuando sean grandes, después.
Entonces, uno percibe la llamada a intervenir, a elegir un camino espiritual que allana el camino de la vida terrena. Es una llamada que viene de lejos, de mucho antes de que él naciera. Una llamada ancestral, que resuena desde el principio de los tiempos, desde el mismo momento creador. Una llamada que fue desoída, despreciada, desde el principio, y que empezó a sonar como en sordina hasta que vino el Hijo de Dios hecho hombre. El eco del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero. Un eco que no podemos dejar que se apague porque nos quedaríamos sin nada trascendente, con solo la tierra, y el tiempo. Hay que poner los medios para ello, los Sacramentos y un plan formativo que recuerde y concrete el eco de aquella voz del principio, aquél ¡hágase! que todo lo hizo nuevo.
-Entonces, ¿Dios llama?
-¡Claro que llama!, y cada uno responde siguiendo su camino. Hay mucho que hacer, de muy distintas maneras. Sólo los comodones, los egoístas, los que extrema o moderadamente aspiran a pasarlo bien, a disfrutar de un placer quizás no muy escandaloso (hasta en eso son mediocres), y a llenarse de caprichos, no oirán nada. Porque están contaminados, aunque parezcan que no mucho. Por dentro, ya están corrompidos. Esos no. Pero el que oye y sacude su pereza, y pide perdón, ese ya está llamado.
Como Pedro, ¿recuerdas? Hace poco leí que Pedro no se alzó sobre su fortaleza, sino que perseveró y fue roca, gracias a sus continuos arrepentimientos.
1 comentario:
Ni yo lo hubiera explicado mejor...Bueno, broma aparte me ha encantado esta manera de hacer entender lo que es la vocación, y me propongo repasar con pausa y atención este pequeño artículo porque pienso que puedo sacar conclusiones y renovar decisiones y propósitos que refuercen mi esperanza y confianza en mí mismo, en el mundo y en cada hombre.
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