martes, 18 de diciembre de 2012

La gran fiesta de las Familias

En primer lugar, hay que tener en cuenta la familia de Dios. De Él toman su nombre todas las familias, como dice san Pablo a los efesios (3,15). De modo que ni nos equivocamos ni exageramos, sino que somos estrictos y rigurosos. 

Famulus significa siervo. Por tanto familia debe significar conjunto de siervos. Ahora bien, lo que sucede en la familia divina es que cada uno de sus integrantes son siervos de los otros, sirven a los demás, piensan en el resto de los que componen el grupo. La esencia de Dios es la unión fortísima entre sus miembros, motivada por el don de sí a los demás, en una entrega total, sin fisuras. Por tanto, en la familia de Dios la unión para siempre es el resultado de la entrega de sí mismo de cada uno de ellos a los otros. No cabe en absoluto lo que se cuenta de aquel padre de familia que se quejaba por la poca colaboración entre los suyos: -Aquí cada uno va a los suyo menos yo, que voy a lo mío.

En segundo lugar, claro está, está la familia de origen matrimonial. Marido y mujer se entregan mutuamente para siempre, y ese es el inicio de una familia que va en aumento: la entrega mutua en el matrimonio, tiene como consecuencia el crecimiento del número de miembros de la familia. Y, claro, para que lo siga siendo, se requiere que el meollo de la educación de los hijos sea la entrega a los demás, que solo es posible en el amor que se origina y se expande a todos en el hogar.

Foto tomada del retablo del Santuario de
Ntra. Sra. de los Ángeles de Torreciudad  

Dentro de este tipo de familia se debe contar a la familia de Nazaret. Se formó a voluntad propia, pero contando con la voluntad de Dios. Fue una unión según Dios, en presencia de Dios, como la de todas las familias matrimoniales. Y en todas las familias matrimoniales hay peculiaridades, también en la de Nazaret. El matrimonio de José y María era auténtico, consistía en un don mutuo total, que respetaba las decisiones espirituales, interiores, del otro. Y fue fecundo, porque María tuvo un hijo por obra del Espíritu Santo. 


De modo que hemos de contar con la familia de Dios, con la sagrada familia y con la familia en la que hemos venido al mundo o que nosotros mismos hemos formado. Pero en la Iglesia podemos hablar de otras familias, si hay auténtica entrega. No hablaremos de matrimonios, pero sí de familias por motivos espirituales. Porque sin entrega a los demás, en la salud y en enfermedad, en los momentos de euforia y en los de sufrimiento, ni hay auténtico matrimonio ni verdadera familia.

Contemplar una auténtica familia, feliz por los acontecimientos positivos y feliz y unidísima en los momentos amargos, es siempre un gran estímulo. Gracias Jesús, María y José por hacernos visible el amor que habita en el seno de Dios. 

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