Dios es fiel, repite la Sagrada Escritura. Dice en 2 Timoteo 2:13 “Si somos infieles, él permanece fiel, pues no puede desmentirse a sí mismo.” Y san Pablo en Romanos 3: 3 “Es verdad que algunos de ellos no le respondieron, pero ¿hará su infidelidad que Dios no sea fiel? ¡Ni pensarlo!”
Cuantos rompen su fidelidad o se muestran indiferentes o incluso partidarios de hacerlo, no saben nada ni de Dios ni de la belleza de una vida fiel a la Iglesia o a otra persona por amor a Dios. Porque Él es la razón de ser de cualquier fidelidad. También de la palabra dada y guardada, en los negocios y en la vida ordinaria. Lo he dicho y lo mantengo, aunque no sea algo importante: una cita, un negocio, un acuerdo. Salvo, claro está, que en estos casos menores haya una causa grave que haga aconsejable cambiar. Pero no ha de suceder lo mismo en los compromisos formales, como son el matrimonio, el sacerdocio, la entrega a Dios a través de un camino concreto.
La fidelidad produce la madurez que el mariposeo no puede dar. Ser fiel exige afrontar dificultades, que otros abandonarían por amor a sí mismos y a su bienestar: personas abandonadas en razón de la enfermedad que han adquirido; enamoramientos de hombres y mujeres que abandonan su compromiso ante Dios por un amor humano más sosegado; huidas por conveniencia, para labrarse un porvenir, para quitar barreras y mostrarse disponibles, independientes, sin manchas de intransigencias...
Pero ser fiel no es ser intransigente. Sí supone ser más libre, porque solo la persona libre de ataduras insignificantes es capaz de ser fiel a lo que verdaderamente importa.
1 comentario:
Estoy de acuerdo, la perla es la fidelidad a Dios y a la propia misión, sea cual sea dentro de la Iglesia o de una sociedad sana.
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