En definitiva, el Santo Padre desea que todos los bautizados nos afiancemos en nuestra fe. Y a través de nosotros, aspira a que llegue a muchas más personas –a todos los hombres-, un mensaje firme, amable, decidido acerca de quién es Dios, qué desea para nuestro bien, y cómo lo vivimos y difundimos.
Lo ha dicho con muy pocas palabras: desea que todos tengamos una fe profesada, conscientemente profesada; una ve vivida, realizada en nuestras acciones diarias; una fe difundida, porque cuando se enseña a los demás alguna materia, quien la enseña la aprende y profundiza con mayor hondura.
La Carta es muy positiva: expone lo que hemos de vivir este año y deja al margen el ambiente y las circunstancias negativas en las que nos encontramos y nos encontraremos. No es que se hayan de ignorar, pero cuando algo se acomete con decisión, las contrariedades se vencen, o pueden vencerse, cualesquiera que sean. En el caso del cristiano siempre se vencen porque, al ser espirituales los fines que nos mueven, aunque sobrevenga el fracaso venceremos, como en el caso de Jesucristo muerto y resucitado.
San Josemaría celebraba con ilusión las fiestas de los ángeles y de los santos. Por supuesto primero estaban las derivadas de la vida de Jesús o de su Madre María, pero también los demás nos dan ejemplo de fidelidad, de entusiasmo, de generosidad.
Quizás hemos de tener cuidado con reacciones inesperadas, involuntarias que a veces tenemos. Me refiero a las contrariedades, que afectan a nuestra soberbia o a nuestro amor propio. Al mal humor, al pesimismo, al bloqueo de la mente por parte de acontecimientos negativos que nos impide mirar con afecto a los demás y procurar su felicidad. Al afán por elevar el tono de nuestra vida personal, familiar y social, sabiendo que la buena educación tiene que ver muy directamente con la caridad.
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