Reproduzco el Aula de Teología que tuvimos en Maynagua el jueves 29 de marzo pasado.
JESÚS LAVA LOS PIES DE LOS DISCÍPULOS
Un autor supone que la Virgen María vió a Jesús lavando los pies a los discípulos y fue la única que comprendió a la primera el gesto de su hijo, y que sonrió. Es posible. Entre la repulsa de Pedro y la extrañeza de todos, solo María -esclava del Señor-, podría sonreir comprendiendo el detalle y su motivación.
¿Por qué? Porque trasluce la sencillez, la cordialidad, la humildad, el amor que Dios nos tiene a los hombres, a pesar de nuestras continuas faenas y groserías. Hoy, cuando se lava los pies a doce personas, en la ceremonia litúrgica, se conmemora el hecho que realizó Jesús, pero más que nunca se nota la diferencia entre el quehacer de Jesús y el del sacerdote que lo imita. En Jesús está todo el amor de Dios, como dice Jn 13,1: habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.
De modo que, en conclusión, es un gesto de Dios realizado por la segunda persona hecha hombre: el gesto que nos dice, mejor que dos mil palabras, que Dios verdaramente nos quiere, sinceramente nos quiere, hasta el punto de que todo un Dios está dispuesto a ponerse de rodillas en el suelo ante nosotros y lavarnos los pies. Algo propio de esclavos, de personas de segundo orden, de gente humilde obligada a tener que realizar esas tareas que debería hacer cada uno por sí mismo. Pues Dios está dispuesto a arrodillarse, lavar y secar con delicadeza nuestros pies.
Pero el lavatorio es el acto previo a la institución de la Eucaristía. En ella, la entrega y el amor de Jesús queda aún más patente. El lavatorio de los pies es solamente un acto previo, un acto significativo más, que prepara a entender lo que sucede en la consagración del pan y del vino. Pero al llegar ese momento Jesús se queda con nosotros "todos los días, hasta el fin del mundo".
Asistir a la Misa y recibir al Señor en la comunión, es un acto repetido que supone fe y fidelidad (fe vivida), por nuestra parte. Más aún por parte del Señor, pero nuestra asistencia y nuestra recepción también es fidelidad. Se ha de mostrar en la vida ordinaria, en la familia y en la calle, ante lo bueno que ocurra y ante las dificultades. Ser fieles en nuestra asistencia es reconocer que "amamos a Dios sobre todas las cosas" y que todo lo demás queremos llenarlo, impregnarlo, del afán de servicio y de amor que vemos en el lavatorio de los pies, en la Eucaristía y, también, en todos los momentos de su vida en la tierra. Es nuestro Maestro, nuestro Modelo.
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