miércoles, 4 de abril de 2012

A las puertas de la Semana Santa

Reproduzco el Aula de Teología que tuvimos en Maynagua el jueves 29 de marzo pasado.

JESÚS LAVA LOS PIES DE LOS DISCÍPULOS

  Un autor supone que la Virgen María vió a Jesús lavando los pies a los discípulos y fue la única que comprendió a la primera el gesto de su hijo, y que sonrió. Es posible. Entre la repulsa de Pedro y la extrañeza de todos, solo María -esclava del Señor-,  podría sonreir comprendiendo el detalle y su motivación.

   ¿Por qué? Porque trasluce la sencillez, la cordialidad, la humildad, el amor que Dios nos tiene a los  hombres, a pesar de nuestras continuas faenas y groserías. Hoy, cuando se lava los pies a doce personas, en la ceremonia litúrgica, se conmemora el hecho que realizó Jesús, pero más que nunca se nota la diferencia entre el quehacer de Jesús y el del sacerdote que lo imita. En Jesús está todo el amor de Dios, como dice Jn 13,1: habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.

   De modo que, en conclusión, es un gesto de Dios realizado por la segunda persona hecha hombre: el gesto que nos dice, mejor que dos mil palabras, que Dios verdaramente nos quiere, sinceramente nos quiere, hasta el punto de que todo un Dios está dispuesto a ponerse de rodillas en el suelo ante nosotros y lavarnos los pies. Algo propio de esclavos, de personas de segundo orden, de gente humilde obligada a tener que realizar esas tareas que debería hacer cada uno por sí mismo. Pues Dios está dispuesto a arrodillarse, lavar y secar con delicadeza nuestros pies. 

   Pero el lavatorio es el acto previo a la institución de la Eucaristía. En ella, la entrega y el amor de Jesús queda aún más patente.  El lavatorio de los pies es solamente un acto previo, un acto significativo más, que prepara a entender lo que sucede en la consagración del pan y del vino. Pero al llegar ese momento Jesús se queda con nosotros "todos los días, hasta el fin del mundo".

   Asistir a la Misa y recibir al Señor en la comunión, es un acto repetido que supone fe y fidelidad (fe vivida), por nuestra parte. Más aún por parte del Señor, pero nuestra asistencia y nuestra recepción también es fidelidad. Se ha de mostrar en la vida ordinaria, en la familia y en la calle, ante lo bueno que ocurra y ante las dificultades. Ser fieles en nuestra asistencia es reconocer que "amamos a Dios sobre todas las cosas" y que todo lo demás queremos llenarlo, impregnarlo, del afán de servicio y de amor que vemos en el lavatorio de los pies, en la Eucaristía y, también, en todos los momentos de su vida en la tierra. Es nuestro Maestro, nuestro Modelo.

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