Porque Él ha resucitado, no es vana nuestra fe. Creemos que no es lo mismo actuar en esta vida de una u otra manera. Creemos que hay cosas bien y mal hechas, cosas que benefician a los demás, y acciones que son egoístas, ciegas para ver a los otros y que nos centran en nosotros mismos; acciones contraproducentes siempre si somos insolidarios. Creemos que hemos de sumar en la acción colectiva, y no zancadillear. Creemos que es mejor animar a proseguir que pararse, ir por delante que ir a remolque, cumplir con nuestro deber que dejar de hacerlo, ser generosos mejor que ser tacaños.
Y todo eso, porque Jesús ha resucitado. Si no, no encontraríamos ningún argumento de peso para movernos en un sentido o en otro.
Hay no creyentes con una ética humanitaria muy próxima al cristianismo, pero sin la fé en Cristo. Se quedan con la moral judeo-cristiana, pero sin su razón de ser. También algunos creyentes, creyentes teóricos, no practican, pero defienden una moral de decencia, de honradez, de guardar la palabra dada. Muy bien, menos mal, porque andar entre ellos nos da la despreocupación de no estar en plena jungla. Incluso podemos colaborar con ellos o encontrar sintonía y ayuda a nuestros planes. Pero si les preguntamos alguna razón sólida de por qué obran así, no la tienen. En todo caso dirán que han sido educados de esa manera, que no podrían vivir entre asalvajados... Al oírlos, uno se queda con la impresión de que ese "porque sí" podría cambiar en cualquier momento. Es tan poco sólido, que un enfado o una conveniencia mayor, una ambición no contenida, les puede hacer saltar.
Si Cristo ha resucitado, su doctrina es verdadera, y por tanto sus promesas también. Y sus normas de conducta son normas de vida, y el amor entre los hombres no es un invento arbitrario, ni cuestión de sentimientos.
Decía Benedicto XVI el domingo de Resurrección que los santos, esos hombres fieles a Dios que han vivido entre nosotros incluso recientemente, son modelos asequibles. Que si vemos a Jesús lejano, ahí están los santos y doctores de todas las épocas, argumentando y dándonos ejemplo con su vida. Que acudamos a ellos movidos por cualquier razón, nuestra afinidad por motivos de geografía, de estilo de vida, de dedicación. De muchas maneras se puede agradar. De tantas, que hasta nosotros mismos, con la familia que tenemos, con nuestro trabajo y nuestras costumbres, si buscamos a Dios, y somos obedientes como Cristo al Padre, como los santos a la Iglesia, podremos resucitar a su gloria el día menos pensado, cuando se acaben nuestros días.
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