Me viene a la cabeza mi amigo Pepe y su pipirrana, ahora que estamos en Cuaresma:
-¡Es un arte!, es un arte.
¿Y por qué una pipirrana ha de ser una obra de arte? ¿Qué puede distinguir una pipirrana de otra, una vulgar pongamos por caso, de otra extraordinaria?
Mi amigo Pepe hizo la pipirrana, y sabía de modo excelente. ¿Secreto? Lo vimos todos. Éramos unos cuarenta y Pepe se empleó a fondo en una especie de balde de tamaño notable. Fue echando los ingredientes, que no voy a revelar aquí para no cansar, pero lo más llamativo era la manera como metía los brazos hasta el codo una y otra vez, repetidamente, dale que te dale, poniendo en contacto "todo con todo". Este era su secreto, allí nada sabía más a A que a Z. Allí todo estaba perfectamente entremezclado. El sabor era homogéneo.
Me acordé del plan de vida espiritual, de ese vivir el trato con Dios, las virtudes humanas, la sobrenaturales, el cumplimiento del deber, la familia, la profesión, la calle, los sacramentos, los ratos de oración, el descanso, la conversación, el telediario. ¿Todo eso puede llegar a ser vida interior? ¿Puede llegar a tener una unidad íntima que nos acerque a Dios, a los demás, y hagamos bien el trabajo?
Hay que currárselo, como Pepe. Pero hay que lograr que la presencia de Dios salga con el expediente, la fortaleza y la cordialidad se unan con la educación de los hijos, la fe aparezca en la pantalla del ordenador y el carrerón apurado por la calle se torne en esperanza. Que el amor de Dios sepa a tortilla y la conversación profesional esté rebosando de la alegría del deber realizado con esfuerzo.
Un revoltillo, una pipirrana en la que cada elemento sepa a todo. Me lo voy a proponer como meta para estos días. A ver si me inspira mi amigo Pepe.
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