Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, nos dice san Juan 3,16. Ama al mundo, pero al Hijo lo envió a causa de los hombres, para salvarlos. Y Jesucristo viene a la tierra y, una vez mayor de edad, empieza a actuar como sacerdote.
En Israel había una tribu dedicada al sacerdocio y al servicio del culto, la de Leví. Jesucristo no provenía de ella, sino que era de la tribu de Judá. Sin embargo, como Dios había rechazado los sacrificios que desde antiguo se le ofrecían, por estar hechos superficialmente y de modo rutinario, Jesús se ofreció a ofrecer el sacrificio de su vida, consistente en hacer la voluntad de Dios siempre, no la suya, no a su gusto, sino la del Padre. La voluntad de Dios consiste en la entrega total de la vida al servicio de los demás, para que en ello reluzca la gloria de Dios, es decir, su modo de ser generoso, desinteresado, sencillo, humilde.
Pero esa víctima solo puede ofrecerla uno mismo, el que se entrega. Por ello Jesús se constituye sacerdote, pero no al modo de Aarón, sino que la Escritura dice que de un modo nuevo, como lo hizo Melquisedec. Este personaje aparece en la Escritura (Gen 14,18) ofreciendo un sacrificio de pan y de vino tras la alegría de una victoria de Moisés. Jesucristo ofrece su vida, su cuerpo y su sangre, pero antes de subir a la Cruz en la ültima Cena, lo hace de forma sacramental consagrando pan y vino.
Según la víctima ofrecida -una persona, un Hijo, que busca hacer siempre y en todo no su voluntad sino la del Padre-, el oferente refleja un modo de hacer y de ser, muy particular. Como características de ese modo de ser sacerdotal podríamos decir:
-que ofrece su vida (y el modo de su muerte);
-por tanto el quehacer cotidiano;
-un quehacer dirigido sobre todo a personas;
-que tiene como tarea introducirse en la vida interior de cada una de ellas, en sus relaciones íntimas con Dios, para intentar encauzarlas y purificarlas (Jesucristo lo hizo, en general y en particular, cuando llamó a varios a seguirle de cerca);
-pero ha de hacerlo amablemente, respetando la libertad, sabiendo escuchar;
-la misión de escuchar no es solo comprender para disculpar, sino para alentar, para animar, para insistir tomando como punto de partida la posición del otro;
-le hablará de superación, le descubrirá medios, virtudes y momentos; los modos de renovarse;
-le llamará a la coherencia en todos los aspectos de su vida, porque seguir la voluntad de Dios tiene efectos prácticos;
-como cada uno partirá de su manera de ser, de sus cualidades, de sus posibilidades, no habrá lugar para la vanidad, el orgullo o la comparación;
-no debe importarle la riqueza, pero sí el fervor, el entusiasmo que procurará imprimir en toda su actividad.
Dentro de este contexto, por hacer la voluntad del Padre, Jsús sabe que Él le escucha, le atiende, le ayuda y lo hará siempre con los que le imiten.
Este modo sacerdotal de comportamiento habrá de ser propio de los sacerdotes ministros de la Nueva Alianza... Pero también de todos los fieles cristianos, como escribía muy pronto el apóstol san Pedro: "Vosotros -como piedras vivas- sois edificados como edificio espiritual en orden a un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por medio de Jesucristo". Porque afirma: "Sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido en propiedad, para que pregonéis las maravillas de Aquel que os llamó de las tinieblas a su admirable luz" (I Petr 2, 5 y 9)
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