El verano suele traer consigo algún viaje, un poco más de tiempo libre, mayor intensidad en el trato familiar. Quizás por eso sea útil considerar lo siguiente. No deja de ser un aspecto parcial, pero aunque sea asomándose a un simple y diminuto ventanuco, a veces se descubren cosas maravillosas en el interior de una casa antigua.
Consideremos el binomio dar y recibir. Si no se cumple el primer elemento, ni siquiera existe el segundo, por tanto hemos de comenzar por el dar.
Dar es tan importante que el amor de Dios se ha descrito como un continuo dar, un manar de dones. Todo don procede de Dios. En la relación entre las personas divinas, todo es dar y recibir.
Recibir parece algo fácil y pasivo, pero no lo es. Si uno no entiende el alcance de lo se le da, no se puede decir que reciba el don. El don se recibe, conscientemente y en todo su valor, cuando se le entiende, cuando se capta la intención del donante, el valor que el dar ese don tiene para él, el efecto que busca conseguir en nosotros. Para levantar el ánimo de un niño no basta con cualquier juguete: le ha de resultar divertido, pero también le debe enseñar algo, y si crea un hábito en él, estupendo. Al niño hay que ayudarle para que comprenda todo eso, el cariño que hemos puesto en el regalo, explicarle lo divertido que es y jugar con él, etc., etc.
Dios Padre da, y el Hijo recibe el don, comprende su valor y reacciona entregando a su vez un don que suponga la comprensión y el valor de lo recibido. Por ejemplo, comprendiendo el amor puesto por el Padre en la creación del hombre y el desaire en la recepción del don por parte de la criatura humana, el Hijo se hace hombre, para reaccionar comno el hombre debiera haberlo hecho, y para reconducir al hombre a una rectificación de su conducta.
En el matrimonio, en la familia, ha de haber dones, de unos y de otros. Pero es importante comprender cuando alguien nos regala un don y valorarlo convenientemente. ¿Cómo se consigue esto? Viendo si la acción que ha provocado el don ha sido libre, y por tanto entendiendo la dosis de buena voluntad puesta intencionalmente en el don.
¡Cuántos dones no apreciados por parte de unos y otros! Si no se descubren los dones de los demás, se encuentra uno solo dando, y se le queda la cara de tonto. ¡Yo, venga a dar, y el resto ni lo agradece! Esto es miopía total. Entre otras cosas, porque hasta lo dones inconscientemente donados, si la persona receptora los encuentra y los agradece, los convierte en libremente donados si se ratifican.
Se da por amor, y se recibe con amor. El juego de dones, imprescindible en la vida, porque el intercambio no para, se convierte en un ambiente de detalles, de cariño y de alegría. Pero, ¡es que no se da cuenta! Dios sí se da cuenta. Por eso, qué importante es dar por amor de Dios.
Si somos agradecidos con Dios y correspondemos, el juego en el seno de la familia está hecho, está logrado. Porque, en el fondo, dar a los demás es dar a Dios. Y, entonces, el motor que impulsa al don está asegurado, aunque la correspondencia deje que desear. Sin embargo, la correspondencia entre personas humanas se incrementará si se saben descubrir los dones que nos hacemos. Quizás simples cumplimientos del deber, o acciones interesadas, o actos de venta de productos. ¡Es estupendo que haya aquí al lado una persona que venda helados! Gracias, no son de alta calidad pero nos apetecen después de la caminata. Gracias por estar ahí ofreciendo un don del que me puedo beneficiar.
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1 comentario:
Un artículo muy interesante...... dar y recibir.... ¿Porqué será que al dar siempre queremos recibir?.....
Un saludo
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