lunes, 11 de abril de 2011

Si queremos una economía eficaz

El Papa actual es muy coherente con el Magisterio anterior y consigo mismo, con sus publicaciones anteriores. 

Benedicto XVI es teólogo, pero su proceder parece seguir lo que más bien es propio del método filósofico: Una vez se llega a la raíz, se aferra a ella y la hace crecer en múltiples consideraciones con toda coherencia. Se podría decir que así obran todos los intelectuales que se precien. Pues no.

Pondré unos ejemplos: en Jesús de Nazaret II, al exponer el celo con que Jesús expulsa a los vendedores del templo, no da explicaciones basadas en el decoro o en la higiene, o en algún aspecto ético... Su comentario es directo: el Templo es un lugar dedicado a la adoración de Dios, y por tanto esa es la actividad que debe acoger. Por tanto, cualquier otra actividad, como la venta de palomas y de ganado, debe ser echada afuera.

Otro más. También en el lavatorio de los pies a los discípulos, antes de la última cena, no se refiere a la humildad que muestra Jesús, o a su espíritu de servicio, que es indudable, o a su diligencia, sino que apunta como Jesús muestra a través de ese gesto sencillo, humilde, el amor que el Padre les tiene a los doce, y que Él hace resaltar.

De este modo podemos referirnos a otros temas. Si somos rigurosos, y consideramos que el primer mandamiento es el amor a Dios y al prójimo, hemos entender la vida de Jesús como un escaparate en el que, de muchas maneras, se nos muestra siempre ese primer mandamiento.

Tomo el capítulo III de Caritas in veritate, la encíclica de 29.VI.09. Nos dice que el pecado siempre ha desfigurado la vida social, política, de los hombres. Pero nunca como ahora se ha hecho tan evidente en la vida económica. La economía tiene sus leyes pero no es neutra, el hombre la llena de contenido. Pero siempore agrega alguna intencionalidad. Su intención puede ser el bien común, la atención y la ayuda a los más necesitados, el enriquecimiento propio, o hacer favores a un tercero. 

La empresa, por ejemplo, que es una comunidad de empresarios, accionistas, dirigentes y trabajadores, no puede tener como fin contentar solamente a los accionistas. Debe ganar dinero, sí, las empresas no se dan aisladas. Todas repercuten en la sociedad donde están instaladas. El fin no puede ser los accionistas, insisto, sino el bien común de la sociedad en la que se haya instalada y en cuya economía repercute. Debe haber un compromiso humano entre empresarios, accionistas, trabajadores, lugar de donde parte la financiación y territorio en el que hay multitud de pequeños empresarios que viven de pequeños serivicios. Los Gobiernos, los Estados, deben velar para que no huya de la región el capital en gran medida, para que los habitantes del lugar puedan resultar beneficiados con nuevas inversiones. En muchos países, precisamente, se pide que puedan haber Estado bien constituidos, fuertes, para que defiendan las materias primas y los intereses de la mano de obra frente a empresas internacionales.

En el mercado que resulta de la globalización, las empresas tienen unas posibilidades enormes de hacer el bien y de conseguir beneficios. El fin de toda actividad humana es el hombre. Más aún, si el amor a Dios que inspira el amor al hombre no está presente en las actividades humans, se desfiguran y aparecen distintas modalidades de pecados. Y el Papa insiste siguiendo esa radicalidad a la que me refería: no es que primero deba observarse la justicia y luego se pida un deseable amor al prójimo. No. Es que si no se ama a Dios no habrá amor al prójimo y tampoco llegará a vivirse la justicia, o será mínima.  El primer mandamiento, amar a Dios sobre todas las cosas, es la clave de toda la vida social y económica. El Papa no tiene ningún inconveniente en decirlo con claridad. Porque de ello depende la dignidad de todos, la colaboración, la alegría.

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