viernes, 15 de octubre de 2010

Nuestra Arca de la Alianza

David fue elegido como Rey de Israel en momentos delicados, porque aún ejercicía su mandato real Saúl, el anterior elegido de Dios pero convertido en indigno por sus actuaciones. Y siendo indigno y cruel, es elegido David, con lo cual el enfrentamiento era seguro.

En efecto, Saúl quiere matar a David, pero éste rehúye hacer frente al rey, y ni siquiera ofenderlo de palabra. Ve en él al anterior elegido de Dios, por tanto, digno de todo respeto. David es un hombre bueno.  

Al fin muere Saúl y David es aclamado Rey. Elige el monte Sión para vivir y construye un palacio después de haberlo conquistado. En David todo es conquista. Enseguida procura tener junto a él el  Arca de la Alianza. ¿Qué contenía ese Arca? Poca cosa, las tablas de la Ley, la vara de Aarón, algo de maná. Pero su importncia es mucha, porque constituye por sí misma el recuerdo de la Alianza de Dios con su pueblo.

David lo sabe, reinar es aúnar al pueblo en torno a la Alianza, es decir, poniendo los Mandamientos como ley moral de su comportamiento social, además de personal. Solo así podrán ser el pueblo santo que Dios espera, el pueblo digno de acoger al Mesías, el Deseado de Israel y de las naciones. David quiere tener cerca el recuerdo de la Alianza. La manda traer junto a sí un día que convierte en gran fiesta, con sacrificios, música y cantos que él mismo compone. Lo narra el capítulo 15 del primer libro de las Crónicas. Ha preparado para alojarla una tienda magnífica, muy rica, y promete construir un templo en cuanto pueda.

Para los cristianos, el Aula de la Alianza es María, la Madre de Jesús. Ella es el recuerdo vivo del Antiguo Testamento que culminó en los Mandamientos. El recuerdo vivo de la promesa y la realidad de la venida del Mesías. Un ejemplo de santidad después de vivir la vida, pasión y resurrección de Jesucristo, de ver nacer a la Iglesia. Hemos de tenerla muy cerca para mirarla y comprender en un instante lo que es vivir de fe, de esperanza, de amor. Hemos de darle lo mejor que tengamos, aunque será difícil adornarla con alguna cosa nuestra: Ella tiene todas las virtudes que Dios le otorgó y que Ella ha ejercido con esmero.

Estando a su lado aquí abajo, queremos hacernos dignos de acompañarla plenamente en el Cielo. Aquí nos tiene que mostrar el camino y allí nos acompañará en la realidad del Encuentro.

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