La felicidad no es un "estado", algo estático, conseguido para siempre. La felicidad es una meta futura y la alegría de ir dando los pasos que nos llevan directamente, sin retrasos, hacia ella. Tampoco llegar a la meta será un "estado definitivo", sino un camino progresivo, un gozoso andar eterno.
La felicidad, se dice, es algo que todos los hombre necesitamos. Algunos tienen la paciencia de afinar para acertar y no equivocarse. Trastocar la meta o los medios supondría un error tremendo. Otros no tienen paciencia, quieren la felicidad aquí y ahora. Y, claro, no la encuentran. Cambian de dirección, de procedimiento, pero no hay forma.
La felicidad la busca el que roba, porque cree que con riqueza será más feliz. El que se droga, porque consigue un bienestar formidable; eso sí, caduco y que le va minando la salud y las fuerzas reales de su naturaleza. La busca el que cambia de pareja, pensando que la felicidad la puede dar una persona humana, y si una no la da, a ver la siguiente. Y sí, puede conseguir un poco de paz, aliviar las tensiones.., pero eso es un poco de bienestar, pero no la felicidad. Se puede huir hacia adelante: tener más hijos. Eso está muy bien porque se les da oportunidad de vivir a otras personas. Pero si no les transmitimos cómo pueden ser felices, es posible que se conviertan en una fuente de conflictos. (Aunque ellos tienen que hacer suyo ese camino)
Quizás no se entrevea que la Iglesia pueda dar la felicidad: ¿qué me aporta una ceremonia, un sermón, un rato quitado al descanso o a la tarea diaria? Tampoco la felicidad está en la Iglesia vista solamente desde su parte humana. Ninguna persona humana eclesiástica es capaz por ella misma de dar la felicidad.
La felicidad está en Dios, es de Dios y solo puede otorgarla Dios. ¿Qué nos creíamos? Desde que la buscamos en la manzana no hemos escarmentado. La Iglesia en su aspecto humano es un instrumento y, siendo importante, no es lo definitivo. Hay que ver a Dios actuando a través de ella.
Necesitamos ser comprendidos, amados, estimulados... Dios nos comprende, nos ama y nos estimula. Necesitamos ser mimados, perdonados, tratados con indulgencia. Si, bien, ¿pero donde encontrar esa persona de paciencia infinita? Esa persona es Dios y por Él nosotros somos confortados e impelidos a confortar a los demás. No veremos a los demás con egoísmo, para mí servicio; sino como término de mi comprensión y mi cariño, recibido y acumulado en el trato con Dios. La felicidad es personal, pero sus efectos irradian a nuestro alrededor.
No es tan difícil vivirlo, pero hay que entenderlo: pondremos rumbo a Dios y Él nos ayudará. Veinte siglos y pico oyéndolo..., no seamos de oídos sordos.
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