La esperanza es el gran motor de la actividad humana, la que mueve la voluntad y pone en marcha la parte inventiva de la inteligencia práctica.
Pero la esperanza es movida, a su vez, por alguna meta que valga la pena. Si no hay meta, o la que tenemos es birriosa, pequeña, pasajera, entonces será indiferente y no moverá nada. Por eso, el exámen de las expectativas de nuestra vida es muy importante para comprender por qué estamos parados, aburridos, perdidos con el paso de las horas y de los días.
Si lo examinamos desde el punto de vista de la fe, habría que decir que la que tenemos no tiene ninguna relevancia, no es grande para nosotros. O, si lo queremos decir de forma más directa, creemos más en otras cosas que en el fondo que nos propone la fe. Creemos más que la vida perfecta consiste en que no nos molesten, o que haga un poco de sol, o que encontremos un partido de fútbol en televisión o un periódico que nos distraiga un rato. Jesucristo, la Salvación de las personas, la vida humana bien vivida, el servicio a los demás para hacerlos felices, ¡bah! poca cosa.
Si nuestra fe es pequeña, lo será nuestro amor. Y nuestro amor será pequeño porque sin duda es un amor egoísta. En cambio la esperanza nos arrastrará, tirará de nosotros, si el motivo es grande.
¿Cultivamos motivos grandes? ¿Los buscamos? ¿Preferimos una vida aburrida, triste? ¡No! Levántate, espiritualmente hablando, y busca el amor de Dios manifestado a los hombres, todos los dones que nos ha concedido, y como nos perdona si nos levantamos y andamos hacia donde Él está.
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