Tomo prestado del blog "Hábito de sindéresis" el siguiente comentario a una cita de Tomás de Aquino (Contra G, III, 151): "...lo principal en la intención del amante es ser correspondido en el amor por el amado...".
Lo principal, prius. Lo principal, en este caso, significa lo que inicia y orienta la intención, que a su vez es prius respecto al acto amoroso posterior, cualquiera que sea. Por tanto, lo principal de la intención del amante comporta ser correspondido. Lo será o no después, pero apriori se espera que lo sea.
¿Dónde está, podríamos decir, la generosidad que siempre supone el amor si resulta que es interesado, que el amante no lo pondría si no esperase que fuese correspondido? Es una bonita frase del Aquinate para meditar.
Por tanto -dediquémonos a ello-, en la estructura del acto amoroso encontramos que primero está la intención, pero una intención que conlleva el deseo de que sea correspondida, de que alguien nos mire un momento sonriente, agradecido. El acto de amor no es, por tanto, un acto voluntario por el que una persona busca su propio bien, aunque ello sea correctísimo. El acto amoroso comporta comunicar el bien a otra persona, y ese otorgarle un bien espera que ella lo reconozca. Pero, ¿y si esto no ocurre, qué hacer con el acto de amor del amante?
Pensemos primero en Dios. Su acto creador, según lo que decimos, esperaría un reconocimiento de nuestra parte. ¿Sucede así? Desde luego, Él nos lo ha hecho saber continuamente: sí, espera de nosotros correspondencia. Pero hemos de admirar su paciencia que abarca todo el tiempo de la vida de cada hombre. Porque la esperaba desde el inicio es la razón por la que nos ha amado, nos ha creado: para construir entre nosotros una comunidad de amor en la que Él lleva la voz cantante.
Pensemos en los hombres, y lo primero que habría que considerar, en contraste, es nuestra falta de paciencia: todo lo queremos ya, y además plenamente, cosa imposible en la mayoría de los casos. Y, ¿si es casi imposible...? Los hombres tenemos una cierta ventaja que palia toda vana esperanza, y es que Dios sí reconoce nuestros actos de amor. Y, si además los hacemos por Él intencionalmente -porque no hay inconveniente en que nuestra intención tenga varios destinos complementarios-, ya tenemos asegurado un primer reconocimiento divino, y una primera correspondencia. Más importante que la de cualquier criatura amada, la acepte o no. Además, "pon amor donde no hay amor, y encontrarás amor..."
Pero sin fe, esta espera del hombre puede resultar problemática. Recordemos aquella magnífica película Lo que el viento se llevó, producida en 1939, en la que Scarlett O'Hara encarna la persona egoísta incapaz de pensar en los demás, ni en el bien que le hacen, porque solo piensa en sí misma. Es una obra literaria, una hipótesis llevada al extremo, difícilmente realizable en el hombre aunque posible en otras criaturas espirituales.
La frase citada termina así: "...y si esta correspondencia no tuviera lugar, sería necesario destruir el amor." Dios no ha destruído su amor por nosotros, ni nuestra existencia ni la esperanza de nuestro reconocimiento. Tampoco nosotros deberíamos destruirlo nunca, por la razón que hemos dado: porque Dios está atento siempre a la más pequeña bondad que introduzcamos en nuestras obras. Él la reconoce.
Dios nos ama y, por ello, no deberíamos desesperar nunca en nuestro amor, ni divino ni humano. Aunque en este último terreno se nos haga evidente una buena colección de motivos. Y correspondamos siempre, descubramos los actos de amor que continuamente los demás nos envían, especialmente los seres más familiares, más queridos. Si correspondemos incluso a los actos de sus débiles intenciones de cariño, estamos construyendo una firme convivencia que nos hará felices.
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