viernes, 25 de diciembre de 2020

Jesús, Salvador

 El nombre nos indica claramente de quién hablamos, de cuando nació y para qué. El mundo necesitaba -y necesita- un Salvador, y san Lucas (1-14), nos anuncia que ya ha nacido. ¡Qué bien, qué alivio!


¿De qué nos salva? ¿Cuál es la necesidad tan apremiante por la que necesitábamos ser salvados? Los de formación clásica dirán: del pecado. Los más apremiantes: de la pandemia, de la enfermedad, de la pobreza, de la discriminación. Quizás alguien más agudo acierte con la tecla: necesitamos se salvados de nosotros mismos, de ese centro presente en mí de modo tan insistente como es mi yo: no soy querido, no me tienen en cuenta, van a lo suyo, me dan de lado, me tratan mal, no me consideran...

El egocentrismo, el egoísmo, el amor propio, todo aquello que nos lleva a mirarnos en exclusiva y en primer plano a nosotros mismos. Y llevamos razón, todo eso nos ocurre. Y, lo peor, nos seguirá ocurriendo. Pocas personas piensan en los demás y, cuando lo hacen, sucede a ratos. Un padre trabaja denodadamente por sus hijos, por sacar adelante a la familia. Pero difícilmente no cae rendido en su casa exclamando: ¡estoy muy cansado, no puedo más! Y la mujer advierte a los hijos, no le molestéis y que descanse. ¿Cuánto tiempo necesita de descanso? ¿Habrá descansado lo suficiente cuando despierte, cuando apague la televisión? Rotundamente no. 

Lo mismo le ocurrirá a la madre, pero también lo van repitiendo los pequeños que gritan: ¡estoy cansado! ¿Qué nos pasa para que todos lleguemos a ese estado?

Sí, se nos presenta el cansancio, como se nos acerca la pereza, o un no saber qué hacer para quitarme el tedio, el aburrimiento de tener que hacer lo que no quiero, lo que no me gusta. O bien lo que sí me gusta, pero al poco rato me cansa como todo lo demás. También las personas a la que quiero me resultan pesadas, insoportables.

¿Qué ocurre? Que necesitamos salvación, un Salvador que nos diga como podemos superar esa torpeza que nos acompaña, que nos hace caer rendidos, para levantarnos al poco tiempo cansados de tano descansar.

Un Salvador. ¿Y cuál es su medicina, su receta milagrosa? Jesús, el Salvador, viene a mostrarnos el amor que Dios nos tiene. Esa es la receta de curación. Aquel amor por el que Él mismo vino diligentemente a la tierra "para padecer". Aquél amor que trae consigo tareas, amor al que nos podemos acoger para recorrer el camino de la vuelta al Padre.  Porque solo el amor nos levanta y despabila, solo el amor nos da energía y constancia para culminar el tiempo que nos quede de existencia en la tierra. 

Sí, tenemos razón, estamos cansados, necesitamos un remedio, algo que nos estimule: el amor que Dios nos tiene y al que podemos acogernos para superarnos y encontrar la fuerza de la perseverancia. 

El amor es darse a los demás. "Necesitas olvidarte de ti", ¿y cómo lograrlo? Pensando continuamente en el bien de los demás, en el servicio que les puedo prestar, en algo bueno que hemos visto y que sabemos que le va a hacer bien. ¿Algo material? Sí, muchas veces también. Pero sabiendo que los bienes materiales son duraderos si son consecuencia de los bienes espirituales que les procuramos.

Sí, necesitamos un Salvador. Sin Él nos crecen los problemas. Hasta el punto de que podemos medir nuestro amor a Dios por el número y el agobio que nos produzcan nuestros problemas personales, nuestro hastío y nuestro cansancio. ¿Hay cansancio? Poco amor. ¿Hay asuntos que hacer, estamos entretenidos? Va creciendo. Solo el encuentro con el amor de Dios, manifestado en Jesús, el Salvador, nos puede librar de esa pesada carga del cansancio crónico.

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