David entra en la historia una vez que es ungido por Samuel. La ocasión es que lleva alimento para los combatientes de Israel, entre los que están sus hermanos. Llega al campamento en el momento en que el filisteo Goliat está desafiando a un combate singular a algún guerrero israelita. Miedo en estas filas, empezando por el mismo rey.
David protesta en voz alta de las acusaciones y las mofas de Goliat. Juzga el pequeño que está ofendiendo a los soldados que combaten la causa de Yavé, y por tanto a Yavé mismo. ¿Qué está diciendo? ¿Quién se cree que es?
Tan apurado está Saúl que permite que David salga a luchar. La inspiración divina debió jugar su papel. David no necesita grandes utensilios bélicos. Le basta saber que defiende la verdad de su pueblo, basada en la revelación de Dios. De una buena pedrada tumba al filisteo, corre y con su propia espada le corta la cabeza. Está claro, David sabe de parte de quien lucha, de parte de la verdad, que es Dios. Goliat se pierde en la mentira.
Qué importante es estar en la verdad. Con ella siempre se vence, a la corta, a la larga, o a la muy larga, en la otra vida. Pero la verdad es vencedora. Cuántas mentiras humanas han tratado de imponerse por la fuerza, la presión, la abundancia de medios para combatir, como es el dinero y los medios de comunicación. Pasó con la revolución por la libertad, el nazismo, el marxismo. Y hoy día con las ideologías cargadas de sexo y de groserías.
Pero no está en ellas la verdad. A algunas se los cortó la cabeza hace tiempo, otras se imponen, quieras que no, en la vida social. Y a través de esta, en la vida familiar e individual. David fue valiente y supo afrontar la verdad. ¿Y tú, y yo?
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