jueves, 9 de febrero de 2017

"Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros", son las palabras que recoge el evangelista san Lucas (22,15) de la boca de Jesús al comenzar la cena.

Jesús ha comido muchas veces con sus Apóstoles, en el campo, invitados por Mateo, por Zaqueo, por alguna persona curada, pero esta vez la comida es esperada con fruición: "ardientemente".

La cena de esta noche es ritual, Rememora un hecho sagrado: la providencia manifiesta de Dios sobre el pueblo judío al salvarlo de Egipto. Primero, el alimento fue particularmente elegido y manifestado a Moisés para que lo comunique a todos; segundo, tiene carácter de sacrificio, de holocausto ofrecido a Dios; por último, todos deben comer, participar del sacrificio porque es una necesidad vital: han de salir a todo correr huyendo de los egipcios y han de estar bien alimentados para resistir el esfuerzo.
Por un momento, pensemos en nuestra comida ordinaria: solemos decir una oración, y una de ellas traza un paralelismo con la vida eterna. El pan y los alimentos recuerdan la creación y el mandato de Dios de dominar la tierra y hacerla útil para la vida del hombre. De esa manera se fortalece, prolonga su vida para culminar su tarea. En la fiestas, quizás sumemos un pequeño extraordinario.


Ahora Jesús hace también un extraordinario porque la sala está bien elegida, la comida está bien preparada, y Él ha comenzado lavando los pies, realizando un acto de servicio verdaderamente ejemplar. La conversación es profunda y se prolonga en la sobremesa. Jesús habla de su relación con el Padre, y después de su relación con el Espíritu Santo.

Pero Jesús guarda una sorpresa. Al alimento preparado añade Él su Cuerpo y su Sangre. La materia está tomada de la tierra, pero hay una conversión de la realidad cuando dice "esto es mi Cuerpo", "esta es mi Sangre". No lo 'masticarán', pero sí entrará en su interior. Entra para asimilarse a nosotros, para fortalecernos, para aumentar nuestra vida interior, para que continuemos hasta la vida eterna. Se ve que le interesamos cada uno, nuestras tareas, nuestras preocupaciones y nuestras necesidades.

Desde muy pronto, los Apóstoles 'hacen memoria', pero no principalmente de la cena prescrita por Moisés, sino sobre todo de la Última Cena de Jesús. Leerán previamente el Antiguo Testamento, que prepara la venida de Jesús, y después el Nuevo. De esta manera se unen a Jesús y, por Él, al Padre y al Espíritu Santo.

Después hacen memoria de los Apóstoles, de los mártires y los santos. Se pide por los difuntos y por los vivos, diseminados por tantos lugares. Recordarán la larga preparación de Jesús para la celebración, y el largo acción de gracias. Y especialmente recordarán emocionados la participación de la Virgen María, muy discretamente, en la Cena, su larga preparación desde que concibió a Jesús hasta su nacimiento y la Comunión Eucarística y su prolongada Acción de gracias, pidiendo continuamente por la Iglesia, por los que continúan la obra de su Hijo por todo el mundo, con esfuerzo, con sacrificio.

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