domingo, 4 de diciembre de 2016

Preparando la Navidad

Sobre el amor de Dios han tratado las Escrituras, el Magisterio de la Iglesia y grandes santos, entre los que hay que contar a Tomás de Aquino. En su conocida Suma teológica, afronta este tema en la primera parte, cuestión veinte. Lo hace partiendo de la voluntad. Quizás no sea el mejor punto de partida pero si se expone bien el tema da igual desde donde se empiece.

Nos dice que amor es el primer impulso del apetito al fin, que es el bien. Amor quiere decir ‘unión’, de modo que el apetito quiere unirse al bien, por eso puede llamarse amor. El amor es el pegamento que actúa en dos elementos, apetito y bien. Se entiende por apetito no sólo el apetito sensible, sino también la voluntad. Se llama apetito porque ‘apetece’, porque busca el bien que le es propio obtener.

Dios ama cuanto existe, lo ha creado para amarlo, para estarle cercano, muy unido. Dios ama al hombre y ha querido que el hombre alcance bienes.

Pero Dios –va diciendo el santo-, ama a los hombres desigualmente. Quiere sobre todo que a través de los bienes materiales consigan los espirituales. Pero el hombre se ha hecho un ávido consumidor de bienes materiales con desprecio incluso de los espirituales, y eso no puede ser. Por eso, en bien de todos, elige hombres concretos que recuerden y restituyan el orden entre los bienes. A esas personas las quiere más, los llena de mayores gracias pero porque los expone a mayores peligros. Desde hace mucho tiempo, defender públicamente los dones espirituales de Dios y moderar los materiales se ha vuelto peligroso.

El caso extremo es el de Jesucristo. Dios, Hijo muy querido de Dios, ha venido a la tierra a proclamar la primacía de Dios. A sufrido persecución y agresiones morales y corporales, y a muerto con toda ignominia en la cruz, porque se ha querido destacar que es un proscrito en la sociedad interesada de los hombres. Tuvo todo el apoyo del amor del Padre y del Espíritu Santo, fue especialmente querido y apoyado interiormente, porque su misión era dura y salió de ella con éxito. Dios ha querido a Jesucristo más que a nadie.

Lo mismo sucede con los santos, todos han tenido que sufrir más que todos los demás. Han sido personas predilectas, con mucha gracia, con mucho amor de Dios, y han salido victoriosos para bien de todos.

Conviene considerar, de la mejor manera que veamos, el amor de Dios que se nos muestra en esta Navidad. El Adviento es tiempo de preparación. Sería deseable que cada uno distinguiésemos  el amor que Dios nos tiene, incluso a través de nuestra escasa salud o de las dificultades que tengamos en la vida familiar o social. Somos elegidos para amar y para superar por amor a Dios y a los demás esas situaciones. Tenemos gracia para ello. Conviene poner en ello nuestra atención.

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