Jesús viene a enseñarnos. Pero dice el Evangelio de Él, que de niño crecía en edad, sabiduría y gracia. De modo que Jesús también aprende. Aprende en cuanto hombre todo lo que en el seno de Dios se había decidido comunicar a los hombres a lo largo de la historia. Por tanto, de niño aprende la Palabra de Dios a los hombres.
Y ya crecido, de mayor, lo muestra muy bien cuando habla a las gentes. Conoce muy bien a Moisés -la Torah, los mandamientos-, que Él mismo glosa y perfecciona. En diversas circunstancias insta a los judíos a que acudan a la Sagrada Escritura. Así lo hace, por ejemplo, cuando le preguntan sobre la solidez del matrimonio y el divorcio tolerado por Moisés. Jesús reza el 'gran Hallel', los salmos 113-118 que se recitaban en la cena de la Pascua, y tiene en sus labios el salmo 22, 'Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?'
Sabido es que la Escritura recoge las palabras que Dios dirige a los hombres en diversos momentos: para orientarles a corto plazo, y sobre todo para anunciarles la venida del Mesías. Puede considerarse ese texto como las palabras del Verbo con vistas a su venida. Y cuando vino, y habló directamente con las gentes, como las palabras que dirigió cara al futuro, preparando el porvenir. De modo que Jesús es el protagonista de la Biblia y su autor. Aún cuando se atribuyen al Espíritu Santo, por cierto, perfectamente unido al Verbo en todo.
De modo que la formación se imparte y se recibe. Se imparte, porque las palabras importantes que resuenan en el mundo son las palabras de Dios, el resto es mero 'palabreo'. Y se recibe, porque si se imparte y no se recibe no se puede hablar en manera alguna de formación.
Cualquier otra lectura religiosa o espiritual de provecho, ha de rezumar enseñanza revelada. Si no, tampoco vale. La experiencia, las reflexiones de cualquier hombre pueden ser acertadas. Pero lo serán si coinciden con las de Dios. Mejor que provengan de Él o se refieran a lo dicho por Él.
La lectura constituye un gran depósito de conocimientos para pensar y hacernos madurar. 'La lectura ha hecho muchos santos', dice Camino 116. En esas palabras está encerrada la experiencia de san Josemaría, pero también la de santa Teresa, san Ignacio de Loyola, y tantos santos y Padres de la Iglesia. Si no hay lectura bien fundada, hay 'pedaleo' mental y poco más. Pero eso tiene una importancia menor. Futuro, futuro, solo puede darlo la lectura sagrada.
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