viernes, 11 de diciembre de 2015

Un tiempo inmisericorde

Debemos leer la Bula del Papa Francisco convocando el Jubileo de la misericordia para este año, del 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción de María, al 20 de noviembre del próximo año, solemnidad de Jesucristo Rey del Universo.

Debemos leerla porque cualquier comentario no la suple, sino que la supone. Y así podremos ver que en el punto 3 se citan tres circunstancias por las que se hace muy conveniente meditar sobre la misericordia.

La primera, porque se acumulan las acciones crueles que suponen un 'bajón' de misericordia en el corazón de demasiados hombres de nuestro tiempo. Y no solo están las guerras con pretextos diversos, o el terrorismo, o la falta de consideración en la contaminación del planeta, o la corrupción que supone siempre un robo injusto del dinero ajeno, sino que podemos descender a los conflictos en el matrimonio, la separación y el divorcio, el aborto, la mala educación dada a los hijos, etc. Todo ello lo detectamos en nuestro entorno cercano, es decir, incluso en nuestra propia familia más íntima.

La segunda razón, porque la fiesta de la Inmaculada nos recuerda el inicio, más en serio, del enfrentamiento al 'dragón antiguo' y a su descendencia, por parte de la Mujer y su descendencia, que es sobre todo Jesucristo pero en la que estamos apuntados todos los hombres de buena voluntad, y debemos ser más conscientes los cristianos.

En tercer lugar, el aniversario de la clausura del Vaticano II, que se había iniciado con el deseo de reconvertir la Iglesia, después de una larga y complicada historia de siglos, en un seguimiento sencillo y entusiasta a Jesucristo. Volver a la sencillez del Evangelio, a los momentos de la predicación del Señor y de sus apóstoles.

En el Nacimiento de Jesús y en su muerte en la Cruz,
es donde más `profundamente se perciba la
misericordia de Dios con nosotros
'Misericordia', conmoción del corazón ante las miserias propias y ajenas. Si lo meditamos despacio,
la misericordia que nosotros podemos desarrollar no debe
proceder solamente de nosotros. Si solo fuese cosa nuestra, lo más probable es que la misericordia se convirtiese en temor y en perplejidad: ¿qué podemos hacer para atajar todos los males? La misericordia ha de proceder de Dios, y la nuestra debe alimentarse de su profundidad.

El asombro más total se produce cuando entendemos que, respecto al hombre, limitado y pecador, Dios tiene misericordia porque quiere y porque quiere ser fiel a su deseo de amparar al hombre necesitado.

El trasfondo de la Bula, es la enciclica de Juan Pablo II Dives in misericordia, (Rico en misericordia), de 1980. Explicando maravillosamente la parábola del hijo pródigo, insiste el Gran Papa en hacernos ver que lo que encanta al Padre de su hijo arrepentido, es que ha vuelto a retomar su dignidad perdida. Era una buena persona y un buen hijo. Se perdió en sus vanos deseos de felicidad mediante acciones impropias. Pero lo ha reconocido, aunque fuera por el dinero perdido, Lo ha reconocido y viene a pedir perdón y a empezar una nueva vida con toda humildad. El Padre parece que exclama:    -¡Este es mi hijo!, ya sabía yo que era bueno. Ahora vuelve a serlo, vuelve a ser mi hijo querido.

Hay que rezar por todos los hombres de nuestro tiempo, para que todos renovemos el deseo de ser buenos y de portarnos bien. Hemos de ver la alegría que esto produce en Dios y en el bien que podemos establecer entre nosotros. Todo ello, si utilizamos con más frecuencia el perdón de nuestros pecados, de nuestras faltas, de nuestros descuidos, que lo pequeño lleva a lo grande.

Ante la falta de misericordia, un actitud de petición de perdón a Dios y a los demás, y una actitud de perdón hacia los que no actúan bien en el mundo. Uniendo a ello nuestra oración, nuestra peregrinación a los lugares establecidos para pedir por la implantación de la misericordia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Dios es misericordioso, pero me parece que no solo hemos de saberlo sino que deberíamos intentar serlo nosotros. Siento decir que en estos días estoy descubriendo diversos, múltiples, juicios peyorativos sobre personas que yo mismo hago. Sobre mis compañeros, sobre los clientes..., pero también los hago de mis hijos y de personas queridas. Y como el ladrón del dicho popular, creo que quizás somos todos de la misma condición. Sugiero que lo pensemos.