viernes, 23 de octubre de 2015

La ley de Dios

     Este año habrá un jueves al mes una clase de teología moral, que se imparte en lugar de las Catequesis de otros años. Podremos encontrar una reseña de ellas en la columna lateral de la izquierda del blog, en el apartado Páginas.

Clase I. La ley de Dios

Se entiende por ley de Dios la misma sabiduría divina acerca de lo creado. Como repite en diversos lugares santo Tomás de A., sólo quién es inteligente puede organizar con precisión. Sólo quien entiende con claridad de qué estamos tratando, puede organizar lógicamente su comprensión y su puesta en práctica. 

La creación no parece irracional, casual, espontánea o precipitada. De ello tenemos a favor el testimonio de la actividad científica, que se inició por la convicción de que en la naturaleza hay orden, hay leyes que el hombre puede descubrir. Así ha sido y la ciencia continúa su marcha en un progreso exponencial. Gracias, insistimos, a la ley universal y eterna. Son supuestos, pero de ellos parte la ciencia y la acción humana. Se piensa que esa montaña va a seguir ahí, o que ese río va a llevar un caudal de agua regular. Si no es así se estudiaran los porqués y se intentarán conocer sus nuevas leyes.  

Si las criaturas tienen leyes determinadas, la criatura humana es un ser libre. Las leyes gobiernan su organismo, su naturaleza, pero no su persona, su ser no orgánico sino espiritual. El hombre es inteligente y libre. Por tanto, puede 'asomarse' a las leyes puestas por Dios y manejarse con ellas. Otro problema es que se crea el 'rey del mundo' por encontrar unas cuantas y poder organizarse 'el mundo humano', la cultura bajo la que nos regimos con leyes -jurídicas, estéticas, administrativas, etc.- hechas por el hombre. Es sabido que Augusto Comte postuló el dominio de la 'diosa razón', de la ciencia como nueva religión, de la posibilidad de dejar a un lado a Dios. Dios y su vida sería el misterio y lo irracional; el hombre sería lo racional y sensato. 

Pero ya hemos visto que la sabiduría divina requiere una máxima inteligencia y la creación un máximo poder. El hombre no puede suplantar a Dios porque ni su sabiduría es máxima ni su experiencia de la realidad es completa, sólo es aproximativa. Es tonto abandonar a quien únicamente nos puede orientar de manera fiable.  Otra cosa es que debemos comprender cómo lo hace.

Se entiende por ley de Dios la misma sabiduría divina acerca de lo creado. Como repite en diversos lugares santo Tomás de A., sólo quién es inteligente puede organizar con precisión. Sólo quien entiende con claridad de qué estamos tratando, puede organizar lógicamente su comprensión y su puesta en práctica. 

La creación no parece irracional, casual, espontánea o precipitada. De ello tenemos a favor el testimonio de la actividad científica, que se inició por la convicción de que en la naturaleza hay orden, hay leyes que el hombre puede descubrir. Así ha sido y la ciencia continúa su marcha en un progreso exponencial. Gracias, insistimos, a la ley universal y eterna. Son supuestos, pero de ellos parte la ciencia y la acción humana. Se piensa que esa montaña va a seguir ahí, o que ese río va a llevar un caudal de agua regular. Si no es así se estudiaran los porqués y se intentarán conocer sus nuevas leyes.  

Si las criaturas tienen leyes determinadas, la criatura humana es un ser libre. Las leyes gobiernan su organismo, su naturaleza, pero no su persona, su ser no orgánico sino espiritual. El hombre es inteligente y libre. Por tanto, puede 'asomarse' a las leyes puestas por Dios y manejarse con ellas. Otro problema es que se crea el 'rey del mundo' por encontrar unas cuantas y poder organizarse 'el mundo humano', la cultura bajo la que nos regimos con leyes -jurídicas, estéticas, administrativas, etc.- hechas por el hombre. Es sabido que Augusto Comte postuló el dominio de la 'diosa razón', de la ciencia como nueva religión, de la posibilidad de dejar a un lado a Dios. Dios y su vida sería el misterio y lo irracional; el hombre sería lo racional y sensato. 

Pero ya hemos visto que la sabiduría divina requiere una máxima inteligencia y la creación un máximo poder. El hombre no puede suplantar a Dios porque ni su sabiduría es máxima ni su experiencia de la realidad es completa, sólo es aproximativa. Es tonto abandonar a quien únicamente nos puede orientar de manera fiable.  Otra cosa es que debemos comprender cómo lo hace.

Se entiende por ley de Dios la misma sabiduría divina acerca de lo creado. Como repite en diversos lugares santo Tomás de A., sólo quién es inteligente puede organizar con precisión. Sólo quien entiende con claridad de qué estamos tratando, puede organizar lógicamente su comprensión y su puesta en práctica. 

La creación no parece irracional, casual, espontánea o precipitada. De ello tenemos a favor el testimonio de la actividad científica, que se inició por la convicción de que en la naturaleza hay orden, hay leyes que el hombre puede descubrir. Así ha sido y la ciencia continúa su marcha en un progreso exponencial. Gracias, insistimos, a la ley universal y eterna. Son supuestos, pero de ellos parte la ciencia y la acción humana. Se piensa que esa montaña va a seguir ahí, o que ese río va a llevar un caudal de agua regular. Si no es así se estudiaran los porqués y se intentarán conocer sus nuevas leyes.  

Si las criaturas tienen leyes determinadas, la criatura humana es un ser libre. Las leyes gobiernan su organismo, su naturaleza, pero no su persona, su ser no orgánico sino espiritual. El hombre es inteligente y libre. Por tanto, puede 'asomarse' a las leyes puestas por Dios y manejarse con ellas. Otro problema es que se crea el 'rey del mundo' por encontrar unas cuantas y poder organizarse 'el mundo humano', la cultura bajo la que nos regimos con leyes -jurídicas, estéticas, administrativas, etc.- hechas por el hombre. Es sabido que Augusto Comte postuló el dominio de la 'diosa razón', de la ciencia como nueva religión, de la posibilidad de dejar a un lado a Dios. Dios y su vida sería el misterio y lo irracional; el hombre sería lo racional y sensato. 

Pero ya hemos visto que la sabiduría divina requiere una máxima inteligencia y la creación un máximo poder. El hombre no puede suplantar a Dios porque ni su sabiduría es máxima ni su experiencia de la realidad es completa, sólo es aproximativa. Es tonto abandonar a quien únicamente nos puede orientar de manera fiable.  Otra cosa es que debemos comprender cómo lo hace.

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