domingo, 5 de julio de 2015

Hipócrates médico y la Bioética

 NB. El original pertenece a José María  Barrio Maestre, y puede leerse en  Almudi.org habiendo sido publicado el 25 de mayo de 2015. Me he permitido reducir e introducir algunas variaciones al texto, pero sin cambiar en absoluto su sentido, 


Pese a haber vivido en el siglo V a.C., aún se consi¬dera a Hipócrates el patriarca de la Medicina moderna, pues es quien sistematiza la práctica clínica desgajándola de las artes curativas. Nacido en la isla de Cos, en el mar Egeo, fundó allí una Escuela de Medicina en la que sometió a una disciplina racional las técnicas curativas hasta entonces vigentes, muchas de ellas próximas a la magia. Comenzó a registrar protocolos clínicos basados en una observación patológica pormenorizada, entendió la importancia de establecer la etiología de las enfermedades y de inducir su presencia a partir de síntomas característicos, descubrió el valor de la historia clínica y de ciertos conocimientos de tipo pronóstico de cara a plantear las terapias más razonables, etc.

Pero su principal legado, que ha consolidado la Medicina como una profesión de ayuda con
una importante carga de humanismo, es la enseñanza de que el médico no ha de limitarse a ver enfermedades, sino que debe ver siempre detrás de ellas a los enfermos, es decir, a personas con necesidades y carencias (pacientes).

Lo más destacable de la tradición hipocrática es el alto grado de exigencia ética que desde entonces el imaginario colectivo ve asociado a la práctica médica. Los discípulos de Hipócrates comenzaban su ejercicio profesional con una declaración de principios −el famoso juramento hipocrático−: «Aplicaré mis tratamientos para beneficio de los enfermos, según mi capacidad y buen juicio, y me abstendré de hacerles daño o injusticia». El médico hace suya esta convicción y la transmite a otros. En Occidente a los médicos se les suele llamar «doctores», no porque hayan hecho estudios de tercer ciclo universitario −muchos no los han hecho−, sino porque el espíritu de servicio característico de su ethos profesional y de su vocación les hace capaces de enseñar (docere), de transmitir −sobre todo con el ejemplo- cómo hacer un trabajo abnegado, siempre dispuesto a servir a quien lo necesite, un legado que entraña una fuerte carga ética.

La ética hipocrática no es un código de buenas prácticas. Hipócrates no dice mucho a sus discípulos sobre lo que positivamente han de hacer en el ejercicio de su profesión: la conciencia moral y profesional de cada uno será en cada momento la instancia decisiva. Pero sí dice algo muy concreto sobre lo que un médico, en tanto que médico, nunca debe hacer: matar. Ceñirse a ese límite en ningún caso supone una restricción a su iniciativa médica. Más bien implica garantizar que lo que hace es un acto médico.

Hipócrates exigía a sus discípulos un compromiso que tiene dos aspectos: uno positivo y otro negativo, muy concreto. El primero, ser médico significa asumir un principio incondicional de conciencia que ha pasado a la historia de la Medicina como paradigma del buen hacer: el médico ha de dispensar un profundo respeto a toda vida humana desde la concepción hasta la muerte natural. Solo con esta convicción, ciertamente, el médico no resuelve su tarea, pero sin ella es imposible ejercer la Medicina. La conciencia no puede suplir la ciencia ni el arte de curar; pero es una guía que marca el norte para que la acción no se pierda. Por ejemplo, en estos aspectos concretos: «No dispensaré a nadie un tóxico mortal activo, incluso aunque me sea solicitado por el paciente; tampoco daré a una mujer embarazada un medio abortivo».

La bioética nació con el propósito de que el personal sanitario pudiera trabajar en paz en un hospital con un mínimo de principios y resoluciones acordadas. La bioética entra a formar parte de la Ética especial, ciencia consolidada. La bioética pretende llegar a serlo, pero está inmersa en muchas discusiones. Refleja un modo de ver las cosas según el cual el juramento hipocrático habría de tenerse poco menos que de «fundamentalista»: algo obsoleto e inadaptado a las exigencias de los tiempos que corren, tan reacios a de-jar sitio a la representación de algo parecido a un deber categórico, a un mandato absoluto. Eso sería «absolutismo». Hace ya tiempo que el pluralismo axiológico pide más bien actitudes relativistas, o, lo que parecería ser lo mismo, ir con más calma: No hay que tomarse las cosas a la tremenda; no todo es blanco o negro, hay una amplia escala de grises. Todo depende de las circunstancias. O, quizás habría que decir, todo depende de las conveniencias.  

1 comentario:

Julio Enrique dijo...

La Bioética es parte de la Ética, la Ética es ciencia pero no la Bioética... Quizás ha querido decir: La Bioética ha querido formalizarse como ciencia y no lo consigue; en realidad sus contenidos son ya tratados por la Ética Especial.