lunes, 30 de marzo de 2015

¿Dónde está el amor?

¿Cómo ha instalado Dios el amor entre los hombre?

De dos maneras: una natural, es decir, directamente mediante la creación; y otra de un modo sobreañadido, superior, sobrenatural.

Respecto al primer modo, toda la creación supone el amor de Dios: querer que las cosas existan es el modo más adecuado para indicar que se las quiere existiendo, vivas y bellas. A este primer modo pertenece el matrimonio y la familia humana. Dios creó al hombre, hombre y mujer. Para quien tenga ojos en la cara eso significa que quiso, como las palabras del Génesis indican, que fueran ellos los encargados de procrear y educar a su prole. La inteligencia animal no da mucho de sí y los cuidados maternos no duran durante mucho tiempo. Pronto los hijos quedan desatendidos y son dejados a sus propios cuidados.  Pero el hombre –hombre y mujer- no obran así: procuran encauzar al hijo y le siguen la pista –a él y a su descendencia-, durante mucho tiempo.

 Por tanto, puede decirse que el amor creador de Dios deja paso al amor humano para que sea él quien traiga por amor y en el amor a los hijos, en ambiente de atenciones y delicadezas recíprocas. Es de admirar la audacia divina de dejar el encargo de amar y de iniciar en el amor a los hombres y mujeres del mundo. A cargo de cada uno queda la libertad para elegirse en un ambiente dominado por el enamoramiento. Algunos dicen que este enamoramiento es ciego. Pero no debe serlo si se tiene en cuenta la trascendencia del encargo.

 Se habla de vocación al matrimonio, y es así. Hombres y mujeres, en su gran mayoría son llamados al matrimonio. Pero el enamoramiento no determina la elección. El hombre, además de sentimiento y pasión, es también racional. Y si la persona está suficientemente educada, sabrá por sí misma que debe tamizar, no para frenar sino también para reforzar, la elección.

Este es el primer modo –doble, como hemos visto: creación en general y creación específica de la pareja- de promover y conservar el amor en el mundo.

Pero hay un segundo modo y éste es especial porque no es creado: la encarnación del Hijo de Dios, por amor, para hablarnos del amor eterno, que supera incluso la necesidad de una inmolación. Y aquí tenemos la Semana Santa para meditar en ello: sin duda alguna, el tema más profundo e interesante que hemos de meditar para encarnarlo también nosotros, porque posiblemente la encarnación de cada personal sea completamente distinta. Y el sello de este amor, como el sello del amor matrimonial humano sean los anillos que se entregan el dia de la boda, el sello de Jesucristo es la Eucaristía. Quien la toma reconoce el ejemplo de Jesús y en Él encuentra el alimento para llevarlo a cabo en su aventura personal.

El sello que recuerda y une el amor de Dios y nuestro amor a Él es la Eucaristía, contenedora de la energía que no desmaya  y que necesitamos para ser constantes en nuestros propósitos cara a Dios y cara a los demás. 


3 comentarios:

Dolores F. dijo...

Me ha parecido muy bonito y muy verdadero. Gracias

Antonio dijo...

Creo que podría añadirse la amistad como otra fuente de amor en el mundo, como dice su comentario. Gracias a ella hay nuevos detalles de afecto y comprensión.

Francisco Molina dijo...

Llevas toda la razón. También la amistad, que tan misteriosamente surgen en muchas ocasiones, es un gran medio para introducir el amor humano y divino en el mundo. Gracias por la observación.