-¿Quién soy yo para vivir una fe firme? ¿Quién soy yo para decirle a nadie lo que tiene que hacer? ¿Podré vivir la fidelidad en la vida matrimonial? ¿Educar es muy difícil, cómo podré hacerlo?
Preguntas que, de alguna manera, recuerdan el Evangelio leído hoy en la Misa: -'¿De Galilea puede salir algún profeta? Ninguno hay que haya nacido en Galilea'. La verdad es que eso no es ninguna dificultad para que en un momento dado nazca alguno pero, puestos a dudar o a negar...
Pero Dios quiere contar con gente como tú. Quiere gente que le eche una mano, tú por ejemplo. ¿Qué pasa, que tu pueblo no está en el mapa? Todos los nacidos podemos responderla llamada de Jesús. Para eso solo es necesario: a) que oigan la llamada; b) que presten atención; c) que quieran seguirla.
En realidad para hacerlo lo primero de todo es que hay que ser una persona hecha y derecha, humana y sobrenaturalmente, por lo menos hemos de estar bien cimentados. ¿De qué manera? La que sea, muy pronta y muy directa o tardía y haciendo eses. Por ejemplo, hemos se de gente sincera, que ame la verdad, diligente, con capacidad de servir a la gente, con experiencia del sufrimiento, sabiendo dar sin recibir...
No es fácil, pero sí lo es cuando buscamos la voluntad de Dios y entendemos que no hacerlo es vivir en la mentira. Esto es capital.
También lo es en el noviazgo, cuando se busca la persona con la que poder casarse. Hace tres días decía el Papa Francisco que el matrimonio es bello porque es un reflejo de su amor en las personas que se quieren, y porque prolongan sus planes de amor creador, colaborando en la venida de nuevas criaturas al mundo. Pero el matrimonio cristiano es un vínculo con Dios, principalmente. Debe serlo, si no, puede predominar en él la fragilidad en lugar de la firmeza.
¿Y cómo educar, qué enseñar? Muchas cosas pero la primera es que papá y mamá buscan la voluntad de Dios y la viven. Después viene todo lo demás y según las necesidades de la edad y de cada hijo. ¿Cómo enseñar la vida cristiana? Queriendo encontrar la voluntad de Dios en diálogo con Él, sabiendo que siempre la sugiere, y siguiéndola como dicte una prudencia audaz, sin dudas, con sacrificio.
Si no, en lugar de la paz y la alegría empezarán las peleas. "Permiso, gracias, disculpa", son las tres palabras habituales que deben dejarse oír en en la familia, según el Papa Francisco.
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