En la revista PALABRA, en el número de marzo de 2013, en las páginas 22 y 23, Jesús Azcárate publica un sencillo e interesante artículo con el siguiente título: "Hasta ahora, solo Celestino V había renunciado sin presión alguna".
Y cuenta la vida de san Celestino V: en 1292 muere el papa Nicolás IV y los cardenales se hallan divididos. Hay dos años de sede vacante y finalmente se nombra papa a un sencillo y santo ermitaño llamado Pedro Murrone. Tres emisarios son enviados a Sulmona, donde vivía y el ermitaño trata de huir, pero el pueblo le cerca y al final ha de aceptar. El 29 de agosto de 1294 es entronizado.
Pero en aquellos tiempos el papado debía lidiar con los reyes y poderosos, y el nuevo papa siente muy pronto su falta de preparación y de aptitudes. Quiso dejar el gobierno en manos de tres cardenales, pero los demás le protestaron. Finalmente el 13 de diciembre de 1294 reúne a los cardenales en consistorio, lee su renuncia, se quita la ropa de pontífice y queda con su sencillo sayo sentado en un taburete. Habían pasado poco más de tres meses.
El subtítulo del artículo dice así: "Otros seis papas dimitieron para conjurar un cisma o después de haber sido deportados o desposeídos". Lo más llamativo es el llamado Cisma de Occidente, cuando la política de los países europeos influye de nuevo en los cardenales. Es nombrado Gregorio XII legítimamente. Pero también es nombrado después Benedicto XIII y Juan XXIII. Ante la división, el papa legítimo decide renunciar. También lo hace el pretendido papa Benedicto XIII. No así Juan XXIII, elegido en un concilio de modo ilegítimo. El nombre lo adoptó recientemente el cardenal Roncalli, el papa que convocó el Vaticano II, para dejar claro que su predecesor en la nominación fue un falso papa. Otros tres papas renunciaron, los tres santos, san Ponciano, san Silverio y san Martín. Algunos otros no está probado que lo hicieran.
Pío VII fue obligado a ir a París por Napoleón que quería que residiera en París. El papa le informó que había firmado su renuncia para el caso de que fuera forzado a ello, y lo dejó marchar. Pío XII, por su parte, había firmado también su renuncia para el caso de que fuera arrestado por Hitler cuando entraron las tropas alemanas en Italia, y deportado. Cosa que no sucedió.
Como se ve hay precedentes de renuncia en casos verdaderamente extremos, cuando algunos papas vieron que les sería imposible gobernar la Iglesia y era necesario que una persona libre lo hiciera. Se requiere amarla mucho y no desearle complicaciones, y confiar plenamente en Dios. Confiemos, también ahora, en Él y pidamos por el nuevo Pontífice.
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