martes, 26 de junio de 2012

LA OBRA, UNA CATEQUESIS


En los textos de la Misa dedicada a San Josemaría, leemos, primero, que el Señor puso en la tierra al hombre para que trabajara (Gen 2, 4b-9,15); después, que hemos de saber que somos hijos de Dios en Cristo; por último, se recuerda aquella pesca prodigiosa mediante la cual Jesús recuerda a sus discípulos que han de dedicarse a sus hermanos los hombres, como Él mismo había hecho hasta entonces, para hablarles de Dios e indicarles el camino del reino de los cielos.

Estatua colocada en el Vaticano
En definitiva, los tres textos de la Misa nos recuerdan puntos elementales de la doctrina de la Iglesia. Se entiende por doctrina las verdades inamovibles, seguras, que son el punto de arranque de cualquier otra deducción. San Josemaría insistía: para la santidad, doctrina, para el apostolado, doctrina. No podemos errar y ofender a Dios por ignorancia, no podemos equivocar a los demás o mostrarnos indiferentes ante acciones humanas que causan daño a las personas y a la convivencia social. La fe que hemos de tener no es la del carbonero iletrado, sino la del carbonero o el catedrático que se ha molestado por conocer a Dios y el camino que nos marca en esta vida.

El día 25 de junio se recordaba en el Opus Dei, con agradecimiento a Dios, la ordenación de los tres primeros sacerdotes que provenían del laicado de la Obra. Los tres tienen abierto el proceso de beatificación. Los tres eran ingenieros, listos, que enseguida comenzaron a trabajar una vez terminada su carrera. Dios había comunicado a San Josemaría que del laicado de la Obra debían proceder los sacerdotes que se dedicasen al apostolado de la institución. Le dolía llamarlos al sacerdocio viéndolos tan encajados en su trabajo, pero por otra parte era necesario que hubiese ya sacerdotes que trabajaran como tales en la predicación, los sacramentos, la dirección espiritual. Y quiso para ellos una formación exigente en filosofía y teología, que algunos buenos profesores refugiados en España durante la guerra mundial pudieron impartirles.

¿Y cómo se ha prolongado esa exigente formación que San Josemaría quería para todos los fieles de la Obra? Mediante una continua catequesis. Recordemos que la catequesis es la enseñanza de 'todo' el fondo de doctrina pero enseñado de manera concéntrica, con círculos pequeños para los niños, ampliados para los mayores. Un estudio exhaustivo pero acomodado a la situación de cada uno -casados, estudiantes, obreros, etc.- y, junto a ello, un breve recordatorio semanal, mensual, de algunos puntos de doctrina y el modo de aplicarlos a la vida cotidiana. Todo ello unido a una breve ayuda espiritual, que fortalezca y ponga ritmo a la práctica cristiana.

Se trata de imitar a los mejores, a Jesucristo niño y adolescente, a la Virgen María, persona en la que tiene asiento la Sabiduría de Dios desde el inicio. Siendo constantes en ello evitaremos errar, mejor, acertaremos en nuestras decisiones humanas porque nos inspiraremos en la voluntad de Dios. Y nuestra piedad no será sentimental, ignorante, intermitente... Buscaremos a Dios como hijos que usan su inteligencia, y alimentan su cariño mediante el conocimiento y la comprensión de las cosas. Esa logiké latréia, de Romanos 12,1, que nos ha recordado Benedicto XVI.

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