miércoles, 2 de febrero de 2011

Como el anciano Simeón (A propósito del 2 de febrero)

A toda persona buena, que obra bien, se la puede admirar e imitar.

Simeón es admirable. Por su lectura y meditación de los textos Sagrados, por su atención concentrada en Dios y por su conocimiento de los acontecimientos de su tiempo. Y por sus peticiones urgentes pidiendo la venida del Salvador, Simeón es también digno de imitar.

Quizás nos diferenciamos de él en que tenemos un trabajo profesional laico, no religioso. Quizás en que tenemos una familia que hemos de atender y que sacar adelante. Pero, por lo demás, todo es igual. Somos gente de nuestro tiempo, deberíamos conocer bien la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, y deberíamos estar deseando vivamente que venga el Salvador y nos eche una mano, porque es necesario orientar acertadamente nuestros asuntos personales y los asuntos públicos. Nosotros y toda la gente de nuestro entorno.

Y pide a Dios ¡verlo! No querría morir sin ver esto encauzado, con el Salvador prometido ya en la tierra y orientándonos a todos nosotros. ¡Y se le concede!

La actividad de Jesús fue arroyadora, con palabras, signos y obras admirables. Habló y actuó. Fue seguido, pero también fue contestado, violentamente contestado, cruelmente tratado: Él, inocente y generoso. Quedaron doce y varias docenas más de discípulos. Su trabajo posterior fue lento, con mucho esfuerzo, con una aprobación escasa. ¡Qué difícil, y que paciencia se necesita, para soportar la libertad (y la pereza, y la ambición y la porquería) de los hombres!

Simeón fue paciente. Y no digamos Ana. Pero algo vieron, en concreto lo fundamental: la llegada del Salvador a la tierra. Hemos de verlo también nosotros, tenerlo en brazos, acompañarle cada día en sus andanzas, y escuchar los consejos que da a voces y al oido de cada hombre. Y hemos de hacernos eco, porque entendemos que todo buen cristiano, como todo buen judío, ha de preparar los caminos del Señor sobre la tierra.

3 comentarios:

Nacho Acedo dijo...

Al hilo del pequeño debate del otro día en clase de compendio, sobre la aparente contradicción entre el conocimiento absoluto de Dios sobre la creación y la libertad del hombre,he estado pensando una forma de explicarla, que no se si es aceptable.
Partiendo de la base de que lo infinito excede la capacidad humana, pero nunca la divina, podemos asumir que Dios tiene efectivamente conocimiento absoluto sobre el futuro dela creación, a nivel global e individual. Pero esto no "restringe" de ninguna manera la libertad del hombre.
Cada instante infinitesimal nuestro futuro puede cambiar en virtud de innumerables variables, internas o externas. Y somos nosotros o la creación a nuestro alrededor los que modifican ese futuro instante a instante, no Dios. Lo que si conoce Dios, en su infinita capacidad cognoscitiva, son todos los futuros derivados de cada instante de la creación. Es decir, todas las criaturas, humanas o no, tienen un futuro que cambia continuamente, en el caso del hombre puede ser de forma libre,que es conocido pero no determinado por la voluntad divina. Aunque Dios pueda en algún momento intervenir directa o indirectamente en el discurrir de ese futuro.
Supongo que no me he explicado con demasiada claridad, así que buscaré alguna fuente que haya tocado este planteamiento.
Un saludo

Javier Sánchez dijo...

El tema es bastante complejo, pero haces una buena reflexión.

Como bien dices, partimos de la base de que Dios es omnipotente y todo lo conoce y lo sabe, pero creo que deja esa pequeña puerta abierta, donde nos da libertad para poder hacer nuestra propia vida.


Un saludo.

Anónimo dijo...

Si hay libertad en el hombre, su decisión es previa al conocimiento que de ella se tenga, se explique como se explique. Eso no disminuye la capacidad divina de comprensión, porque lo conoce todo inmediatamente y lo comprende. Si así lo ha establecido, no hay problema ninguno.