Primero es la oración, después la mortificación. Y solo en tercer lugar, muy en tercer lugar, la acción.
No se puede decir que San Josemaría fuese, por tanto, un hombre de acción. No lo era. Era, en primer lugar, un hombre de oración y de mortificación. Esto hay que tenerlo en cuenta y no saltárselo, no darlo por sabido, por descontado. Porque San Josemaría era, y sigue siendo, un torbellino que hacía, y hacía hacer, y podemos confundirnos.
Dos simples anécdotas de los principios: los varones, en cuanto pueden, en cuanto comienza la paz, abren una academia que enseguida se convierte en residencia. De ese modo se puede hacer un profundo apostolado de estudio, de oración y de mortificación (estudiar a fondo ya lo es).
Y enseguida, las pocas mujeres que eran de la Obra abren una residencia universitaria con treinta chicas que quieren estudiar en la Universidad. No existe ninguna tradición de ese estilo entre ellas. Y sinembargo les pide a sus hijas que haya un buen nivel de estudio, cultural, humano, y que hablen con las residentes personalmente, les ayuden en sus estudios, en su vida de piedad, en su formación cristiana. Reseñan que hay enfrentamientos frecuentes en el comedor, en las habitaciones, por los pasillos. Pero muchas de ellas entienden de qué va la cosa: hacen oración, estudian, se entregan Dios y serán las primeras en llevar el espíritu de la Obra a otros paises.
El empuje apostólico del Padre era (es), muy fuerte. Lo cual quiere decir que mayor era la oración y la mortificación que practicaba. Ese es el nivel de exigencia que nos ha dejado. Si nos dormimos, aunque sea en los brazos de Dios, poco haremos. Algo más si estamos despiertos, si somos hijos atentos que escuchan y que llevan a la práctica con esfuerzo.
Ese es el sentido del punto 82 de Camino: mucha iniciativa, pero precedida de oración y mortificación.
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