Jesús es Dios y es hombre, es decir, tiene la naturaleza divina y la humana. Como Hijo de Dios se dispone a venir a la tierra a ayudarnos. Pero, gracias a que asume la naturaleza humana, su ayuda no es una “ayudita” piadosa. Al modo de la limosna que entregamos al pobre y que no le saca de su pobreza. Entre otras cosas, porque no le enseña a trabajar en algo útil y remunerativo. Es algo gratis, pan para hoy, hambre para mañana.
No, no. Jesús no nos da limosnas. En cuanto hombre, nos exige ser hombres cabales. Él es perfecto hombre, el único hombre perfecto posible, porque es Dios y su actuar humano muestra qué hace Dios cuando estuvo en la tierra. Estuvo Jesús y está, pero ahora las cosas las tenemos que hacer nosotros. Él nos mira desde el Sagrario.
Hombres, de los mejores que pueda haber, y cristianos, auténticos cristianos. Qué importante es comprender a Jesucristo para poder actuar como Él actuaría en nuestro caso, en nuestro día, en nuestro lugar, con nuestra capacidad y con nuestras oportunidades.
He leído,
“Pues de no haber sido porque el hombre nuevo, encarnado en una carne pecadora como la nuestra, aceptó nuestra antigua condición y, consustancial como era con el Padre, se dignó a su vez hacerse consustancial con su madre, y, siendo como era el único que se hallaba libre de pecado, unió consigo nuestra naturaleza, la humanidad hubiera seguido para siempre bajo la cautividad del demonio. Y no hubiésemos podido beneficiarnos de la victoria del triunfador, si su victoria se hubiera logrado al margen de nuestra naturaleza”. (S. León Magno, Carta 31, 2-3)
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