Dios me importa
Aunque lo definitivo es que yo le importo a Dios. ¿Cuál es la única riqueza de un recién nacido, de un niño? El amor que le tienen sus padres. Dios me importa porque es mi Padre. Él es mi única esperanza en la vida.
miércoles, 20 de noviembre de 2024
VERDAD Y SENTIDO
jueves, 2 de noviembre de 2023
El poder
Según Álvaro D’Ors es la capacidad de disponer los medios necesarios para organizar con eficiencia la convivencia de un grupo social.
Polo indica que se han querido absolutizar, en la historia, tanto la voluntad como la razón. La voluntad de poder, en Nietzsche, es pura voluntad. Por tanto, irracionalidad pura. En todo caso capricho y arbitrariedad.
La absolutización de la razón es una propuesta de Hegel. Ahora bien, una vez que la propone, y una vez conseguida, no hay más futuro. Por complejo que resulte su logro, una vez conseguido no hay más.
Y advierte que hoy se da un afán desmedido de producir medios, cada vez más perfectos, en el sentido que ellos mismos sean capaces de sugerir otros medios más perfectos. Hay un afán grande por admirar los nuevos logros y por hacerlos deseables e imprescindibles. Esta carrera se ha convertido en tan complicada que se espera los mismos medios analicen y decidan las medidas que ha de tomar la acción humana. Se pide progreso y equilibrio, en la medida de lo posible. De ese modo se piensa que la vida es sostenible.
Se quiere que estos medios hagan novedosa la vida y placentera. Que satisfagan los sentidos de manera intensa, aunque sin peligro. Pero todo esto conlleva límite. No hay otro fin, y así quedan al margen la verdad y el bien. La voluntad y la razón requieren el bien y la verdad de las personas y de la realidad material, el mundo, sobre la que se han de aplicar los medios.
La sugerencia de Álvaro D’Ors queda corta: los medios son para las personas, y hay que averiguar qué interesa verdaderamente al bien de las personas, para poder organizar los medios. Los proyectos requieren leyes generales y, estas, principios que a su vez necesitan verdades y bienes apropiados al ser humano.
Por tanto, ha de haber una jerarquía. Y esta se remonta a la verdad de Dios. Y la verdad primera es que Dios es amor, y que las personas han de amar a Dios y a todos los seres con primacía de los humanos. ¿Cómo amar? ¿Qué medios tomar?
Se les ama cuando se cuida su formación, su educación y su enseñanza. Cuando, según la capacidad de los mejores, se investiga y se sigue la verdad práctica de manera coherente, lo cual supone la ética. Cuando se escucha y se toman las mejores decisiones entre todos.
Se podría decir que el poder está en todo esto. Requiere estudio teórico y práctico de la realidad. Y entonces se podrán buscar los mejores recursos para sacar adelantes los mejores medios posibles.
domingo, 8 de octubre de 2023
DAR GRACIAS
-Col 3,15: La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dando gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados (Jaculatorias, Oraciones). Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.
La gracia es un don, nos dan algo que no teníamos y, si es valioso, es agradable, útil. Se recibe con alegría: nos hace gracia. Y al dador, le damos gracias con entusiasmo. Dios es el creador de toda gracia. Todo lo bueno es obra suya. Hay cosas malas, pero son debidas a desviaciones nuestras, porque nos apartamos de hacer el bien.
Hay dones que recibimos y son desagradables; hay reveses, enfermedades, personas que obran intencionadamente mal o con indiferencia. ¿Y por qué obran así conmigo? Yo soy bueno, lo lógico es que lo malo le pase a los demás, a los que no son buenos. El Señor lo dice en la Escritura: al que obra el mal no le irá bien. Aunque quizás le divierta, no produce nada bueno, como puede ser destruir, arrasar, causar estragos.
El inocente hereda las consecuencias de los que obran mal. Aunque sería bueno reconocer que no siempre él mismo lo hace todo bien. ¿Por qué se produce el mal? Primera respuesta: porque hay muchas cosas pequeñas que no se hacen bien. Segunda respuesta, Tomás de Aquino: si no hubiera males, se quedarían muchos bienes sin hacer. Pensemos en la infinidad de favores, en las obras de caridad. Tercera respuesta: se hace eco S. Agustín: Dios saca de los males bienes. Y los que los sufren, también. Jesús en la Cruz será siempre nuestro ejemplo.
¿Qué hacer con el mal que se nos viene encima? San Josemaría Escrivá aconsejaba no exagerar, porque los problemas suelen ser del tamaño que nosotros queremos que sean. Mejor aceptar lo que hay, o lo que viene, ser realistas, partir de lo que tenemos. Hodie et nunc, tiene escrito en Camino, acepta lo que tienes delante, empieza con el hoy, ahora. Haz el trabajo que hay que hacer, sin inquirir demasiado, con espíritu de sacrificio.
De modo que, dar gracias es reconocer el don que recibimos y al que nos lo otorga. Es muy bueno reconocer las cosas que los demás hacen bien y que nos transmiten.
Pero lo que proviene de Dios, sin duda, es todo bueno. Y si el don es mucho y continuo, el reconocimiento ha de ser intenso y frecuente. Hay que contemplar el conjunto de los bienes que tenemos: toda la creación del universo y la de nuestra persona. Los padres, toda la gente que ha intervenido en nuestra vida ayudándonos, nuestra capacidad y el uso que hacemos de ella, siempre con la gracia de Dios, sobre todo si se lo pedimos.
Gracias por la meta alta que Dios nos ha otorgado. el Cielo, al final de la vida, y los medios que nos ha conseguido Jesucristo en la Cruz: la confesión, la comunión, la dirección espiritual con otras personas llamadas a ayudarnos. Por poder hablar con el mismo Dios, con la Virgen, los santos, los ángeles, nuestros familiares de los que nos consta su valía espiritual. Agradecimiento por la gracia santificante del bautismo, por la sacramental y las gracias actuales.
“Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal 118,1). El sentido de agradecimiento nos dispone a recibir más gracias, nos abre aún más a la acción de Dios, permite que se siga haciendo su Obra. Así lo afirmaba san Josemaría al conocer la voluntad de Dios para él ya para muchos otros: Conmovido me arrodillé, di gracias al Señor (Apuntes íntimos, n. 306). Y no extrañarnos de las dificultades, que no faltarán: Dios mío, gracias, gracias por todo: por lo que me contraría, por lo que no entiendo, por lo que me hace sufrir (Via Crucis, VI estación, n. 4).
-Agradecer con iniciativa y disponibilidad: Comencé a trabajar, a moverme, a hacer: a poner los fundamentos (En diálogo con el Señor, n. 26). Agradecer con obras de correspondencia, es la mejor manera de mostrar nuestro agradecimiento.
viernes, 17 de febrero de 2023
La vida del hombre ha de ir a más
Luz
La etimología de la palabra ‘dios’ proviene del indoeuropeo, y es semejante a ‘día’= luz.
Dios es Luz originaria, toda otra luz es creada, derivada. Y es tan maravillosa la luz, que Dios crea la luz y lo inunda todo de luz, para que el hombre vea, y realice su tarea, que es trabajar, vivir.
Hay luz en el mundo, en la inteligencia, y se necesita más luz para ver lo escondido (rayos X, ecografía).
Pero el hombre se cansa de la luz creada, y ha de apagar, ha de dormir. Se tiene que llenar de energía y duerme y come.
Pero Dios es Luz permanente, fuente de ser y energía. ‘Mi Padre obra continuamente y Yo con Él.’Si durante el día estamos con Dios también por la noche lo estaremos, si tenemos intención (in tendere). La intención atraviesa la acción y el descanso haya llegar al final.
Vida recibida, vida añadida
Quizás sea conocida esta expresión empleada por el filósofo Leonardo Polo. La vida del hombre comienza porque a las células aportadas por sus padres se le añade un plus: una existencia propia. A veces los padres quieren un hijo, pero a su aportación no se le añade la nueva vida. Cuando la nueva existencia llega, hay vida nueva. El embrión recibe la vida, una vida que comienza a tener una dinámica propia creciente, porque el embrión comienza a desarrollarse.
Pero esos añadidos no son aún voluntarios. De aquí parte la confusión sobre la identidad de la nueva vida, si es humana o no. Pero debería estar claro, si el desarrollo termina en un ser humano, el embrión es de un ser humano desde el principio. Salvo que se desarrolle un lagarto o una rata. Pero como no tiene actividad intelectual ni volitiva, algunos dudan de si es humano. Entre otros Tomás de Aquino y algunos más, allá por el siglo XIII . Hace ¡900 años! aproximadamente. Y aún el Derecho, hoy día, considera personas a quien nace o incluso al que es inscrito en el Registro Civil.
Pero la civilización ha cambiado, mediante la ecografía, por ejemplo, El doctor Jeròme Lejeune, por ejemplo, pudo interpretar el comportamiento del embrión humano, al que llamamos feto después de 10 semanas. Se pueden mirar sus reacciones sensibles ante estímulos a partir de lsos 3 meses, y con 5 meses lo es a las voces, a las canciones y a la música. A los 7 meses presta atención a la voz de su madre especialmente porque la distingue. Aún pesa 1 kg. pero empieza a crecer de manera considerable hasta llegar a sus 3 kg. sobrados y a partir de los 8 meses podría sobrevivir si naciera, aunque aún ha de esperar un poco.
Bien, es verdad que la vida que él añade es voluntaria más adelante, a partir de los 4 o 5 años, cuando comienza una forma personal de vida.
Libertad, el yo
La libertad humana es muy particular, porque no solo trata, como en el caso de los animales, a elegir entre diversas posibilidades, sino que él mismo crea esas posibilidades, las inventa, las continúa, las desarrolla. Realiza una cultura subjetiva, e incluso puede intervenir en el progreso de la cultura y la civilización colectiva.
Posee una libertad abierta al futuro y su Yo la dirige del modo que le parece más conveniente. Se dota de una ética, de un comportamiento que, si se dirige al bien, será muy de agradecer por todos. Pero que también puede dirigir a un bien exclusivo, o partidario, sin importarle mucho las repercusiones que pueda tener entre lo que no pertenecen a su grupo. Entonces será poco o nada ético, porque el bien que se ha de buscar el bien de cada uno haciéndolo compatible con el de todos los demás.
Por tanto, habrá de buscar el bien verdadero, o la verdad sobre el bien común que, por tanto, interesa a todos los demás.
viernes, 3 de febrero de 2023
Cómo ser felices
Leemos el texto de Mateo capítulo 5: Al terminar las bienaventuranzas, parece claro que
Jesús nos quiere felices y nos aconseja cómo serlo.
Nosotros, parece que buscamos el modo de no serlo, y Él se
empeña en que lo seamos. Se da una tensión curiosa. Por nuestra parte pensamos:
-Nadie, mejor que yo, pueda saber lo que necesito, lo que más me gustaría. Y
nos ponemos a ello: en el trabajo, en la familia, con los hijos, en la vida en
común. Pero, claro, si las cosas no salen la culpa es de los demás, que no
están de acuerdo conmigo, que me estorban (el infierno son los demás).
Querríamos estar solos, aunque tampoco eso sería bueno porque nos separaría de
seres queridos, personas que quizás nos hacen sufrir, pero a las que queremos.
He aquí la libertad humana, una libertad creativa, con la
que se puede hacer el bien y el mal. La cuestión es mirar al otro, y ver qué es
lo que él quiere. Si miramos lo que nosotros queremos, puede que n0 coincida
con lo que el otro quiere. ¿Qué hacer?
-En las bienaventuranzas se ha dicho que el Señor ha dejado reflejada su interioridad, que son una biografía de su intimidad, de los bienes que le mueven a actuar. Hay que meditarlas con atención.
Bienaventurados los pobres de espíritu, que para sí quieren poco, prefieren ser pobres mejor que ricos. …Porque de ellos es el reino de los cielos. Este reino de los cielos es el bien definitivo que hemos de alcanzar. Está allá, al final; no ahora, por el camino. Así, en un viaje: viajar es dificultoso: qué llevo, en qué cantidad; la maleta, los billetes, la aduana, las distancias, las comidas diferentes, las medicinas… Lo que atrae es el final, y la vuelta a casa, y la satisfacción de haberlo hecho, de haber estado. ¿Y cómo se ha alcanzado ese final? Deseando muy poco para el camino, poniendo esfuerzo en la meta, en el llegar.
*Bienaventurados los que lloran. ¿No estábamos en
cómo alcanzar la felicidad? Ahora se dice que hay que llorar. ¿Por qué llorar?
Porque las cosas no van bien. ¿Y por qué no van a ir bien? Porque en esta vida
nada es fácil, hay muchos motivos de sufrimientos. San Josemaría también quiere
que seamos felices, pero ya en la tierra, te quiero feliz en la
tierra, escribe. Cosa interesante, que parece que no va de acuerdo
con lo dicho hace un momento. Eso está bien, ser feliz en la tierra. Y continúa
su advertencia: Y no lo serás mientras tengas miedo al dolor, porque
mientras caminamos en el dolor está precisamente la felicidad. (C. 217). De
modo que para ser feliz en la tierra hay que aprender a llorar. Jesús lloró en
varias ocasiones pensando que las personas no aceptaban lo que les decía para
su bien, y eso le causaba dolor.
*Bienaventurados los mansos. Sabemos bien que es ser
manso por comparación con los animales. Si los encontramos de frente preguntamos
en seguida si son mansos. ¿Qué es ser manso? Que no se alteren al verme, que no
me ataquen cuando me acerco. Que no muerdan, que no embistan. También hay personas tensas por dentro,
siempre a la defensiva. Piensan que cualquiera les puede hacer daño porque opinan
que la gente es muy mala, van a lo suyo. Y no como yo, que voy a lo mío. Su opinión
de los demás posiblemente esté sacada de su propio modo de ser. O a lo mejor
no. Pero el niño hace algo que no me parece bien y le riño; la mujer tiene un
comentario o desea una iniciativa, y discuto. Se piensa que en la vida no se
puede ir con la bondad por delante, que hay que precaverse, ir a la defensiva,
que un mal intencionado no nos coja por sorpresa, porque a mal intencionado que
nadie me gane. Pero el Señor habla de
ser manso, de no ver enemigos en los demás, de mostrar confianza, de ver más lo
bueno de los demás que lo malo, lo aprovechable que lo que repele. Entonces, ¿el
manso es tonto, es bobo, es ingenuo? No, confía en el otro como persona
inicialmente pacífica. Y si no es así, espera pacientemente en que pueda haber
una conversación, un acuerdo que nos haga compatibles, e incluso socios en la
vida. Difícil esperanza, pero así era Jesús: Aprended de mí que soy manso y
humilde de corazón, y como de esa manera Jesús era feliz, nos lo aconseja
(Mt 11,29).
Conviene leer y examinar cada una de las bienaventuranzas
aconsejadas por Jesús. Las aprendió de su Padre Dios, y en lo humano de su
Madre, Santa María.
sábado, 16 de julio de 2022
Contemplativos
Comentario a los textos del domingo XVI del tiempo ordinario.
Empezamos por Génesis 18,1: Se presentan a tres personajes bajo la encina de Mambré, ante la tienda de Abraham. Estamos un poco al norte de Hebrón. Lot se ha separado de su tío por motivo de los pastos de los rebaños y se ha ido hacia el SE de ese lugar, hacia Sodoma y Gomorra. Ha tenido problemas pero su tío ha aparecido con fuerzas que le han liberado.
Nos admira la agilidad de Abraham para ofrecerse a los recién llegados: está claro, son peregrinos y hay que facilitarles lavarse, comer, beber. Da igual quienes sean, aunque posteriormente se va viendo que es Yavé con dos ángeles. Parece que les traen a aquellos lugares dos misiones: la primera, tras comer preguntan por Sara y le anuncian un hijo para dentro de muy poco. Sara lo oye y se ríe. ¡No te rías!, le dice con seguridad Yavé. Segunda misión, se quieren acercar a Sodoma y Gomorra porque tienen noticias del pésimo comportamiento de sus habitantes. Yavé abre su corazón a Abraham: están corrompidos y vamos a destruir las ciudades. Dios quiere la conversión, pero hay momentos en que las personas se cierran y el querer de Dios no entra en ellos. Abraham intercede: -Lejos de ti condenar inocentes por pecadores. Es verdad, Yavé estaría dispuesto a salvar a todos si hubiese diez justos, pero no los hay.
Vemos como el corazón de Dios se abre y Abraham se introduce en él, en sus reducidas luces. Dios cierra la conversación y decide qué hacer.
Saltamos al evangelio de Lucas 10,38: Jesús va a Betania: María se coloca en la primera fila, dispuesta a no perder ni un gesto, ni una palabra. Hace bien, es Jesús quien viene a su casa en un momento de intimidad con un buen grupo de personas. Marta entiende que debe obsequiar al Señor y a los asistentes mínimamente; leche, agua, algún bocado. Es una manera distinta de acercarse al corazón de Jesús, seguro que a Jesús le gustará ese detalle. María es más directa, luego se verá si hay que preparar algo, ahora hay que estar junto a Jesús. Y Jesús no puede decir que es mala su elección. Le indica a Marta que primero es la palabra de Dios, y luego vendrá todo lo demás. No le riñe, le señala la prioridad. .
Contemplar, hay varias maneras de contemplar. Pero, ¿qué es contemplar? En sus orígenes, el templum es el lugar o ¡, si se quiere la plataforma, desde la que el augur se dispone a ver, oir, comprender lo que ocurre en un espacio de cielo y de paisaje para intentar comprender lo que la divinidad desea respecto a la pregunta que le han hecho al augur y él tiene que responder en nombre de la divinidad. Ha de esta atento a cuanto pasa pero con la atención de quien intenta comprender el querer de la divinidad. María en el templo cuando Jesús se queda tres día y le pregunta angustiada, ¿entiende o no entiende la respuesta de Jesús? No entiende, dice el evangelista. Sí entiende, porque ese suceso no iba dirigida a Ella sino a Jesús, quizás a alguien más, y parece que Jesús lo ha entendido. Pues ya está, entiende que no tiene por qué entenderlo, pero que está bien así. .
-Contemplativos. Santo Tomás: simplex intuitus veritatis ex caritate procedens (II-II 180, a. 1; a. 2 ad 1.). Es un saber de Dios, movidos por el amor divino. -Intus ire: ir al meollo, al fondo para ver el chispazo orientador. Quizás no se entiende mucho, pero sí que Dios está ahí, que Él se entera y acepta lo que ocurre. Y nosotros estamos en sus manos.
-C. 319: “Recógete. Busca a Dios en ti y escúchale”. Introdúcete en la intimidad de la Trinidad porque eres hijo y puedes, debes, hacerlo. La vida de Dios es también la nuestra.
En nuestros día, con nuestra gente, en nuestra época, ¿qué hay que entender? Qué Dios está presente, que lo ve todo, e incluso entendemos un poquito su juicio, su aprobación o no. Nos ponemos en sus manos y seguimos nuestro camino bajo su protección. Al contemplar, iremos comprendiendo y orientándonos.
-Guardar el recogimiento. Acoger y proteger grupos de personas de buena voluntad que dependen de nosotros. Enseñarle lo que hemos aprendido, iniciarlos en la contemplación. María lo guardaba todo en su corazón. ¿Guardar? Guardaba sus contactos íntimos con Dios y se dejaba guiar por ellos.
sábado, 18 de junio de 2022
APRENDER
En esta vida no hay más remedio que empezar aprendiendo. No somo origen de nada, ni inventamos el idioma, ni las ideas, y recibimos un pasado. Todo está por aprender. Quien crea que lo sabe todo y que no tiene que enseñarle nadie, se equivoca. Y hay quien piensa así, muchos.
Por principio, hay que aprender de nuestros antecesores, de quienes saben más que nosotros, seguro. Y eso lo detectamos enseguida. Cuando alguien se refiere a algo que ignoramos, nos damos cuenta enseguida. Y para aprender, hay que imitar, o al menos seguir unas indicaciones básicas. Y habrá que mirarle, y atenderle, y comprenderle. Y preguntarle. No puede haber una decepción porque nos quedaremos en el punto de partida.
-Si ese ocurre en las artes y las ciencias, lo mismo ocurre en la vida interior, cuando entrevemos que deberíamos saber algo más de la vida y de su conexión con Dios. También en este punto hay que imitar al maestro, a la persona que ha despertado nuestro interés. Irá a su rito, y nosotros al nuestro. Deteniéndonos o avanzando según nos marque el Espíritu, a cuya presencia a esas alturas habremos apelado. Porque si no nos ha hablado del Espíritu, a mal maestro nos hemos arrimado.
De ese modo, poco a poco, nos soltamos de nuestro guía humano (persona, libro, audio), cuando vemos que se va haciendo cargo de nosotros el Maestro divino. Ahora, será él quien marcará el ritmo.
Pero antes del futuro, ha existido el pasado, nuestros anteriores, de los que hemos quedado que hemos de aprender. Y así, acudimos al antiguo testamento, con su gran cantidad de historias de todo tipo. Los autores y los géneros literarios que nos reunido el maestro son abundantes. Y leyendo historias, toparemos enseguida con el nuevo testamento, al que constantemente se refiere el antiguo. Y comprenderemos que Jesucristo es el centro de la historia pasada y de la futura. Nos enseñará a buscar la voluntad de Dios, que es la única verdad que nos interesa a todos, sin excepción. Y, posiblemente, nos animará a enseñar a otros que conviven con nosotros, y cuyo enviado como maestro vamos a ser nosotros. A partir de ahora aprenderemos enseñando a entrar en la aventura de la vida interior, y les iniciaremos en la oración.
Detectaremos cada vez más, y ellos deberán ir dándose cuenta, que Dios es el Creador y el único y mejor Interlocutor que tenemos. A su Hijo lo envió como maestro a la tierra. Maestro que “hizo y enseñó” (Act 1,1). Así nosotros aprendemos, enseñamos y así aprendemos más. . Él estuvo siempre unido al Espíritu Santo y luego nos lo envió luego, para que tampoco nosotros actúemos sin él.
Pero, además, Jesús se quedó en el sagrario. De ese modo nos sentimos movidos a aumentar la fe continuamente, para poder hablarle y oírle, nada más entrar en su presencia. Y reconocer que en Él se concentra la voluntad del Padre, para que nosotros la hagamos futuro inmediato, a impulso del Espíritu Santo.
El autor del libro de iniciación a la oración, Josemaría Escrivá, nos dice en Forja, n. 542, que cuenta el Evangelista que Jesús, después de haber obrado el milagro, cuando quieren coronarle rey, se esconde. Y el autor del libro, como buen maestro, clama para que nosotros también clamemos:
–“Señor, que nos haces participar del milagro
de la Eucaristía: te pedimos que no te escondas, que vivas con nosotros, que te
veamos, que te toquemos, que te sintamos, que queramos estar siempre junto a
Ti, que seas el Rey de nuestras vidas y de nuestros trabajos.”
Esta es la gran lección: Cristo vive. Esta
es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe... No temáis, dice el
ángel a las mujeres que fueron al sepulcro; no temáis. Vosotras venís a buscar
a Jesús Nazareno, que fue crucificado: pero ya resucitó, no está aquí.
Cristo vive: no es
una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándonos un
recuerdo y un ejemplo maravillosos. Cristo
vive.
Y añade este autor: No
comprendo cómo se puede vivir cristianamente sin sentir la necesidad de una
amistad constante con Jesús en la Palabra y en el Pan, en la oración y en la
Eucaristía. Y entiendo muy bien que, a lo
largo de los siglos, las sucesivas generaciones de fieles hayan ido concretando
esa piedad eucarística. Unas veces, con prácticas multitudinarias; otras, con
gestos silenciosos y callados, en la paz del templo o en la intimidad del
corazón. Queriendo adorarle.
Prácticas de adoración. Adorar es postrarse, extenderse en el suelo hacia adelante, como señal
de sumisión. Hay quienes adoran a Dios de esa manera, aunque lo habitual y en público, nos arrodillemos. Es lo que vemos hacer a tantas figuras del antiguo testamento, y lo que el apóstol san Juan nos indica en el Apocalipsis que se hará en la gloria del cielo.
Algunas personas han aprendido esa oración que se reza con la intención centrada en la Eucaristía: Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra
Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos.
miércoles, 4 de mayo de 2022
Un despropósito
Como explica muy bien Eugenio Gay, dar este encargo al Defensor del Pueblo es como dárselo al primero que pase por la puerta. No es competencia del Defensor este trabajo, ni competencia del Gobierno pedirle que lo haga.
El abogado Eugenio Gay Montalvo, que fue miembro del Tribunal Constitucional español de 2001 a 2012, llegando a ser su vicepresidente, criticó como "un despropósito" que el Parlamento español haya encargado al Defensor del Pueblo (Ángel Gabilondo, que hasta 2021 era un político socialista en activo) investigar los casos de abusos a menores en entidades eclesiales: no es la función de esta figura, dijo, y no tiene sentido ni es justo limitarse sólo a los entornos católicos.El Defensor existe para investigar a la Administración, no otras cosas.
Gay Montalvo recordó que, según la ley, el Defensor del Pueblo existe para defender a los ciudadanos de los abusos y errores de la Administración.La Constitución detalla que el Defensor existe "para supervisar la actividad de la Administración"... y la Iglesia no es parte de la administración del Estado. La ley que detalla la función del Defensor añade que su función es esclarecer "actos y resoluciones de la Administración pública y sus agentes".
Así, encargarle que investigue hechos que suceden en la Iglesia es absurdo porque queda fuera de sus competencias.
Además, recordó el jurista, "el Defensor del Pueblo tiene autonomía, no está sujeto a mandato imperativo alguno ni recibe instrucciones de ninguna autoridad. No tiene obligación de investigar lo que le pide el Congreso". Es cierto que, si quiere, el defensor del pueblo puede citar a declarar a todo tipo de personas y expertos: los funcionarios y poderes públicos tienen obligación de colaborar, pero nadie más tiene esa obligación.
En cuanto a que haya una investigación parlamentaria sobre los abusos a menores en distintos ámbitos en España, al reconocido abogado le parece bien. Pero que se limite a entornos católicos, no. "Una comisión parlamentaria investigadora, me parece bien. Pero una comisión para perseguir a una etnia o religión, es un despropósito, una temeridad y está fuera del Estado de Derecho", señaló.
Eugenio Gay hizo estas declaraciones en un encuentro online organizado por la asociación católica E-Cristians el martes por la tarde. E-Cristians ha difundido un informe llamado "Informe a la Mayoría" denunciando que con el estudio encargado al Defensor del Pueblo no se busca prevenir abusos ni proteger o compensar a las víctimas, ni luchar contra la pederastia en España, sino sólo criminalizar a la Iglesia Católica.
(Fragmento del texto publicado en Religión en Libertad, 4.V.2022)
viernes, 8 de abril de 2022
Semana Santa 2022
En el Via crucis de san Josemaría Escrivá encontramos esta recomendación después de preguntarse de cómo amar la Cruz de Jesús: 'Compréndela' Y aún hay otra recomendación más comprometida: 'Deséala'. De este segundo modo la comprensión será más íntima, más profunda.
Compréndela
Y tendríamos que empezar preguntándonos: ¿y que es una cruz?
Cruz corresponde al hecho de cruzar dos enormes palos para conseguir un instrumento de tormento para una persona hallada muy culpable de un grave delito. En un palo estaría atada o clavada la persona en toda su largura, y en el palo más corto estarían atados o clavados los brazos abiertos. Para condenarla, decimos, el delito debe ser especialmente grave y la persona especialmente mala, totalmente culpable sin excusa.
Para que Jesús haya sido condenado a una muerte provocada por clavarle en la cruz, quiere decir ambas cosas a la vez: que su delito debe ser gravísimo y él debe ser conscientemente, tozudamente culpable.
¿De qué delitos se le acusa? Sin ser exhaustivos, digamos: primero, de transgredir los sábados, algo que estaba muy recomendado por Moisés, que hablaba en nombre de Dios. Los judíos lo interpretaban al pie de la letra, aunque hacían sus excepciones. Jesús dice que llevaban a los animales a abrevar o que les echaban de comer. Bien, pero nada más, curar a una persona, hacerle tamaño bien, no entraba en los motivos de excepción.
En segundo lugar, les discutía algunas interpretaciones de culto a Dios, concretamente Jesús quiere que se realice e culto poniendo el corazón, y los judíos opinan que bastaba con cumplir externamente lo mandado. También criticaba la poca atención a los padres mayores o enfermos, o bien, ni siquiera saben quién es un prójimo. Jesús les indica mediante la parábola del samaritano que al prójimo hay que elegirlo, aquella persona cercana que tiene alguna necesidad.
Pero, sobre todo, les indigna que diga que esta escritura, leída en Nazaret, se cumple en mí. O que él es la luz. O que Abraham vio su día y se alegró. O, especialmente, que él es hijo de Dios. Se lo pregunta expresamente Caifás y Jesús responde con toda claridad: Tú lo has dicho (Mt 26,63), Yo soy (Mc 14,62), Vosotros lo decís, yo soy (Lc 22,70). ¡Intolerable! ¡Es reo de muerte! Sobre todo porque el 'Yo soy el que soy. Y añadió: Así le dirás a los hijos de Israel: 'Yo soy me ha enviado a vosotros'. Es la contestación de Yavé a Abraham cuando le pregunta por su nombre, porque se decía, ¿quién les digo que ha hablado conmigo? (Ex 3,13)
Deciden que ya está bien, que ha blasfemado y lo llevan a Pilato y le fuerzan a que lo condene a muerte, a pesar de que Pilato lo encuentra inocente.
Deséala
Jesús ha decidido cargar con los pecados de todos los hombres, 'haciéndose pecado', (2 Cor 5,14; Ef 2,15; Mc 15,34), lo cual lo pone claramente contra el Padre y eso le produce un sufrimiento inaguantable en el Huerto de los olivos (Lc 22,42).
San Pedro nos dice que asimilemos los pensamientos de Cristo para morir del todo al pecado por la mortificación (I P 4,1), de modo que podamos vivir una intensa caridad unos con otros, porque 'la caridad cubre la muchedumbre de los pecados' (I P 4,8): los tapa, los supera.
Detalle del Cristo de la Pietà de Miguel Ángel lleno de paz. |
Vivir es tener que soportar muchos inconvenientes y muchas contrariedades, procedentes de vivir mismo y de la convivencia con los demás. Pero esforzarnos por vivir la caridad, a pesar de los choques y diferencias de caracteres y de opiniones, cubre, tapa, anula, la muchedumbre de los pecados y convierte en caridad, en obra buena, nuestro comportamiento con los demás. Y encontraremos la paz en el trato con Dios que nos llenará de paz y de digna serenidad. Deséalo.
jueves, 3 de marzo de 2022
Una fe razonada
La mente humana busca claridad -verdad- y racionabilidad, es decir, que lo entendido tenga fundamento y consecuencias benévolas. Estas últimas las buscaremos en la medida en que nos hagan falta o las veamos convenientes. De este modo entran en juego la inteligencia teórica y la práctica, si precisamos un poco.
Decisiones firmes
Para realizar cualquier acción, pues, necesitamos conocer la meta lo mejor posible y decidir conseguirla. Simplificando un poco diremos que decidir consiste en un acto firme de la voluntad que elige una verdad como punto de partida de la conducta. De este modo procedemos habitualmente a lo largo de cada día, de una manera sencilla y directa, para ir a algún sitio a conseguir algo, un producto, o encontrarnos con alguien. Si nos preguntamos por qué hemos decidido hacer aquello, tendríamos que acudir a los supuestos que hemos aceptado y que nos sirven como principios de nuestras acciones. Tomo el autobús de las ocho y media porque he de tomar el tren de las nueve, cuyo billete conseguí ayer por internet, para ir a tal ciudad donde me interesa encontrarme con alguien para ultimar un negocio en el que ando metido porque quiero promocionar una empresa, etc.etc. Hay muchos aspectos concatenados que constituyen el entramado de la vida social en la que cada uno estamos metidos.
¿Y hay algún principio supremo que sustente mi visión de la vida y mi comportamiento? Ha de haberlo, más o menos supremo desde un punto de vista consciente, o supremo porque lo he aceptado de algún modo, aunque no haya sido pensado muy a fondo. En nuestro tiempo me atrevería a decir que esos principios supremos se reducen a dos: creo en Dios; o creo en la materia o en algo indefinido como origen de la vida, que desde luego no es Dios, al menos al modo cristiano, musulmán, hindú o de cualquier otra creencia religiosa.
Pero siempre creo, creo en algo. No hay más remedio. Lo hacía observar Chesterton y no sólo él: quien no cree en Dios cree en cualquier otra cosa, pero para actuar es necesario creer en algo o en alguien, aceptado con mayor o menor fundamento. Es imprescindible creer con firmeza en un primer principio de nuestros actos porque, si no, no actuaríamos.
Si para realizar una acción hay que aceptar algún punto de partida, más nos vale que ese punto de partida valga la pena, porque si es vulgar o falso estaremos decidiendo mal o irresponsablemente, o andaremos de modo sinuoso, como una persona con la razón dormida o falta de razón.
'Atrévete a pensar'
Esta era la propuesta de Inmanuel Kant, filósofo ilustrado. Una propuesta interesante que siempre sonará bien al oído de muchos. Piensa por tu cuenta, no te abandones en lo que piensen otros, al menos sin haberlo ponderado tú mismo. Y llevaba razón, salvo en un sentido: si no piensas con profundidad, es posible que tu pensar sea superficial, o frívolo, y por tanto puede que tenga poco valor en un orden a la verdad y en orden a los beneficios que puedas sacar.
Atrévete a pensar. Pero, tendré que tener claro que he de pensar sobre lo que ya existe, la realidad que me rodea, por tanto que mi pensar no habrá de ser genérico ni fantástico. La realidad existe desde hace mucho tiempo, deja tras de sí muchos acontecimientos y mucha historia. ¿Qué conclusiones saco de todo ello? En concreto, ¿qué orígenes ha tenido, y por tanto tenemos todos, y qué sentido encierra su existencia?
La materia, piensan muchos en nuestros días. Para qué complicarnos, existe la materia, ella debe estar en el origen de todo. Posiblemente sí pero, ¿sólo ella, ella es el comienzo en absoluto? Sí, se dice, evoluciona y es la causante de todo cuanto existe, incluida la inteligencia y lo que llamamos espíritu.
Opinar de esa manera es verdaderamente arriesgado. ¿Cómo ha llegado a ser un pensamiento tan común? Yendo a la historia, porque según Lutero hay que separar la fe, del contenido que se dé a la fe. Sobre el contenido hay muchas discusiones, por tanto, separemos la fe de la razón. ¿Y quién es ese Dios del que, entonces, no puedo decir nada? El Dios que salva a quien él quiere, con independencia de lo que haga porque, es todo tan complicado que lo único importante es creer en él. Bueno, en ese caso, se ha opinado, dejemos a Dios que haga lo que quiera y yo a lo mío, a negociar con la materia y si es posible a hacerme rico, aunque sea a costa de los demás, porque eso no importa mucho. Y de paso, ¿por qué no pensar que la materia lo es todo y que cada uno haga lo que quiera? Vamos a dejarnos de salvaciones y de condenas, que solo dan preocupaciones y complican la vida.
Yendo a la historia, porque hubo quién pensó -Scoto, Occam-, que Dios era todo poder, todopoderoso, y que el poder lo era todo. Un poder arbitrario. Por tanto el origen de todo es una fuerza poderosa, indefinida. Bueno, entonces quitemos a Dios y dejemos la materia. La materia es una fuerza ciega, imparable. El pensamiento viene después y sirve como orientación práctica para resolver lo inmediato. Pero que lo que haga da igual porque su fuerza es arbitraria, irracional.
Pero en la vida práctica, en la historia de las sociedades, lo irracional llega a ser caótico y solo la fuerza, la fuerza del más fuerte, puede desatascar los problemas. Pero por la vía de la fuerza, no de la razón. Y oponerse a él habrá de ser por la fuerza, porque los argumentos no le moverán. Y dijo Hobbes, ‘el hombre es para el hombre un lobo’. Y solo el miedo nos puede hacer sociables. ¿Sociables, por un razonamiento temeroso? Pero, ¿no es todo fuerza irracional?
Claro está que de este modo la vida es caótica, injusta, no hay normas de ningún tipo, y sobre todo éticas que enmarquen un comportamiento. Pero, ¿de dónde sale la idea de que tiene que haber un orden, un criterio de comportamiento que nos de alguna referencia, una justicia? ¿No son ideas provenientes de la mente? ¿Y a qué viene perturbar con la mente el comportamiento caótico que sería lo único razonable?
Creo en un Dios personal, inteligente y amoroso
Esta otra opción, utilizada como principio, sería lo contrario a creer ‘sólo’ en la materia. Claro que existe la materia, pero creada por un Dios no es sólo poder, sino sobre todo inteligente y amoroso, y ambos atributos orientan su poder. Todo lo hace por algún sentido, con algún fin que sería el bien de todos. Y según ello nosotros deberíamos buscar la verdad y el bien, y orientar nuestra conducta hacia un fin que fuese un bien para todos, para nosotros y para los demás, de modo que podamos convivir en orden y en paz.
El salto cualitativo que va de la materia poderosa y caótica a la mente, se salva si es la mente poderosa es la que salta a ordenar la realidad material y no material, como es la convivencia humana.
Creo, acepto con firmeza una verdad que es un auténtico hallazgo feliz. Y la pongo como principio primero, orientador, de toda mi conducta humana, inteligente y libre. Y creo que es la única solución al caos y a la arbitrariedad, fundando un orden y una justicia que, si no es absoluta, tendrá el alcance al que llegue la mente humana y la colaboración entre los hombres, que aspiran a ser semejantes a Dios.
miércoles, 26 de enero de 2022
ASIMILACIÓN Y CRECIMIENTO DE LA CULTURA
De los seres que existen en el universo, a unos los llamamos inanimados y otros animados, según posean un principio de animación interna (anima, alma) que puede ser de menor o mayor perfección. El hombre posee en su cuerpo un principio de animación que actúa aún en estado de inconsciencia, pero tiene otro que es superior: la inteligencia a la que sigue la voluntad. También estas potencias han de alimentarse, y así la primera se alimenta de verdades, de ‘verdad’. Llamamos verdad al conocimiento adecuado de la realidad. A aquellas verdades que nos son convenientes las llamamos ‘bienes’.
El hombre enlaza verdades, según una coherencia interna entre ellas, la lógica, y de ese modo crea o ‘cultiva’ la cultura. Es un conocimiento global de la realidad porque engloba los medios organizativos, técnicos, para vivir en ella. La cultura cambia, crece al añadir aquellos ‘adelantos’ que la hacen progresar. Cada generación de personas ha de integrarse en la cultura en la que nacen, al menos según se vive en su entorno social. Eso se consigue primero a través de la familia y luego mediante la enseñanza. Todos hemos de tener un mínimo de conocimientos, aunque tener un bajo nivel de ellos se llama ignorancia. Al menos se han de tener suficientes para integrarse con éxito en el entorno social e incluso para intervenir en ella y hacerla crecer. La cultura crece, porque los problemas se multiplican y al solucionarlos, se la incrementa en calidad. Debe ser así porque nunca la organización social ni los medios técnicos serán suficientes.
No hacerlo por negligencia es un mal para la propia persona pero también para su grupo social, porque no le aportará ningún bien. Será un parásito. Su entorno cambiará, pero él se mostrará pasivo, e incluso molesto por los cambios y no corresponderá con iniciativa.
Hay una historia de la cultura. Se pueden adoptar diversos puntos de mira, aunque la historia política suele integrarlos todos. Precisamente en este campo, la política, al gobernante abusivo se le exigió que tuviera que oír el consejo, e incluso las imposiciones, del parlamento, que aprobaba los impuestos que el pueblo debía pagar para los gastos colectivos. Pero también se exige que los miembros del parlamento sean elegidos por el pueblo. Poco a poco se constituye un estado democrático. Para evitar abusos de unos y de otros, el pueblo exige después que se respete la libertad. Todos estos han sido hitos históricos. Hoy se pide igualdad. Pero todos estos pasos engendran un caos, y unas acciones indignas, que a veces lleva a pensar si han merecido la pena. ¿Dónde puede estar la deficiencia? En que no siempre, o casi nunca, se han dejado guiar por la verdad y por el bien de todos. A veces el interés, la demagogia se imponen porque aparecen como necesidades evidentes. Pero no, la necesidad evidente es la búsqueda de la verdad. La verdad no aparece de modo espontáneo, es compleja y hay que buscarla y encontrarla. A veces requiere aportaciones múltiples, experiencia, rectificaciones. La ciencia sabe bastante de todo eso, pero la vida social se cree más autosuficiente. Y se equivoca.
Porque con la libertad o la igualdad se pueden hacer negocios al servicio del bien personal y social, o del mal personal y social, un mal placentero en el primer momento, pero dañino a largo plazo. Y por respeto a la libertad de pensamiento y de acción se tolera, no se ataja. La libertad de pensamiento quiere decir que cada persona debe buscar lo mejor que sepa la verdad y el bien, y debe respetarse su capacidad dentro de su buena intención. En principio quien busca puede encontrar.
En definitiva, se ha de buscar activamente el bien y la verdad, según la propia capacidad y las facilidades del entorno, al que a veces es necesario convencer. Pero está claro que entre unos y otros hemos de mejorar y acrecentar nuestra cultura, para que pueda desarrollarse en paz y sea un buen punto de partida en adelante.
sábado, 1 de mayo de 2021
Mes de María
Al comienzo del mes de mayo recordamos con cierta emoción el conocido texto de Isaías, 7,14. Recordemos su contexto.
Siria, Israel y Judá tienen un gran peligro a la vista, el enorme imperio asirio en expansión. Resín y Pecaj, reyes de los dos primeros reinos, quieren aliarse contra Asiria, pero Ajaz de Judá, no quiere, prefiere hacer la paz con Asiria. Por tanto tiene un doble motivo de miedo: sus vecinos que quieren obligarle e incluso destituirle como rey, y por el peligro del lejano imperio.
Isaías es enviado por Dios para tranquilizarle. El profeta le dice a Ajaz que pida una señal del cielo para estar más seguro, y el rey de Judea no quiere hacerlo. Pero Isaías le contesta: “El propio Dios os dará un signo. Mirad, la virgen está encinta y dará a luz un hijo a quien pondrán por nombre Emmanuel.”
Comenta el papa Benedicto XVI en su libro “Jesús de Nazaret” que esa frase queda ahí, en el texto sagrado, pendiente de saberse a quién se ha de aplicar. Los exégetas buscan una solución pero no dan con ella. El evangelista Mateo la encontró: hay que referirla a María de Nazaret y a su hijo Jesús. El peligro de destrucción subsiste y Jesús viene a resolverlo.
Centramos nuestra atención en los posibles pensamientos y sentimientos de la Virgen María en los primeros años de Jesús. Está contentísima con su hijo, que es Hijo de Dios. Ha podido conocerle desde el principio como nadie, puesto que es su madre. Es un niño buenísimo, despierto, aprende rápido. Ha venido a salvar a los hombres, y la Virgen está encantada con una misión tan generosa, tan esperada porque es necesaria. Le parece estupendo que su hijo tenga esa grandiosa misión. Espera ver cómo la realiza y, si puede, quiere ayudarle. De hecho, desde el anuncio del ángel está pidiendo a Dios por ello.
Pero han ido al Templo y el anciano Simeón les ha dicho a José y a ella algo desconcertante, que su hijo será signo de contradicción para los hombres, y que será causa de salvación y de perdición.
La Virgen lo oye y queda un poco desconcertada. Es cierto que el profeta Isaías también escribe en sus escritos, más adelante, que habrá un ‘siervo de Yavé’. Otra frase que queda en el aire, sin saber a quién hay que aplicarla en sentido pleno. La Virgen quizás no lo sabe, lo sabrá más tarde. Pero quizás María reacciona con toda su alma ante este mensaje de Simeón.
-“¿Cómo vas a ser signo de contradicción? ¿Cómo vas a dividir a los hombres, tú que has venido a unirlos y a salvarlos? No puede ser. Procuraré estar contigo siempre, te protegeré y protegeré a los hombres a los ue tú trates quieran seguirte.
Entraré en su conciencia, en sus almas, los atenderé, ayudaré a todos los que me lo pidan. Ahuyentaré de su lado al demonio y los libraré de sus redes. Les hablaré de ti y los iré llevando a ti, para que te conozcan, te sigan y estén muy unidos a ti. Y quieran ser tus testigos, tus mensajeros para darte a conocer, y que te lleven a sus familias, a sus amigos. Y velen por los que se reúnan junto a ti, a tu Iglesia, y les animaré a recibir con devoción los sacramentos que les has dejado. Y por los necesitados, por los pobres, por los enfermos, por los que no tienen trabajo. Para que no sean egoístas nunca, y piensan en el bien de los demás, como debe ser y como tú quieres.
¿Cómo vas a ser signo de contradicción? No lo eres, y no quiero que nadie lo pueda pensar.”
Y así tenemos a la Virgen María interviniendo en tantos lugares, en distintos momentos de la historia, haciéndose presente de una u otra manera, haciendo favores para llamar la atención, atraer a la gente, diciendo lo que dijo al indio Juan Diego:
( Diálogos con Juan Diego durante las apariciones de la Santísima Virgen de Guadalupe en el cerro del Tepeyac)
-Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?
-Señora y Niña mía, tengo que llegar a tu casa de México Tlatilolco, a seguir las cosas divinas, que nos dan y enseñan nuestros sacerdotes, delegados de Nuestro Señor.
-Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive; del Creador cabe quien está todo; Señor del cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa Madre, a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen; oír allí sus lamentos, y remediar todas su miserias, penas y dolores.
Y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del obispo de México y le dirás esto que te he dicho.
Sólo queda que la escuchemos, que veamos su interés por propagar la salvación que ofrece su hijo y nos unamos a ella. Estará encantada y nos ayudará.
viernes, 5 de marzo de 2021
Oración, Ayuno, Limosna
-Lo comenzamos tomando los textos del Sermón de la montaña, Mt 6. En ellos nos habla Jesús de la oración, del ayuno y la limosna. También el Papa se ha hecho eco de estos tres apartados en los que divide Jesús su discurso.
-Veamos primero la Oración. Nos dice Mateo 6,5: "Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vean los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará.
Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. 8 No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis".
Y si lo sabe, ¿para qué pedirle entonces. Veamos Marcos 10,46: "Y (Jesús y sus discípulos) llegan a Jericó. Y al salir él con sus discípulos y bastante gente, un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo), estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí». Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí». Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo». Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama».
¿Hay que pedir? ¿Hay que repetir muchas veces y a voz en grito lo que se pide?
Parece que lo importante, entonces, no es decir lo que Dios ya sabe, sino mostrarle al Señor el interés que se tiene en conseguirlo. Además, Bartimeo clama lo que tenía metido en el corazón, lo que había pensado antes que diría a Jesús si tuviese la suerte de encontrarle. Y la ocasión le llega. A eso se dirige nuestra oración, a formar en nuestro interior un depósito de intenciones intensamente queridas. Ese propósito lo forjó en el silencio de su oración, en su intimidad.
La oración nos tiene que hacer mejores a nosotros y a nuestro ambiente. Nos cuenta el Génesis que hubo un momento en que el ambiente entre los hombres era tan perverso, que Dios decidió hacer borrón y cuenta nueva. Y mandó el diluvio, del que solo Noé y pocas personas más se salvaron (Gen 7).
Jesús también decide volver a empezar en su tiempo, en su ambiente, pero lo hace de uno en uno, no de manera colectiva. Inventa el bautismo. Y si después volvemos a caer, el sacramento del Perdón. Así podemos empezar una y otra vez nuevos propósitos.
El ayuno
Veámoslo a continuación. Sigue diciéndonos san Mateo: Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad os digo que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará".
Nada de clamores y ostentaciones públicas. No tiene por qué notarse lo que tomas o dejas de tomar: bebida, comida; tu puntualidad, tu diligencia; tu acabar bien lo que estás haciendo; los arreglos que hagas; el no protestar; el no criticar y aceptar lo que otros hagan; en cambio, corregir cuando te parece que debes hacerlo pero con afecto. Sin críticas, sin darlo a conocer o sin compararte a nadie.
La limosna
Sigue el evangelio: "cuando hagas limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; 4 así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará".
¿Qué entender por limosna? Dar, dar cosas que el otro necesita. Pero pueden ser cosas materiales o espirituales. En este dar a otro hay un orden: primero Dios. San Lucas (14,25) escribe: "Mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío". No es digno de mí.
-Dios en primer lugar, la oración, la Misa, el rosario, han de ser lo primero en valor y cronológicamente. Después ha de venir todo lo demás: necesidades de la mujer, de los hijos, del trabajo, de los clientes, de los amigos. Un espíritu de servicio porque el primero en el Reino será el primero en el servir, en las tareas que haya que realizar, en el cuidado a los demás.
¿Y tú? ¿Y yo? No descuidemos nuestro cuidado, pero dejándolo para después, en último lugar.
Todo esto se fabrica en la intimidad del corazón, en el interior, en la oración y en los propósitos. Jesús nos dice en Mateo 15,15: "Y, llamando a la gente, les dijo: «Escuchad y entended: 11 no mancha al hombre lo que entra por la boca, sino lo que sale de la boca, eso es lo que mancha al hombre».
12 Se acercaron los discípulos y le dijeron: «¿Sabes que los fariseos se han escandalizado al oírte?». Respondió él: «La planta que no haya plantado mi Padre celestial, será arrancada de raíz. Dejadlos, son ciegos, guías de ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo».
Pedro le dijo: «Explícanos esta parábola». Él les dijo: «¿También vosotros seguís sin entender? ¿No comprendéis que todo lo que entra por la boca pasa al vientre y se expulsa en la letrina?, pero lo que sale de la boca brota del corazón; y esto es lo que hace impuro al hombre, porque del corazón salen pensamientos perversos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, difamaciones, blasfemias. Estas cosas son las que hacen impuro al hombre. Pero el comer sin lavarse las manos no hace impuro al hombre».
No es lo que entra en el hombre, aunque hemos de procurar que entren ideas buenas. Es lo que sale, si antes hemos cultivado en el corazón cosas buenas, producirán su fruto. Es lo que nos dice el Evangelio que hacía la Virgen María, guardar en su corazón los sucesos en los que veía que Dios había intervenido: primero lo de la escritura santa, después, las grandes intervenciones de Dios en su vida.
viernes, 25 de diciembre de 2020
Jesús, Salvador
El nombre nos indica claramente de quién hablamos, de cuando nació y para qué. El mundo necesitaba -y necesita- un Salvador, y san Lucas (1-14), nos anuncia que ya ha nacido. ¡Qué bien, qué alivio!
¿De qué nos salva? ¿Cuál es la necesidad tan apremiante por la que necesitábamos ser salvados? Los de formación clásica dirán: del pecado. Los más apremiantes: de la pandemia, de la enfermedad, de la pobreza, de la discriminación. Quizás alguien más agudo acierte con la tecla: necesitamos se salvados de nosotros mismos, de ese centro presente en mí de modo tan insistente como es mi yo: no soy querido, no me tienen en cuenta, van a lo suyo, me dan de lado, me tratan mal, no me consideran...
El egocentrismo, el egoísmo, el amor propio, todo aquello que nos lleva a mirarnos en exclusiva y en primer plano a nosotros mismos. Y llevamos razón, todo eso nos ocurre. Y, lo peor, nos seguirá ocurriendo. Pocas personas piensan en los demás y, cuando lo hacen, sucede a ratos. Un padre trabaja denodadamente por sus hijos, por sacar adelante a la familia. Pero difícilmente no cae rendido en su casa exclamando: ¡estoy muy cansado, no puedo más! Y la mujer advierte a los hijos, no le molestéis y que descanse. ¿Cuánto tiempo necesita de descanso? ¿Habrá descansado lo suficiente cuando despierte, cuando apague la televisión? Rotundamente no.
Lo mismo le ocurrirá a la madre, pero también lo van repitiendo los pequeños que gritan: ¡estoy cansado! ¿Qué nos pasa para que todos lleguemos a ese estado?
Sí, se nos presenta el cansancio, como se nos acerca la pereza, o un no saber qué hacer para quitarme el tedio, el aburrimiento de tener que hacer lo que no quiero, lo que no me gusta. O bien lo que sí me gusta, pero al poco rato me cansa como todo lo demás. También las personas a la que quiero me resultan pesadas, insoportables.
¿Qué ocurre? Que necesitamos salvación, un Salvador que nos diga como podemos superar esa torpeza que nos acompaña, que nos hace caer rendidos, para levantarnos al poco tiempo cansados de tano descansar.
Un Salvador. ¿Y cuál es su medicina, su receta milagrosa? Jesús, el Salvador, viene a mostrarnos el amor que Dios nos tiene. Esa es la receta de curación. Aquel amor por el que Él mismo vino diligentemente a la tierra "para padecer". Aquél amor que trae consigo tareas, amor al que nos podemos acoger para recorrer el camino de la vuelta al Padre. Porque solo el amor nos levanta y despabila, solo el amor nos da energía y constancia para culminar el tiempo que nos quede de existencia en la tierra.
Sí, tenemos razón, estamos cansados, necesitamos un remedio, algo que nos estimule: el amor que Dios nos tiene y al que podemos acogernos para superarnos y encontrar la fuerza de la perseverancia.
El amor es darse a los demás. "Necesitas olvidarte de ti", ¿y cómo lograrlo? Pensando continuamente en el bien de los demás, en el servicio que les puedo prestar, en algo bueno que hemos visto y que sabemos que le va a hacer bien. ¿Algo material? Sí, muchas veces también. Pero sabiendo que los bienes materiales son duraderos si son consecuencia de los bienes espirituales que les procuramos.
Sí, necesitamos un Salvador. Sin Él nos crecen los problemas. Hasta el punto de que podemos medir nuestro amor a Dios por el número y el agobio que nos produzcan nuestros problemas personales, nuestro hastío y nuestro cansancio. ¿Hay cansancio? Poco amor. ¿Hay asuntos que hacer, estamos entretenidos? Va creciendo. Solo el encuentro con el amor de Dios, manifestado en Jesús, el Salvador, nos puede librar de esa pesada carga del cansancio crónico.
martes, 22 de diciembre de 2020
CARTA APOSTÓLICA PATRIS CORDE
DEL SANTO PADRE FRANCISCO
CON MOTIVO DEL 150.° ANIVERSARIO
DE LA DECLARACIÓN DE SAN JOSÉ
COMO PATRONO DE LA IGLESIA UNIVERSAL
Con corazón de padre: así José amó a Jesús, llamado en
los cuatro Evangelios «el hijo de José»[1].
Los dos evangelistas que evidenciaron su figura, Mateo
y Lucas, refieren poco, pero lo suficiente para entender qué tipo de padre
fuese y la misión que la Providencia le confió.
Sabemos que fue un humilde carpintero (cf. Mt 13,55),
desposado con María (cf. Mt 1,18; Lc 1,27);
un «hombre justo» (Mt 1,19), siempre dispuesto a hacer la voluntad
de Dios manifestada en su ley (cf. Lc 2,22.27.39) y a través
de los cuatro sueños que tuvo (cf. Mt 1,20; 2,13.19.22).
Después de un largo y duro viaje de Nazaret a Belén, vio nacer al Mesías en un
pesebre, porque en otro sitio «no había lugar para ellos» (Lc 2,7).
Fue testigo de la adoración de los pastores (cf. Lc 2,8-20) y
de los Magos (cf. Mt 2,1-12), que representaban
respectivamente el pueblo de Israel y los pueblos paganos.
Tuvo la valentía de asumir la paternidad legal de Jesús, a quien dio el nombre que le reveló el ángel: «Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21). Como se sabe, en los pueblos antiguos poner un nombre a una persona o a una cosa significaba adquirir la pertenencia, como hizo Adán en el relato del Génesis (cf. 2,19-20).
En el templo, cuarenta días después del nacimiento,
José, junto a la madre, presentó el Niño al Señor y escuchó sorprendido la
profecía que Simeón pronunció sobre Jesús y María (cf. Lc 2,22-35).
Para proteger a Jesús de Herodes, permaneció en Egipto como extranjero
(cf. Mt 2,13-18). De regreso en su tierra, vivió de manera
oculta en el pequeño y desconocido pueblo de Nazaret, en Galilea —de donde, se
decía: “No sale ningún profeta” y “no puede salir nada bueno” (cf. Jn 7,52;
1,46)—, lejos de Belén, su ciudad de origen, y de Jerusalén, donde estaba el
templo. Cuando, durante una peregrinación a Jerusalén, perdieron a Jesús, que
tenía doce años, él y María lo buscaron angustiados y lo encontraron en el
templo mientras discutía con los doctores de la ley (cf. Lc 2,41-50).
Después de María, Madre de Dios, ningún santo ocupa
tanto espacio en el Magisterio pontificio como José, su esposo. Mis
predecesores han profundizado en el mensaje contenido en los pocos datos
transmitidos por los Evangelios para destacar su papel central en la historia
de la salvación: el beato Pío IX lo declaró «Patrono de la Iglesia
Católica»[2], el venerable Pío XII lo presentó como “Patrono de los trabajadores”[3] y san Juan Pablo II como «Custodio del Redentor»[4]. El pueblo lo invoca como «Patrono de la buena
muerte»[5].
Por eso, al cumplirse ciento cincuenta años de que el
beato Pío IX, el 8 de diciembre de 1870, lo declarara como Patrono de
la Iglesia Católica, quisiera —como dice Jesús— que “la boca hable de
aquello de lo que está lleno el corazón” (cf. Mt 12,34), para
compartir con ustedes algunas reflexiones personales sobre esta figura
extraordinaria, tan cercana a nuestra condición humana. Este deseo ha crecido
durante estos meses de pandemia, en los que podemos experimentar, en medio de
la crisis que nos está golpeando, que «nuestras vidas están tejidas y
sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en
portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero,
sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de
nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los
productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas,
fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos
otros que comprendieron que nadie se salva solo. […] Cuánta gente cada día
demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino
corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes
muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y
transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la
oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos»[6]. Todos pueden encontrar en san José —el hombre que
pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta— un
intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad. San José nos recuerda
que todos los que están aparentemente ocultos o en “segunda línea” tienen un
protagonismo sin igual en la historia de la salvación. A todos ellos va
dirigida una palabra de reconocimiento y de gratitud.
1. Padre amado
La grandeza de san José consiste en el hecho de que
fue el esposo de María y el padre de Jesús. En cuanto tal, «entró en el
servicio de toda la economía de la encarnación», como dice san Juan Crisóstomo[7].
San Pablo VI observa que su paternidad se manifestó
concretamente «al haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio al misterio
de la Encarnación y a la misión redentora que le está unida; al haber utilizado
la autoridad legal, que le correspondía en la Sagrada Familia, para hacer de
ella un don total de sí mismo, de su vida, de su trabajo; al haber convertido
su vocación humana de amor doméstico en la oblación sobrehumana de sí mismo, de
su corazón y de toda capacidad en el amor puesto al servicio del Mesías nacido
en su casa»[8].
Por su papel en la historia de la salvación, san José
es un padre que siempre ha sido amado por el pueblo cristiano, como lo
demuestra el hecho de que se le han dedicado numerosas iglesias en todo el
mundo; que muchos institutos religiosos, hermandades y grupos eclesiales se
inspiran en su espiritualidad y llevan su nombre; y que desde hace siglos se
celebran en su honor diversas representaciones sagradas. Muchos santos y santas
le tuvieron una gran devoción, entre ellos Teresa de Ávila, quien lo tomó como
abogado e intercesor, encomendándose mucho a él y recibiendo todas las gracias
que le pedía. Alentada por su experiencia, la santa persuadía a otros para que
le fueran devotos[9].
En todos los libros de oraciones se encuentra alguna
oración a san José. Invocaciones particulares que le son dirigidas todos los
miércoles y especialmente durante todo el mes de marzo, tradicionalmente
dedicado a él[10].
La confianza del pueblo en san José se resume en la
expresión “Ite ad Ioseph”, que hace referencia al tiempo de hambruna en
Egipto, cuando la gente le pedía pan al faraón y él les respondía: «Vayan donde
José y hagan lo que él les diga» (Gn 41,55). Se trataba de José el
hijo de Jacob, a quien sus hermanos vendieron por envidia (cf. Gn 37,11-28)
y que —siguiendo el relato bíblico— se convirtió posteriormente en virrey de
Egipto (cf. Gn 41,41-44).
Como descendiente de David (cf. Mt 1,16.20),
de cuya raíz debía brotar Jesús según la promesa hecha a David por el profeta
Natán (cf. 2 Sam 7), y como esposo de María de Nazaret, san
José es la pieza que une el Antiguo y el Nuevo Testamento.
2. Padre en la ternura
José vio a Jesús progresar día tras día «en sabiduría,
en estatura y en gracia ante Dios y los hombres» (Lc 2,52). Como
hizo el Señor con Israel, así él “le enseñó a caminar, y lo tomaba en sus
brazos: era para él como el padre que alza a un niño hasta sus mejillas, y se
inclina hacia él para darle de comer” (cf. Os 11,3-4).
Jesús vio la ternura de Dios en José: «Como un padre
siente ternura por sus hijos, así el Señor siente ternura por quienes lo temen»
(Sal 103,13).
En la sinagoga, durante la oración de los Salmos, José
ciertamente habrá oído el eco de que el Dios de Israel es un Dios de ternura[11], que es bueno para todos y «su ternura alcanza a
todas las criaturas» (Sal 145,9).
La historia de la salvación se cumple creyendo «contra
toda esperanza» (Rm 4,18) a través de nuestras debilidades. Muchas
veces pensamos que Dios se basa sólo en la parte buena y vencedora de nosotros,
cuando en realidad la mayoría de sus designios se realizan a través y a pesar
de nuestra debilidad. Esto es lo que hace que san Pablo diga: «Para que no me
engría tengo una espina clavada en el cuerpo, un emisario de Satanás que me
golpea para que no me engría. Tres veces le he pedido al Señor que la aparte de
mí, y él me ha dicho: “¡Te basta mi gracia!, porque mi poder se manifiesta
plenamente en la debilidad”» (2 Co 12,7-9).
Si esta es la perspectiva de la economía de la
salvación, debemos aprender a aceptar nuestra debilidad con intensa ternura[12].
El Maligno nos hace mirar nuestra fragilidad con un
juicio negativo, mientras que el Espíritu la saca a la luz con ternura. La
ternura es el mejor modo para tocar lo que es frágil en nosotros. El dedo que
señala y el juicio que hacemos de los demás son a menudo un signo de nuestra
incapacidad para aceptar nuestra propia debilidad, nuestra propia fragilidad.
Sólo la ternura nos salvará de la obra del Acusador (cf. Ap 12,10).
Por esta razón es importante encontrarnos con la Misericordia de Dios,
especialmente en el sacramento de la Reconciliación, teniendo una experiencia
de verdad y ternura. Paradójicamente, incluso el Maligno puede decirnos la
verdad, pero, si lo hace, es para condenarnos. Sabemos, sin embargo, que la
Verdad que viene de Dios no nos condena, sino que nos acoge, nos abraza, nos
sostiene, nos perdona. La Verdad siempre se nos presenta como el Padre
misericordioso de la parábola (cf. Lc 15,11-32): viene a
nuestro encuentro, nos devuelve la dignidad, nos pone nuevamente de pie,
celebra con nosotros, porque «mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida,
estaba perdido y ha sido encontrado» (v. 24).
También a través de la angustia de José pasa la
voluntad de Dios, su historia, su proyecto. Así, José nos enseña que tener fe
en Dios incluye además creer que Él puede actuar incluso a través de nuestros
miedos, de nuestras fragilidades, de nuestra debilidad. Y nos enseña que, en
medio de las tormentas de la vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el
timón de nuestra barca. A veces, nosotros quisiéramos tener todo bajo control,
pero Él tiene siempre una mirada más amplia.
3. Padre en la obediencia
Así como Dios hizo con María cuando le manifestó su
plan de salvación, también a José le reveló sus designios y lo hizo a través de
sueños que, en la Biblia, como en todos los pueblos antiguos, eran considerados
uno de los medios por los que Dios manifestaba su voluntad[13].
José estaba muy angustiado por el embarazo
incomprensible de María; no quería «denunciarla públicamente»[14], pero
decidió «romper su compromiso en secreto» (Mt 1,19). En el primer
sueño el ángel lo ayudó a resolver su grave dilema: «No temas aceptar a María,
tu mujer, porque lo engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Dará a luz
un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus
pecados» (Mt 1,20-21). Su respuesta fue inmediata: «Cuando José
despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado» (Mt 1,24).
Con la obediencia superó su drama y salvó a María.
En el segundo sueño el ángel ordenó a José:
«Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y huye a Egipto; quédate allí
hasta que te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo» (Mt 2,13).
José no dudó en obedecer, sin cuestionarse acerca de las dificultades que podía
encontrar: «Se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto,
donde estuvo hasta la muerte de Herodes» (Mt 2,14-15).
En Egipto, José esperó con confianza y paciencia el
aviso prometido por el ángel para regresar a su país. Y cuando en un tercer
sueño el mensajero divino, después de haberle informado que los que intentaban
matar al niño habían muerto, le ordenó que se levantara, que tomase consigo al
niño y a su madre y que volviera a la tierra de Israel (cf. Mt 2,19-20),
él una vez más obedeció sin vacilar: «Se levantó, tomó al niño y a su madre y
entró en la tierra de Israel» (Mt 2,21).
Pero durante el viaje de regreso, «al enterarse de que
Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí
y, avisado en sueños —y es la cuarta vez que sucedió—, se retiró a la región de
Galilea y se fue a vivir a un pueblo llamado Nazaret» (Mt 2,22-23).
El evangelista Lucas, por su parte, relató que José
afrontó el largo e incómodo viaje de Nazaret a Belén, según la ley del censo
del emperador César Augusto, para empadronarse en su ciudad de origen. Y fue
precisamente en esta circunstancia que Jesús nació y fue asentado en el censo
del Imperio, como todos los demás niños (cf. Lc 2,1-7).
San Lucas, en particular, se preocupó de resaltar que
los padres de Jesús observaban todas las prescripciones de la ley: los ritos de
la circuncisión de Jesús, de la purificación de María después del parto, de la
presentación del primogénito a Dios (cf. 2,21-24)[15].
En cada circunstancia de su vida, José supo pronunciar
su “fiat”, como María en la Anunciación y Jesús en Getsemaní.
José, en su papel de cabeza de familia, enseñó a Jesús
a ser sumiso a sus padres, según el mandamiento de Dios (cf. Ex 20,12).
En la vida oculta de Nazaret, bajo la guía de José,
Jesús aprendió a hacer la voluntad del Padre. Dicha voluntad se transformó en
su alimento diario (cf. Jn 4,34). Incluso en el momento más
difícil de su vida, que fue en Getsemaní, prefirió hacer la voluntad del Padre
y no la suya propia[16] y se hizo «obediente hasta
la muerte […] de cruz» (Flp 2,8). Por ello, el autor de la Carta a
los Hebreos concluye que Jesús «aprendió sufriendo a obedecer» (5,8).
Todos estos acontecimientos muestran que José «ha sido
llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús
mediante el ejercicio de su paternidad; de este modo él coopera en la plenitud
de los tiempos en el gran misterio de la redención y es verdaderamente
“ministro de la salvación”»[17].
4. Padre en la acogida
José acogió a María sin poner condiciones previas.
Confió en las palabras del ángel. «La nobleza de su corazón le hace supeditar a
la caridad lo aprendido por ley; y hoy, en este mundo donde la violencia
psicológica, verbal y física sobre la mujer es patente, José se presenta como
figura de varón respetuoso, delicado que, aun no teniendo toda la información,
se decide por la fama, dignidad y vida de María. Y, en su duda de cómo hacer lo
mejor, Dios lo ayudó a optar iluminando su juicio»[18].
Muchas veces ocurren hechos en nuestra vida cuyo
significado no entendemos. Nuestra primera reacción es a menudo de decepción y
rebelión. José deja de lado sus razonamientos para dar paso a lo que acontece
y, por más misterioso que le parezca, lo acoge, asume la responsabilidad y se
reconcilia con su propia historia. Si no nos reconciliamos con nuestra
historia, ni siquiera podremos dar el paso siguiente, porque siempre seremos
prisioneros de nuestras expectativas y de las consiguientes decepciones.
La vida espiritual de José no nos muestra una vía
que explica, sino una vía que acoge. Sólo a partir de
esta acogida, de esta reconciliación, podemos también intuir una historia más
grande, un significado más profundo. Parecen hacerse eco las ardientes palabras
de Job que, ante la invitación de su esposa a rebelarse contra todo el mal que
le sucedía, respondió: «Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar
los males?» (Jb 2,10).
José no es un hombre que se resigna pasivamente. Es un
protagonista valiente y fuerte. La acogida es un modo por el que se manifiesta en
nuestra vida el don de la fortaleza que nos viene del Espíritu Santo. Sólo el
Señor puede darnos la fuerza para acoger la vida tal como es, para hacer sitio
incluso a esa parte contradictoria, inesperada y decepcionante de la
existencia.
La venida de Jesús en medio de nosotros es un regalo
del Padre, para que cada uno pueda reconciliarse con la carne de su propia
historia, aunque no la comprenda del todo.
Como Dios dijo a nuestro santo: «José, hijo de David,
no temas» (Mt 1,20), parece repetirnos también a nosotros: “¡No
tengan miedo!”. Tenemos que dejar de lado nuestra ira y decepción, y hacer
espacio —sin ninguna resignación mundana y con una fortaleza llena de
esperanza— a lo que no hemos elegido, pero está allí. Acoger la vida de esta
manera nos introduce en un significado oculto. La vida de cada uno de nosotros
puede comenzar de nuevo milagrosamente, si encontramos la valentía para vivirla
según lo que nos dice el Evangelio. Y no importa si ahora todo parece haber
tomado un rumbo equivocado y si algunas cuestiones son irreversibles. Dios
puede hacer que las flores broten entre las rocas. Aun cuando nuestra
conciencia nos reprocha algo, Él «es más grande que nuestra conciencia y lo
sabe todo» (1 Jn 3,20).
El realismo cristiano, que no rechaza nada de lo que
existe, vuelve una vez más. La realidad, en su misteriosa irreductibilidad y
complejidad, es portadora de un sentido de la existencia con sus luces y
sombras. Esto hace que el apóstol Pablo afirme: «Sabemos que todo contribuye al
bien de quienes aman a Dios» (Rm 8,28). Y san Agustín añade: «Aun
lo que llamamos mal (etiam illud quod malum dicitur)»[19]. En
esta perspectiva general, la fe da sentido a cada acontecimiento feliz o
triste.
Entonces, lejos de nosotros el pensar que creer
significa encontrar soluciones fáciles que consuelan. La fe que Cristo nos
enseñó es, en cambio, la que vemos en san José, que no buscó atajos, sino que
afrontó “con los ojos abiertos” lo que le acontecía, asumiendo la
responsabilidad en primera persona.
La acogida de José nos invita a acoger a los demás,
sin exclusiones, tal como son, con preferencia por los débiles, porque Dios
elige lo que es débil (cf. 1 Co 1,27), es «padre de los
huérfanos y defensor de las viudas» (Sal 68,6) y nos ordena amar al
extranjero[20]. Deseo imaginar que Jesús tomó de
las actitudes de José el ejemplo para la parábola del hijo pródigo y el padre
misericordioso (cf. Lc 15,11-32).
5. Padre de la valentía creativa
Si la primera etapa de toda verdadera curación
interior es acoger la propia historia, es decir, hacer espacio dentro de
nosotros mismos incluso para lo que no hemos elegido en nuestra vida,
necesitamos añadir otra característica importante: la valentía creativa. Esta
surge especialmente cuando encontramos dificultades. De hecho, cuando nos
enfrentamos a un problema podemos detenernos y bajar los brazos, o podemos
ingeniárnoslas de alguna manera. A veces las dificultades son precisamente las
que sacan a relucir recursos en cada uno de nosotros que ni siquiera pensábamos
tener.
Muchas veces, leyendo los “Evangelios de la infancia”,
nos preguntamos por qué Dios no intervino directa y claramente. Pero Dios actúa
a través de eventos y personas. José era el hombre por medio del cual Dios se
ocupó de los comienzos de la historia de la redención. Él era el verdadero
“milagro” con el que Dios salvó al Niño y a su madre. El cielo intervino
confiando en la valentía creadora de este hombre, que cuando llegó a Belén y no
encontró un lugar donde María pudiera dar a luz, se instaló en un establo y lo
arregló hasta convertirlo en un lugar lo más acogedor posible para el Hijo de
Dios que venía al mundo (cf. Lc 2,6-7). Ante el peligro
inminente de Herodes, que quería matar al Niño, José fue alertado una vez más
en un sueño para protegerlo, y en medio de la noche organizó la huida a Egipto
(cf. Mt 2,13-14).
De una lectura superficial de estos relatos se tiene
siempre la impresión de que el mundo esté a merced de los fuertes y de los
poderosos, pero la “buena noticia” del Evangelio consiste en mostrar cómo, a
pesar de la arrogancia y la violencia de los gobernantes terrenales, Dios
siempre encuentra un camino para cumplir su plan de salvación. Incluso nuestra
vida parece a veces que está en manos de fuerzas superiores, pero el Evangelio
nos dice que Dios siempre logra salvar lo que es importante, con la condición
de que tengamos la misma valentía creativa del carpintero de Nazaret, que sabía
transformar un problema en una oportunidad, anteponiendo siempre la confianza
en la Providencia.
Si a veces pareciera que Dios no nos ayuda, no
significa que nos haya abandonado, sino que confía en nosotros, en lo que
podemos planear, inventar, encontrar.
Es la misma valentía creativa que mostraron los amigos
del paralítico que, para presentarlo a Jesús, lo bajaron del techo (cf. Lc 5,17-26).
La dificultad no detuvo la audacia y la obstinación de esos amigos. Ellos
estaban convencidos de que Jesús podía curar al enfermo y «como no pudieron
introducirlo por causa de la multitud, subieron a lo alto de la casa y lo
hicieron bajar en la camilla a través de las tejas, y lo colocaron en medio de
la gente frente a Jesús. Jesús, al ver la fe de ellos, le dijo al paralítico:
“¡Hombre, tus pecados quedan perdonados!”» (vv. 19-20). Jesús reconoció la fe
creativa con la que esos hombres trataron de traerle a su amigo enfermo.
El Evangelio no da ninguna información sobre el tiempo
en que María, José y el Niño permanecieron en Egipto. Sin embargo, lo que es
cierto es que habrán tenido necesidad de comer, de encontrar una casa, un
trabajo. No hace falta mucha imaginación para llenar el silencio del Evangelio
a este respecto. La Sagrada Familia tuvo que afrontar problemas concretos como
todas las demás familias, como muchos de nuestros hermanos y hermanas migrantes
que incluso hoy arriesgan sus vidas forzados por las adversidades y el hambre.
A este respecto, creo que san José sea realmente un santo patrono especial para
todos aquellos que tienen que dejar su tierra a causa de la guerra, el odio, la
persecución y la miseria.
Al final de cada relato en el que José es el
protagonista, el Evangelio señala que él se levantó, tomó al Niño y a su madre
e hizo lo que Dios le había mandado (cf. Mt 1,24; 2,14.21). De
hecho, Jesús y María, su madre, son el tesoro más preciado de nuestra fe[21].
En el plan de salvación no se puede separar al Hijo de
la Madre, de aquella que «avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo
fielmente su unión con su Hijo hasta la cruz»[22].
Debemos preguntarnos siempre si estamos protegiendo
con todas nuestras fuerzas a Jesús y María, que están misteriosamente confiados
a nuestra responsabilidad, a nuestro cuidado, a nuestra custodia. El Hijo del
Todopoderoso viene al mundo asumiendo una condición de gran debilidad. Necesita
de José para ser defendido, protegido, cuidado, criado. Dios confía en este
hombre, del mismo modo que lo hace María, que encuentra en José no sólo al que
quiere salvar su vida, sino al que siempre velará por ella y por el Niño. En
este sentido, san José no puede dejar de ser el Custodio de la Iglesia, porque
la Iglesia es la extensión del Cuerpo de Cristo en la historia, y al mismo
tiempo en la maternidad de la Iglesia se manifiesta la maternidad de María[23]. José, a la vez que continúa protegiendo a la
Iglesia, sigue amparando al Niño y a su madre, y nosotros también,
amando a la Iglesia, continuamos amando al Niño y a su madre.
Este Niño es el que dirá: «Les aseguro que siempre que
ustedes lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo
hicieron» (Mt 25,40). Así, cada persona necesitada, cada pobre,
cada persona que sufre, cada moribundo, cada extranjero, cada prisionero, cada
enfermo son “el Niño” que José sigue custodiando. Por eso se invoca a san José
como protector de los indigentes, los necesitados, los exiliados, los afligidos,
los pobres, los moribundos. Y es por lo mismo que la Iglesia no puede dejar de
amar a los más pequeños, porque Jesús ha puesto en ellos su preferencia, se
identifica personalmente con ellos. De José debemos aprender el mismo cuidado y
responsabilidad: amar al Niño y a su madre; amar los sacramentos y la caridad;
amar a la Iglesia y a los pobres. En cada una de estas realidades está
siempre el Niño y su madre.
6. Padre trabajador
Un aspecto que caracteriza a san José y que se ha
destacado desde la época de la primera Encíclica social, la Rerum
novarum de León XIII, es su relación con el trabajo. San José era un
carpintero que trabajaba honestamente para asegurar el sustento de su familia.
De él, Jesús aprendió el valor, la dignidad y la alegría de lo que significa
comer el pan que es fruto del propio trabajo.
En nuestra época actual, en la que el trabajo parece
haber vuelto a representar una urgente cuestión social y el desempleo alcanza a
veces niveles impresionantes, aun en aquellas naciones en las que durante
décadas se ha experimentado un cierto bienestar, es necesario, con una
conciencia renovada, comprender el significado del trabajo que da dignidad y
del que nuestro santo es un patrono ejemplar.
El trabajo se convierte en participación en la obra
misma de la salvación, en oportunidad para acelerar el advenimiento del Reino,
para desarrollar las propias potencialidades y cualidades, poniéndolas al
servicio de la sociedad y de la comunión. El trabajo se convierte en ocasión de
realización no sólo para uno mismo, sino sobre todo para ese núcleo original de
la sociedad que es la familia. Una familia que carece de trabajo está más
expuesta a dificultades, tensiones, fracturas e incluso a la desesperada y
desesperante tentación de la disolución. ¿Cómo podríamos hablar de dignidad
humana sin comprometernos para que todos y cada uno tengan la posibilidad de un
sustento digno?
La persona que trabaja, cualquiera que sea su tarea,
colabora con Dios mismo, se convierte un poco en creador del mundo que nos
rodea. La crisis de nuestro tiempo, que es una crisis económica, social,
cultural y espiritual, puede representar para todos un llamado a redescubrir el
significado, la importancia y la necesidad del trabajo para dar lugar a una
nueva “normalidad” en la que nadie quede excluido. La obra de san José nos
recuerda que el mismo Dios hecho hombre no desdeñó el trabajo. La pérdida de
trabajo que afecta a tantos hermanos y hermanas, y que ha aumentado en los
últimos tiempos debido a la pandemia de Covid-19, debe ser un llamado a revisar
nuestras prioridades. Imploremos a san José obrero para que encontremos caminos
que nos lleven a decir: ¡Ningún joven, ninguna persona, ninguna familia sin
trabajo!
7. Padre en la sombra
El escritor polaco Jan Dobraczyński, en su libro La
sombra del Padre[24], noveló la vida de san
José. Con la imagen evocadora de la sombra define la figura de José, que para
Jesús es la sombra del Padre celestial en la tierra: lo auxilia, lo protege, no
se aparta jamás de su lado para seguir sus pasos. Pensemos en aquello que
Moisés recuerda a Israel: «En el desierto, donde viste cómo el Señor, tu Dios,
te cuidaba como un padre cuida a su hijo durante todo el camino» (Dt 1,31).
Así José ejercitó la paternidad durante toda su vida[25].
Nadie nace padre, sino que se hace. Y no se hace sólo
por traer un hijo al mundo, sino por hacerse cargo de él responsablemente.
Todas las veces que alguien asume la responsabilidad de la vida de otro, en
cierto sentido ejercita la paternidad respecto a él.
En la sociedad de nuestro tiempo, los niños a menudo
parecen no tener padre. También la Iglesia de hoy en día necesita padres. La
amonestación dirigida por san Pablo a los Corintios es siempre oportuna:
«Podrán tener diez mil instructores, pero padres no tienen muchos» (1 Co 4,15);
y cada sacerdote u obispo debería poder decir como el Apóstol: «Fui yo quien
los engendré para Cristo al anunciarles el Evangelio» (ibíd.). Y a los
Gálatas les dice: «Hijos míos, por quienes de nuevo sufro dolores de parto
hasta que Cristo sea formado en ustedes» (4,19).
Ser padre significa introducir al niño en la
experiencia de la vida, en la realidad. No para retenerlo, no para
encarcelarlo, no para poseerlo, sino para hacerlo capaz de elegir, de ser
libre, de salir. Quizás por esta razón la tradición también le ha puesto a
José, junto al apelativo de padre, el de “castísimo”. No es una indicación
meramente afectiva, sino la síntesis de una actitud que expresa lo contrario a
poseer. La castidad está en ser libres del afán de poseer en todos los ámbitos de
la vida. Sólo cuando un amor es casto es un verdadero amor. El amor que quiere
poseer, al final, siempre se vuelve peligroso, aprisiona, sofoca, hace infeliz.
Dios mismo amó al hombre con amor casto, dejándolo libre incluso para
equivocarse y ponerse en contra suya. La lógica del amor es siempre una lógica
de libertad, y José fue capaz de amar de una manera extraordinariamente libre.
Nunca se puso en el centro. Supo cómo descentrarse, para poner a María y a
Jesús en el centro de su vida.
La felicidad de José no está en la lógica del
auto-sacrificio, sino en el don de sí mismo. Nunca se percibe en este hombre la
frustración, sino sólo la confianza. Su silencio persistente no contempla
quejas, sino gestos concretos de confianza. El mundo necesita padres, rechaza a
los amos, es decir: rechaza a los que quieren usar la posesión del otro para
llenar su propio vacío; rehúsa a los que confunden autoridad con autoritarismo,
servicio con servilismo, confrontación con opresión, caridad con
asistencialismo, fuerza con destrucción. Toda vocación verdadera nace del don
de sí mismo, que es la maduración del simple sacrificio. También en el
sacerdocio y la vida consagrada se requiere este tipo de madurez. Cuando una
vocación, ya sea en la vida matrimonial, célibe o virginal, no alcanza la
madurez de la entrega de sí misma deteniéndose sólo en la lógica del
sacrificio, entonces en lugar de convertirse en signo de la belleza y la
alegría del amor corre el riesgo de expresar infelicidad, tristeza y
frustración.
La paternidad que rehúsa la tentación de vivir la vida
de los hijos está siempre abierta a nuevos espacios. Cada niño lleva siempre
consigo un misterio, algo inédito que sólo puede ser revelado con la ayuda de
un padre que respete su libertad. Un padre que es consciente de que completa su
acción educativa y de que vive plenamente su paternidad sólo cuando se ha hecho
“inútil”, cuando ve que el hijo ha logrado ser autónomo y camina solo por los
senderos de la vida, cuando se pone en la situación de José, que siempre supo que
el Niño no era suyo, sino que simplemente había sido confiado a su cuidado.
Después de todo, eso es lo que Jesús sugiere cuando dice: «No llamen “padre” a
ninguno de ustedes en la tierra, pues uno solo es su Padre, el del cielo» (Mt 23,9).
Siempre que nos encontremos en la condición de ejercer
la paternidad, debemos recordar que nunca es un ejercicio de posesión, sino un
“signo” que nos evoca una paternidad superior. En cierto sentido, todos nos
encontramos en la condición de José: sombra del único Padre celestial, que
«hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e
injustos» (Mt 5,45); y sombra que sigue al Hijo.
* * *
«Levántate, toma contigo al niño y a su madre» (Mt 2,13),
dijo Dios a san José.
El objetivo de esta Carta apostólica es que crezca el
amor a este gran santo, para ser impulsados a implorar su intercesión e imitar
sus virtudes, como también su resolución.
En efecto, la misión específica de los santos no es
sólo la de conceder milagros y gracias, sino la de interceder por nosotros ante
Dios, como hicieron Abrahán[26] y Moisés[27], como hace Jesús, «único mediador» (1 Tm 2,5),
que es nuestro «abogado» ante Dios Padre (1 Jn 2,1), «ya que vive
eternamente para interceder por nosotros» (Hb 7,25; cf. Rm 8,34).
Los santos ayudan a todos los fieles «a la plenitud de
la vida cristiana y a la perfección de la caridad»[28]. Su
vida es una prueba concreta de que es posible vivir el Evangelio.
Jesús dijo: «Aprendan de mí, que soy manso y humilde
de corazón» (Mt 11,29), y ellos a su vez son ejemplos de vida a
imitar. San Pablo exhortó explícitamente: «Vivan como imitadores míos» (1 Co 4,16)[29]. San José lo dijo a través de su elocuente
silencio.
Ante el ejemplo de tantos santos y santas, san Agustín
se preguntó: «¿No podrás tú lo que éstos y éstas?». Y así llegó a la conversión
definitiva exclamando: «¡Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva!»[30].
No queda más que implorar a san José la gracia de las
gracias: nuestra conversión.
A él dirijamos nuestra oración:
Salve, custodio del Redentor
y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.
Oh, bienaventurado José,
muéstrate padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal. Amén.
Roma, en San Juan de Letrán, 8 de
diciembre, Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen
María, del año 2020, octavo de mi pontificado.
Francisco
[1] Lc 4,22; Jn 6,42;
cf. Mt 13,55; Mc 6,3.
[2] S. Rituum Congreg., Quemadmodum
Deus (8 diciembre 1870): ASS 6 (1870-71), 194.
[3] Cf. Discurso a las
Asociaciones cristianas de Trabajadores italianos con motivo de la Solemnidad
de san José obrero (1 mayo 1955): AAS 47 (1955), 406.
[4] Exhort. ap. Redemptoris custos (15 agosto
1989): AAS 82 (1990), 5-34.
[5] Catecismo de la Iglesia
Católica, 1014.
[6] Meditación en tiempos de
pandemia (27 marzo
2020): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (3
abril 2020), p. 3.
[7] In Matth. Hom, V, 3: PG 57,
58.
[8] Homilía (19 marzo
1966): Insegnamenti di Paolo VI, IV (1966), 110.
[9] Cf. Libro de la vida, 6,
6-8.
[10] Todos los días, durante más de
cuarenta años, después de Laudes, recito una oración a san José tomada de un
libro de devociones francés del siglo XIX, de la Congregación de las Religiosas
de Jesús y María, que expresa devoción, confianza y un cierto reto a san José:
«Glorioso patriarca san José, cuyo poder sabe hacer posibles las cosas
imposibles, ven en mi ayuda en estos momentos de angustia y dificultad. Toma
bajo tu protección las situaciones tan graves y difíciles que te confío, para
que tengan una buena solución. Mi amado Padre, toda mi confianza está puesta en
ti. Que no se diga que te haya invocado en vano y, como puedes hacer todo con
Jesús y María, muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder. Amén».
[11] Cf. Dt 4,31; Sal 69,17;
78,38; 86,5; 111,4; 116,5; Jr 31,20.
[12] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre
2013), 88, 288: AAS 105 (2013), 1057,
1136-1137.
[13] Cf. Gn 20,3; 28,12;
31,11.24; 40,8; 41,1-32; Nm 12,6; 1 Sam 3,3-10; Dn 2;
4; Jb 33,15.
[14] En estos casos estaba prevista la
lapidación (cf. Dt 22,20-21).
[16] Cf. Mt 26,39; Mc 14,36; Lc 22,42.
[17] S. Juan Pablo II, Exhort. ap. Redemptoris custos (15 agosto
1989), 8: AAS 82 (1990), 14.
[18] Homilía en la Santa Misa con
beatificaciones,
Villavicencio – Colombia (8 septiembre 2017): AAS 109 (2017),
1061.
[19] Enchiridion de fide, spe et
caritate, 3.11: PL 40, 236.
[20] Cf. Dt 10,19; Ex 22,20-22; Lc 10,29-37.
[21] Cf. S. Rituum Congreg., Quemadmodum
Deus (8 diciembre 1870): ASS 6 (1870-71), 193; B. Pío
IX, Carta ap. Inclytum Patriarcham (7 julio 1871): l.c.,
324-327.
[22] Conc. Ecum. Vat. II, Const.
dogm. Lumen gentium, 58.
[23] Cf. Catecismo de la Iglesia
Católica, 963-970.
[24] Edición original: Cień Ojca,
Varsovia 1977.
[25] Cf. S. Juan Pablo II, Exhort.
ap. Redemptoris custos, 7-8: AAS 82
(1990), 12-16.
[27] Cf. Ex 17,8-13;
32,30-35.
[28] Conc. Ecum. Vat. II, Const.
dogm. Lumen gentium, 42.
[29] Cf. 1 Co 11,1; Flp 3,17; 1
Ts 1,6.
[30] Confesiones, 8, 11, 27: PL 32,
761; 10, 27, 38: PL 32, 795.