Leemos el texto de Mateo capítulo 5: Al terminar las bienaventuranzas, parece claro que
Jesús nos quiere felices y nos aconseja cómo serlo.
Nosotros, parece que buscamos el modo de no serlo, y Él se
empeña en que lo seamos. Se da una tensión curiosa. Por nuestra parte pensamos:
-Nadie, mejor que yo, pueda saber lo que necesito, lo que más me gustaría. Y
nos ponemos a ello: en el trabajo, en la familia, con los hijos, en la vida en
común. Pero, claro, si las cosas no salen la culpa es de los demás, que no
están de acuerdo conmigo, que me estorban (el infierno son los demás).
Querríamos estar solos, aunque tampoco eso sería bueno porque nos separaría de
seres queridos, personas que quizás nos hacen sufrir, pero a las que queremos.
He aquí la libertad humana, una libertad creativa, con la
que se puede hacer el bien y el mal. La cuestión es mirar al otro, y ver qué es
lo que él quiere. Si miramos lo que nosotros queremos, puede que n0 coincida
con lo que el otro quiere. ¿Qué hacer?
-En las bienaventuranzas se ha dicho que el Señor ha dejado
reflejada su interioridad, que son una biografía de su intimidad, de los bienes
que le mueven a actuar. Hay que meditarlas con atención.
Bienaventurados los pobres de espíritu, que para sí quieren poco, prefieren ser pobres mejor que ricos. …Porque de ellos es el reino de los cielos. Este reino de los cielos es el bien definitivo que hemos de alcanzar. Está allá, al final; no ahora, por el camino. Así, en un viaje: viajar es dificultoso: qué llevo, en qué cantidad; la maleta, los billetes, la aduana, las distancias, las comidas diferentes, las medicinas… Lo que atrae es el final, y la vuelta a casa, y la satisfacción de haberlo hecho, de haber estado. ¿Y cómo se ha alcanzado ese final? Deseando muy poco para el camino, poniendo esfuerzo en la meta, en el llegar.
*Bienaventurados los que lloran. ¿No estábamos en
cómo alcanzar la felicidad? Ahora se dice que hay que llorar. ¿Por qué llorar?
Porque las cosas no van bien. ¿Y por qué no van a ir bien? Porque en esta vida
nada es fácil, hay muchos motivos de sufrimientos. San Josemaría también quiere
que seamos felices, pero ya en la tierra, te quiero feliz en la
tierra, escribe. Cosa interesante, que parece que no va de acuerdo
con lo dicho hace un momento. Eso está bien, ser feliz en la tierra. Y continúa
su advertencia: Y no lo serás mientras tengas miedo al dolor, porque
mientras caminamos en el dolor está precisamente la felicidad. (C. 217). De
modo que para ser feliz en la tierra hay que aprender a llorar. Jesús lloró en
varias ocasiones pensando que las personas no aceptaban lo que les decía para
su bien, y eso le causaba dolor.
*Bienaventurados los mansos. Sabemos bien que es ser
manso por comparación con los animales. Si los encontramos de frente preguntamos
en seguida si son mansos. ¿Qué es ser manso? Que no se alteren al verme, que no
me ataquen cuando me acerco. Que no muerdan, que no embistan. También hay personas tensas por dentro,
siempre a la defensiva. Piensan que cualquiera les puede hacer daño porque opinan
que la gente es muy mala, van a lo suyo. Y no como yo, que voy a lo mío. Su opinión
de los demás posiblemente esté sacada de su propio modo de ser. O a lo mejor
no. Pero el niño hace algo que no me parece bien y le riño; la mujer tiene un
comentario o desea una iniciativa, y discuto. Se piensa que en la vida no se
puede ir con la bondad por delante, que hay que precaverse, ir a la defensiva,
que un mal intencionado no nos coja por sorpresa, porque a mal intencionado que
nadie me gane. Pero el Señor habla de
ser manso, de no ver enemigos en los demás, de mostrar confianza, de ver más lo
bueno de los demás que lo malo, lo aprovechable que lo que repele. Entonces, ¿el
manso es tonto, es bobo, es ingenuo? No, confía en el otro como persona
inicialmente pacífica. Y si no es así, espera pacientemente en que pueda haber
una conversación, un acuerdo que nos haga compatibles, e incluso socios en la
vida. Difícil esperanza, pero así era Jesús: Aprended de mí que soy manso y
humilde de corazón, y como de esa manera Jesús era feliz, nos lo aconseja
(Mt 11,29).
Conviene leer y examinar cada una de las bienaventuranzas
aconsejadas por Jesús. Las aprendió de su Padre Dios, y en lo humano de su
Madre, Santa María.
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