martes, 7 de noviembre de 2017

¡Nos han invitado!

A Jesús le invita a comer un sábado un fariseo. Y Jesús va, porque no discrimina a nadie. A pesar de que las invitaciones en sábado son siempre una trampa.

¿Va el hombre hidrópico por su propio pie a pedir que le cure? ¿Le animan otros a que vaya, sabiendo que Jesús no se resiste a las curaciones cuando se le piden por necesidad, con ansiedad? No lo sabemos, pero allí está. Jesús pregunta en público si es lícito curar en sábado. De paso les recuerda si en sábado llevan a abrevar al burro: una necesidad humana parece más importante. Jesús le cura y se callan.

Pero son molestos los movimientos de algunos por estar en los primeros puestos, por estar cerca de él y observarle más de cerca: pura curiosidad. Jesús se lo echa en cara, es más elegante, más caritativo, dejar el puesto a otros. Y una voz se alza en el ambiente: -¡Bienaventurado el que coma en el Reino de Dios!

Es un excelente deseo, pero Jesús lo tiene que comentar con pena, para que le oiga precisamente aquel público, exponiendo una de sus famosas parábolas. El hombre rico que prepara un banquete espléndido con el deseo de agasajar a sus amigos. Lo prepara todo, les avisa para facilitar su venida… y empiezan a excusarse: no van, no quieren ir, ponen excusas para ir.

Conviene hacer un parón y pensar que nosotros somos uno de esos invitados. Invitados a su casa, a su mesa, a su intimidad, a su fiesta. ¿Cuál es nuestra respuesta?

Adán dejó a Dios plantado y Caín, su hijo, le ofende matando a su buen hermano. Está concatenada la decisión del padre y la obcecación del hijo. Los hijos aprende de sus padres, y el mal lo aprenden muy rápido. El mal no es como el bien: el bien deja elegir en libertad, pero el mal atrae encadenando la libertad.

Y ahí comienza la historia de la humanidad. Con razón decía agudamente un autor, que la historia humana, universal, está provocada por las guerras y las disputas entre los hombres. Sin el pecado original, quizás no hubiera habido historia, o por lo menos ‘ese tipo de historia’.

¿En qué posición estamos nosotros?

El gran convite final tiene un aperitivo importante ya en nuestros días. Se celebra en la mesa del altar, lo sirve el Señor y el manjar es Él mismo. Nos da su cuerpo y su sangre, se dividieron en su muerte cruenta y volvieron a reunirse en la resurrección. Es el aperitivo del gran banquete del Reino.

¿Asistimos, o lo dejamos?


No hay comentarios: