La palabra misterio, de origen griego, alude a aquella realidad que supera el conocimiento del hombre. Se refiere expresamente a Dios y a la acción divina. La palabra sacramento, de origen romano-jurídico, se refiere a nuestro modo de acceder, de alguna manera, al misterio.
Las tres personas divinas viven en una comunión de amor. A través de la encarnación del Verbo, se proponen comunicar e introducir al hombre en su amor trinitario. Esta fue la actividad que ocupó toda la vida de Jesús y su muerte. Precisamente, antes de morir dijo: ‘-Todo se ha cumplido.’ Solo quedaba la resurrección.
Poco antes de estos sucesos había celebrado con los apóstoles la Última Cena. Allí instituyó un sacramento que nos abre la puerta para participar en el misterio de la comunión en el amor.
El Cordero de Dios
A Jesús le señala el Bautista como “el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo”
En cada Misa, antes de la comunión, el sacerdote muestra el sacramento y dice: -Este es el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo. os actos posteriores -pasión, muerte y resurrección-, están realmente significados en el sacrificio de la Misa, que repite en el tiempo la institución de la Última Cena. De este modo, Jesús nos introduce continuamente en ‘su hora’, la hora de la redención, la hora de nuestra introducción en el amor trinitario.
La comunión espiritual y sacramental prolonga en los cristianos la venida de Jesús al mundo.
En primer lugar, siendo el alimento que nos introduce en la vida eterna. Por ella empezamos en vida a participar de la plenitud siendo, además, prenda de la vida futura. Es alimento de nuestra fe. ‘La Iglesia vive de la Eucaristía’. Vive de la fe en esta realidad sobrenatural que se ‘toca’ contemplando y recibiendo el sacramento eucarístico.
El Cuerpo de Cristo
Con estas palabras nos referimos (1) al cuerpo que el Verbo tomó en las entrañas de la Virgen María; (2) a la Eucaristía; (3) al Cuerpo eclesial, jerárquico, organizado, en el que se perpetúa la verdad transmitida por Cristo y los sacramentos que nos otorgó. Todos estos sentidos del cuerpo de Cristo han tenido una sucesión en el tiempo. En el centro de todos ellos está el sacramento, que asume a los hombres y estructura la Iglesia.
Juan Pablo II, en la encíclica citada, dejó claro quiénes podrían recibir este sacramento: los plenamente incorporados a Cristo a través de las disposiciones de la Iglesia. Antes de recibir el Sacramento, hemos de mostrar nuestra unión plena a cuanto cree y practica la Iglesia.
La recepción muestra la plenitud de la unión, no puede ser una preparación para conseguirla.
Nuestra esperanza
Jesús resucitado –presente en la Eucaristía con su cuerpo, sangre, alma y divinidad-, es nuestra esperanza escatológica. A Él queremos llegar, y por Él a la Trinidad. Pero por ahora, aún no es posible que ocurra plenamente, participamos de esa realidad sacramentalmente. Por tanto, no es solo una esperanza prometida, sino una esperanza que se realiza paso a paso.
Del mismo modo, la felicidad futura, plena, empezamos ya a gozarla incoativamente pero de modo real, mediante la Eucaristía. Como la Iglesia es Cuerpo de Cristo, es signo de unidad de todos los cristianos. Toda la Iglesia está presente en cada celebración eucarística y participa del cielo en la tierra. Es banquete del Reino, incoativamente. Esta unidad mira a todos los hombres, de algún modo les aprovecha pero deben unirse voluntariamente.
Activos
Con Cristo, la Virgen María es nuestra esperanza, al estar en cuerpo y alma en los Cielos.
Ella es la gran creyente, ‘peregrinó en la fe’ y es nuestro ejemplo. Más aún, por diversos motivos, está presente en nuestro caminar y en nuestras encuentros con Jesús en las comuniones eucarísticas.
Hemos de imitar su actuosa participatio, Ella no fue una mujer pasiva. En todo momento obedeció y estuvo junto a Jesús. Es Corredentora. También nosotros hemos de ser activos, tanto en la vida ordinaria, como en la celebración eucarística. En ningún momento hemos de ser pasivos.
No lo somos en el arrepentimiento, la escucha de la Palabra, la confesión de la fe, el ofrecimiento de nuestra vida, la adoración, la recepción del sacramento, en la acción de gracias, en el apostolado.
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