lunes, 19 de enero de 2015

Aún por salvar

Jesús es el Salvador. 

-Pero, ¿es que los hombres están enfermos, en peligro? -¿De qué tienen que ser salvados?

-Han de ser salvados, responde alguno, de enfermedades, pero ahora sobre todo de la falta de trabajo, de la pobreza...

-Pero, hace mucho que vivimos en la tierra, ¿nadie se ha dado cuenta de esas faltas, de esas necesidades?

-Sí, pero respecto a las enfermedades, no hay tratamientos específicos para atenderlas, o no llegan a tiempo al enfermo... Y en cuanto a lo económico, fíjate, se queda la gente importante con el dinero, la gente que tendría que gestionarlo y que solucionar las cosas. 

-¿Y por qué no lo hacen? ¿Es que tenemos que ser salvados de esas personas? ¿O no es más bien que esas personas y nosotros debemos ser salvados de nuestro egoísmo, de nuestra ambición, de nuestra comodidad para trabajar más...?

Alguien ha comentado recientemente en un artículo de periódico que tendríamos que preocuparnos un poco más de cuidar del bien de nuestras almas, de educar las almas de los demás, de preocuparnos del bien espiritual de amigos y parientes. Sí, algo de estoy hay. Mientras haya miedo de entrar en el interior de las personas, un excesivo respeto a lo que se considera perteneciente a la intimidad personal y no ver en ello un interés social clarísimo, iremos mal.

Educamos y enseñamos para resolver problemas materiales, profesionales, muy ligados a lo físico, podríamos decir. Y no cuidamos el nivel superior de formación que es el correspondiente a las intenciones, los fines, el respeto a los demás, la promoción de intereses comunes, sociales. E incluso cuando alguien se dedica a ello, se interpreta su interés por la ambición, por el egoísmo, por el beneficio individual. 

Hemos de ser salvados de nuestro individualismo, que niega lo familiar, lo social, o lo supedita a lo primero porque no se entiende que pueda haber otros intereses más generosos. Pero la vida de Jesús es una continua apertura a los demás, a su bien material y espiritual, al bien común, a la comunidad. 

En fin, salvados del pecado. Y no solamente una sola vez, sino una detrás de otra. Nunca llegamos a reformarnos del todo, a dar por zanjadas nuestras desafortunadas inclinaciones, a liberarnos del mal. No somos capaces, y necesitamos ayuda de Jesús, el Salvador, que ha venido al mundo para salvarnos. 

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