domingo, 12 de mayo de 2013

Cumplido lo prometido, se fue a su lugar natural


Las palabras últimas de Jesús a los apóstoles que nos ha dejado escritas san Lucas, son las siguientes: -"Estas son las cosas que os decía cuando estaba todavía con vosotros".

¿Qué cosas eran esas? Jesús les advertía que debía cumplirse cuanto se consignaba en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. ¿Es que la historia está escrita con antelación y no es modificable? No. También nosotros adivinamos un poco los acontecimientos por venir: -Eso no se lo digo yo ni loco. -Me va a echar una mirada... -Eso no me lo aprueban. -Bueno, yo creo que eso se puede hacer.

¿Tan listos somos? No, pero por indicios y con experiencia, podemos echar nuestros cálculos sobre lo que va a pasar. Pues Dios es muchos más listo y conoce mejor a la gente.

Además, podemos asegurar a nivel personal nuestro comportamiento: -Yo estoy allí a las tres de todas, todas. -Ese día no falto. Pues también Dios puede asegurar lo que Él va a hacer y cuando. Faltaría más.
Pues Dios conocía a los hombres de su pueblo y lo que su Hijo haría. Y algunos sucesos concretos hasta podía adelantar que sucederían.

-"Entonces les abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras". Luego es Dios quien puede hacer que entendamos las cosas mejor. Más aún, de eso se trata, porque Cristo vino a enseñar y se enseña lo que aún no saben los alumnos. Quiere que entendamos más, pero a veces nos atrancamos: -¡Cómo va a ser eso así!  Pues puede serlo...

-"Vosotros sois testigos de estas cosas". San Mateo nos transmite que envía a todo el mundo a sus discípulos para que multipliquen la labor humana que realizó Jesús. Pero, ¿cómo identificarnos con Él tan profundamente. De dos modos. El primero, mediante los sacramentos: el bautismo, la penitencia, la confirmación, la eucaristía, el matrimonio, el orden sacerdotal, la unción de enfermos. Por el primero de ellos, morimos al mundo y nacemos a Cristo. ¿Cómo morir? Bien, esa muerte quiere decir morir a una visión puramente humana, terrena, temporal de la vida, para mirar los sucesos desde el punto de vista de Dios. La visión de Dios no destruye nada de lo que existe, simplemente le da su sentido: al comer, al beber, a las relaciones maritales, a los negocios, al ocio, a todo.

-"Y sabed que voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre" (al Espíritu Santo). Por tanto, al terminar su quehacer en la tierra -predicar, padecer, morir, resucitar- sube al cielo. Y Aquel prometido por el vendrá vendrá para inspirarnos en el seguimiento de Cristo, a trabajar con ánimos superiores y a anunciar la buena nueva a nuestro alrededor, constantemente, pase lo que pase. Porque la buena noticia lo es en cada circunstancia.

La Virgen María entendió las escrituras y el Espíritu Santo era su propio espíritu, su propio anhelo. Nos tiene que ayudar para que también sea nuestro consolador, nuestro consejero.

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