martes, 7 de agosto de 2012

Renovar la fe

Hay diferentes apreciaciones entre quien tiene buena vista, clara, de lo lejano y de lo que está cerca, y la persona que la tiene deficiente. Esta última puede usar gafas, lupa, o los instrumentos de que haya menester. Potenciará muchísimo un aspecto, pero difícilmente el conjunto. Diferencias pequeñísimas, por supuesto, pero diferencias.

La fe nos otorga una vista clara, profunda y detallista de las cosas. No es esta una afirmación gratuíta sino bien cimentada. "El núcleo de la crisis de la Iglesia en Europa es la crisis de fe", nos dice el Santo Padre. Llevamos ya algún siglo sufriéndola y el que no esté ciego puede darse cuenta: hay múltiples crisis, de múltiples cosas. "Si no encontramos una respuesta para ella, si la fe no adquiere nueva vitalidad, con una convicción profunda y una fuerza real gracias al encuentro con Jesucristo, todas las demás reformas serán ineficaces" (22 de diciembre pasado)
Tomado del blog de Raúl Espinosa

Una fe rutinaria, una fe cansina, unas costumbres chirriantes por el moho y la dejadez... "La fe tiene que ser nuevamente pensada y, sobre todo, vivida, hoy de modo nuevo, para que se convierta en algo que pertenece al presente." (23 de septiembre del año anterior)

Hemos celebrado recientemente la fiesta de la Transustanciación del Señor. Acompañado de Pedro, Juan y Santiago, Jesús sube al Tabor y conversa amigablemente con Elías y Moisés. ¿De qué? Del testimonio profético que ellos dieron sobre el Mesías, y de su cumplimiento, posiblemente. En cuanto hay una pausa interviene Pedro: -¡Señor, qué bien se está aquí! Hagamos tres tiendas... Se ha ensanchado su conocimiento del contenido de la fe y está experimentando la alegría y la paz de la Gloria.

También nosotros necesitamos, de vez en cuando, mayor claridad, conocimiento, experiencia de la fe. Pero el Señor nos la da como en cuenta gotas, para estimular nuestra aportación a ese proceso de crecimiento. Si se excediera en sus dones, dejaríamos de tener mérito, o de estar en la tierra.Pero es verdad que necesitamos esos momentos, habitualmente asociados a la oración personal. ¡La fe ha de ser vibrante para poder comunicarla a otros!

Y, ¿por qué no la tienen ellos, incluso personas muy cercanas a nosotros, a las que hemos intentado con todas nuestras fuerzas transmitirla? A veces porque no se enteran, porque no atienden, porque no les interesa lo que otros les dicen: todo lo quieren experimentar por sí mismos. Bien, al Señor también los interesan ellos y los espera, quizás después de sus muchas tonterías y de sus muchos errores. También después de sus éxitos. ¿Qué hay de auténtico, de esforzado, de meritorio en todo ello? El Señor sabe descubrir la bondad incluso en las actuaciones más equivocadas, cosa que a nosotros nos cuesta mucho.

Otras veces, es el comunicador el que falla: no nos hacen caso porque no les damos ejemplo. Ya dice el Papa que hoy día, más que maestros se hace caso a los testigos auténticos. Al menos en la autenticidad no debemos fallar. A ver si así les enseñamos algo. La autenticidad nos hará darnos cuenta de que, si la tenemos, es por la gracias de Dios.

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