"Los conflictos que surgen en torno a nosotros, las privaciones, las dificultades que afligen y atormentan a tantos seres humanos de una u otra parte del mundo, son un desafío para los que profesamos ser seguidores de Jesucristo" (Juan Pablo II)
No solo es un desafío para los cristianos sino para todos los hombres. Pero especialmente para los cristianos porque se espera de nosotros una respuesta garbosa, acertada y, previsiblemente, ejemplar. Eso debe ser así porque partimos de unos principios. Más concretamente, Jesucristo nos dejo que la verdad nos haría libres, es decir, orientaría nuestra libertad. La verdad. Verdad humana porque, aun cuando contemos con la Verdad de Dios, verdad creadora y salvadora, la interpretamos los hombres y de divina pasa a ser verdad humana, con todas las limitaciones de nuestra cabeza, aún cuando contemos con todas las sugerencias que nos otorga la realidad creada y la Verdad de Dios acerca de ella.
Nuestra época ha elegido como paradigma 'la libertad', por encima de la verdad. Tiene una ventaja, no nos pelearemos por la verdad. Y tiene también una clara desventaja, el diverso modo de entender la libertad provoca que nos peleemos. La verdad cristiana, al menos, tiene un matiz interesante: nos dice que no hay que pelearse, que hemos de buscar un acuerdo para conducirnos socialmente. Ese acuerdo ha de ser racional, es decir, que ha de girar en torno a la verdad. La libertad puede degenerar hacia lo irracional, lo sentimental, lo caótico y aberrante. En cambio, la verdad va encontrando caminos, acuerdos, sobre todo si es una verdad con principios no interesados individual o partidistamente, sino principios orientativos sobre el bien del hombre, personal y socialmente considerado.
La Iglesia habla de doctrina, de conjunto de verdades derivadas de los máximos principios. Estos máximos principios son: origen gratuito común, fraternidad debida al mismo origen, destino común. La doctrina requiere estudio porque hay muchas cosas que comprender en esta vida: además de la realidad, y además una reealidad cambiante, está la historia humana, las soluciones que se han ido dando a nuestros problemas. Puede ser un estudio doctrinal o puede ser un estudio de las experiencias y decisiones humanas. Todo ha de aprovecharse.
Pero el cristiano tiene una ayuda sobreañadida con la que no cuentan todos los hombres. Es la ayuda de la oración y de la gracia. A veces esta ventaja parece que solo es personal, pero normalmente tiene repercusiones en más gente, en la familia, en los amigos e incluso en más cosas. Y si las soluciones que se le ocurren en la oración son precipitadas, o no del todo perfectas, al menos tiene la tranquilidad de su buena conciencia, de su buena voluntad. Y si las dificultades son insalvables, como decía la frase de Juan Pablo II, podrá probar la personalidad adquirida en la oración, como persona que sabe sufrir o, al menos, que intenta llevar la contrariedad o el desastre con la certeza de que nada pasa inadvertido a la presencia de Dios, y que Él sabrá apreciar nuestros esfuerzos. Para los cristianos, y para todos los hombres, eso debería suponer un gran alivio.
1 comentario:
Creo que existen dos "verdades"... la verdad del mundo que es algo así como: vive al límite de lo que ofrecen la carne, el poder y el dinero sin preocuparte de más; y la Verdad del espíritu: lucha por ser el más dichoso y hacer los más dichosos a todos los que te rodean. La primera verdad, convierte al ser humano en un animal satisfecho pero con el alma muerta y perdida, con una pseudo alegría que depende de las circunstancias exteriores. La segunda nos complicará la existencia, pero nos llenará de la Paz y la Dicha que brotan independientes de los factores externos. Los cristianos tenemos el privilegio de saber que nuestra misión es “perder” la vida en conseguir vivir conforme a esta Verdad.
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