De este modo, conociendo a Jesús conseguimos dos objetivos: conocer a Dios y conocer al hombre. También conocernos a nosotros mismos un poco mejor.
A Dios no le vemos, pero hemos visto a Jesús, imagen del Padre. De este modo, a través del espíritu de Jesús, de la dinámica de su pensamiento y de su acción, conocemos al Padre. Un 'poco', porque todo lo humano es limitado. Un pensamiento, un discurso, es limitado. Una buena obra, una curación es limitada. Una mirada nuestra a la actividad de Jesús, es limitada. Pero todo ello son como ventanas a las que podemos asomarnos para ver, de lejos, apenas insinuado, al Padre.
A los hombres si los vemos, incluso demasiado bien, muy de cerca. Y no nos gustan, no nos convencen. Tampoco lo que nosotros mismos pensamos o hacemos nos convcence. Pero ahí está Jesús, perfecto hombre. A Él le podemos mirar y admirar: siempre habla y actúa muy bien, más aún, admirablemente bien. Ahí está el Evangelio para comprobarlo. A ver quién da más.
La Eucaristía es Jesús, y ella misma nos muestra a Dios y al hombre. Al hombre, porque es Jesús hombre quien está sentado al frente de la mesa en la última cena, y el que consagra el pan y el vino. A Dios, porque si no fuese Dios quien realizara la conversión del pan y del vino en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesucristo, no hay quien lo haga. De este modo, encontramos a Jesús, Dios y hombre, en las especies del pan y del vino consagrados.
Los judíos le dicen a Jesús que Moisés les dio 'pan del cielo', y que a ver qué nos da Él. Jesús les tiene que decir que no es Moisés el auténtico mediador entre Dios y los hombres, lo es Él; que el maná representa la Eucaristía, pero no llega a la altura de la significación del pan, que representa a Cristo. El maná lo daba Dios, alimentaba a los hombres y se perdía. La Eucaristía se toma del grano de trigo, que muere en la tierra para crecer poco después vigoroso como espiga cargada de frutos. El grano de trigo representa bastante bien la muerte de Cristo y su resurrección victoriosa y fecunda.
Hemos de ir al Evangelio para tener idea del pensamiento y la vida de Cristo. Pero si recibimos la Eucaristía, o estamos ante la Eucaristía, estaremos con Cristo vivo. Con Él podemos recordar todas estas cosas, dejarle hablar y hablarle nosotros.
1 comentario:
Releyendo estos días "Roma, dulce hogar",uno de los protagonistas, Scott Hahn,relata como momento clave en su proceso de vuelta al catolicismo romano aquel en que, al asistir a su primera misa católica, en el momento de la consagración, es consciente de que la misma no es un símbolo, sino que realmente Cristo se hace presente con su cuerpo y con su sangre.
Y efectivamente, al aceptar y creer firmemente ésto,y al recibirle en la comunión, es como si todo el proceso del grano de trigo se reprodujera en nuestro interior cada día, en una "conversión" continua.
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