Todas las acciones de Jesucristo, porque es Dios, son eternas. O, lo que es lo mismo, son siempre actuales.
Así, la venida de Cristo para estar con nosotros y comunicarnos el camino de la vida divina, es continua. La celebración de la Eucaristía en el tiempo se repite, sí, pero para recordarnos que su deseo de acompañarnos perdura.
La Pasión de Jesús, es decir, la resistencia que los hombres oponen a su presencia y a sus palabras, también es algo que se produjo una vez y que se volverá a repetir. Allí donde se encuentre un cristiano fiel, tendrá oposición en cuanto que cristiano. No nos quepa duda, nos ocurrirá también a nosotros. A Cristo le ocurrió y nosotros no somos más, ni menos, que Él.
Y la Resurrección es posible continuamente. Por una sencilla razón, porque Jesús venció las dificultades y la misma muerte violenta. Y si Cristo venció, nosotros venceremos ¡siempre! con Él. Podemos volver a empezar, una y otra vez, aún cuando los problemas los hayamos causado nosotros mismos. Somos hombres y, como todo hombre, podemos oponernos a Jesús. Pero somos hombres redimidos y, por eso, podemos resucitar una y otra vez con Él.
Lo que es permanente, puede repetirse en el tiempo. Continuamente, en concreto, hasta el final de los tiempos.
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